‘Alfonso Cano’ yace en algún lugar del Paraíso. Su tumba no tiene su alias ni su verdadero nombre. Así lo decidió su familia. No quieren que sus restos sean profanados. El 15 de noviembre fue sepultado a oscuras y en la más enigmática reserva.
Dos semanas después de ese episodio, en la sala modesta de una casa cural, el padre Darío Echeverri, Secretario General de la Comisión de Conciliación Nacional, habla aún conmocionado, con respeto y prudencia, de la difícil tarea que le confiaron: enterrar con dignidad al máximo comandante de las Farc:
“Todo empezó cuando la alcaldesa designada Clara López me pidió el favor de enterrarlo. Ya habían pasado varios días y el cadáver seguía en la morgue de Medicina Legal. Yo le contesté que tenía que pedirles permiso a mis superiores. Consulté a monseñor Rubén Salazar Gómez y a monseñor Juan Vicente Córdoba. Ellos me dijeron: “hágalo de la mejor forma posible”. La iglesia asumió todo. Ultimamos detalles. Quisimos que la familia escogiera el nombre con el que lo íbamos a enterrar.
Duró once horas la búsqueda militar que selló la suerte de Guillermo León Sáenz, alias ‘Alfonso Cano’, el viernes 4 de noviembre.
Ese día sorteamos varias dificultades. Nos entregaron el cadáver faltando un cuarto para las dos de la tarde. Pero no podíamos enterrarlo: el médico legista que había hecho el acta de defunción no estaba inscrito en Bogotá. Mientras se hicieron todas las vueltas de Medicina Legal para que se rehiciera el acta, el cuerpo de ‘Cano’ se quedó solo, esperando en la calle, dentro de un carro funerario, estacionado frente a la Secretaría de Salud. Los medios de comunicación que lo buscaban no lo vieron.
Después, camino a un cementerio del norte, en donde habíamos pagado los servicios fúnebres con anterioridad, recibimos una llamada inesperada. El gerente del cementerio decía que, por sentimientos de familia, se negaba a permitir el entierro del señor ‘Cano’ en ese lugar. En ese momento, con el cadáver en el carro, empezamos a buscar otro cementerio. Fue cuando por fortuna el administrador de un camposanto nos aceptó. Luego llegaron los medios de comunicación a filmar con desespero. Nos tocó cambiar el lugar del sepulcro y esperar a que anocheciera. Los trabajadores que nos ayudaron aceptaron trabajar horas extras. Fue un acto de reconciliación”.
A las siete de la noche, ‘Alfonso Cano’ fue enterrado con zozobra y sigilo. Al sepelio asistieron pocas personas. Un sobrino y una hermana. Fue un acto sentido. Al final de la ceremonia algunos miembros del Partido Comunista aparecieron de improviso. Al parecer se habían escondido entre los corredores de los osarios cuando la administración concedió cerrar el cementerio. Y horas antes habían hecho turnos en frente de Medicina Legal para conocer cómo y cuándo saldría el féretro, grande y de aluminio, de ‘Cano’. Su presencia ese día fue narrada en un video que publicaron en internet titulado ‘Homenaje a Alfonso Cano’ que decía: “El 15 de noviembre de 2011 un grupo de comunistas leales se congregó en el cementerio Paraíso. Se encontraron para enterrar el cuerpo de ‘Alfonso Cano’. Sus restos nos acompañaran siempre, camarada, camarada, camarada”.
Once horas duró la búsqueda militar en los montes caucanos que selló la suerte de Guillermo León Sáenz, alias ‘Alfonso Cano’, el viernes 4 de noviembre. Ese día, a las 8:30 de la mañana, en Chirriadero, un monte entre los municipios de Suárez y Morales, en el Cauca, estallaron las primeras bombas que lo obligaron a huir. A las 7:30 de la noche, un movimiento suyo alertó a un soldado de las Fuerzas Especiales del Ejército. El máximo jefe de las Farc murió de tres disparos. Tenía 64 años. Once días duró su cadáver en Medicina Legal antes de ser enterrado.
Luego vinieron las reacciones. Los medios de comunicación publicaron detalles de la operación, pormenores “buenos” y “malos” de la vida de ‘Cano’, testimonios de los soldados que le seguían la pista hace cuatro años y lo abatieron en el Cauca. Se escucharon gritos de triunfo y voces de indignación. Entre esas la de monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía, quien escribió: "¿Por qué no trajeron vivo, por ejemplo, a 'Alfonso Cano', cuando se dieron todas las condiciones de desproporción absoluta y de sometimiento y reducción a cero de un hombre de más de sesenta años, herido, ciego y solo? y ¿por qué encapsular la lucha anti-guerrillera en ese marco de traer muertos a los cabecillas, sin agotar el marco ético de la no pena de muerte, de la captura como objetivo legal?". Preguntas que fueron duramente cuestionadas en esos días, cuando se conoció el asesinato por parte de las Farc de cuatro uniformados secuestrados.
A los 64 años, Cano, el máximo jefe de las Farc, murió de tres disparos.
El padre Darío Echeverri, quien repite, como un mantra, la palabra reconciliación, y lo hace desde el primer día que entregó su vida a este país, dice: “Nunca podré alegrarme de la muerte de nadie. Siempre creeré que si es posible preservar una vida, así sea la de un criminal, hay que hacerlo. Tras la muerte de ‘Cano’ uno se pregunta con preocupación por el futuro. ¿Hay voluntad política para una Colombia reconciliada y en paz?”.
‘Alfonso Cano’ yace como Pedro Oliveiro Guerrero alias ‘Cuchillo’, el comandante paramilitar y jefe del Erpac, abatido por la Policía, en algún lugar del Paraíso. Quizás en vida, en orillas opuestas y radicales, nunca pensaron que al final compartirían un lugar en el mismo camposanto.