Barack Obama y sus memorias honestas

Vie, 27/11/2020 - 17:21
Kienyke.com ofrece algunos detalles del libro de Barack Obama, "Una tierra prometida", que está arrasando en ventas en Colombia y el mundo.

En enero de 2017, Barack Obama dejó su puesto en la presidencia de Estados Unidos a manos de una persona con una historia e intereses totalmente opuestos a los suyos. Donald John Trump es un hombre blanco, nacido en la capital del mundo, que desde temprana edad empezó a dirigir la empresa fundada por sus padres: una inmigrante escocesa que llegó a Norteamérica a ganarse la vida como empleada de servicio y un polémico empresario inmobiliario, demandado por no alquilar casas a personas negras y que fue visto mal parqueado en una violenta movilización del Ku Klux Klan. 

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Por su parte, Obama cuenta en Una tierra prometida (2020, Debate) que fue hijo de una familia que desconfiaba de la política, pero procuraba actuar de la forma más ecuánime posible. Creció entre Hawái e Indonesia; desde allí pudo tener una perspectiva más amplia de lo que era y lo que no era su país, de a quiénes incluía y a quiénes no… y a quiénes quería ofrecer su fuerza de trabajo en adelante. Así, durante su mandato se encargó de representar lo diferente. Ese es un pequeño ejemplo de que él ve toda su vida como un largo baile entre causa y consecuencia, y eso se nota a lo largo de esta, la primera entrega de sus memorias.

La motivación real

Vale la pena revisar por qué se escribió este libro. El camino que Obama recorrió para llegar a ser el primer presidente afroamericano de su país está lleno de anécdotas dulces, dolorosas y raras. Según Obama, la motivación para redactar sus memorias es que sus lectores se hicieran una idea de lo que es ocupar ese cargo. También le interesaba dar a conocer las razones que su gabinete tuvo para tomar varias decisiones grandes y pequeñas, tanto en campaña como durante su gestión.

Sin embargo, y guardando las proporciones, toda vida presidencial estaría llena de esos detalles si un biógrafo ahonda en ellas lo suficiente. No: este libro es algo más y no necesariamente está escrito para nosotros.

Mientras el presidente 45 es una estrella televisiva con posturas controvertidas sobre los negocios, las mujeres y la política, Obama fue criado para alzar su voz y activar su capacidad de gestión ante todo lo que fuera injusto. Por eso no es descabellado sugerir que el proyecto de escribir sus memorias, más que tener el propósito de compartir su experiencia, buscara revisar su vida para sí mismo y explicarse en qué pudo fallar: si él y su gabinete dieron lo mejor de sí mismos por el bien de su país, ¿por qué los estadounidenses le dieron respaldo a un proyecto tan diferente al suyo? 

En el prólogo de este libro, Barack Obama cuenta que empezó a escribir sus memorias al poco tiempo de abandonar la Casa Blanca. Además de que sus recuerdos seguían muy frescos, la personalidad introspectiva de Obama lo hizo volver una y otra vez hacia la izquierda de la línea temporal.  Por eso sus memorias no cupieron en un solo tomo y esta primera entrega se acerca a las mil páginas.

 

Aprendiendo a ser hombre de familia sobre la marcha

Sí, es un libro muy largo, pero sus páginas son muy amenas hasta para quienes no tienen el hábito de leer o un amplio conocimiento en política, economía y estadística. El secreto de esta refrescante lectura es que el personaje de Obama tiene elementos con los que un ciudadano común puede identificarse.

Obama es el hijo de una entusiasta madre antropóloga, dos veces divorciada y apasionada por el saber, y un padre ausente al que vio una sola vez. La trabajosa crianza del pequeño Bar y de su hermana lo marcaron para siempre. Por ejemplo, contó que su gusto por la lectura creció durante las jornadas laborales de la madre: como no tenía con quién dejarlo, ella se lo llevaba a su oficina, le pedía que leyera algo y le contara al final del día qué había aprendido.

Cuando tuvo la intención de molestar a una muchacha junto con un grupo de compañeros de escuela, su madre lo vio a los ojos y lo reprendió: “En el mundo hay personas que solo piensan en ellas mismas. Les da igual lo que les pase a los demás, con tal de conseguir lo que quieren. Menosprecian a los demás para sentirse importantes. Y también hay gente que hace lo contrario, que es capaz de imaginar lo que sienten los demás y se esfuerza por evitar hacerles daño. Entonces, ¿qué clase de persona quieres ser tú?”.

El Barack hombre no sabía ser un marido porque no había tenido el ejemplo de una familia estable, pero la bella, inteligente y burbujeante Michelle Robinson, hija de una familia convencional, sí esperaba una relación consolidada y una paternidad responsable. Ella tenía estándares muy altos y en su casa le dijeron que se quedaría soltera si no se relajaba. Eso era lo que a él le gustaba de ella.

Por las heridas que dejó la ausencia de su padre, Obama se prometió a sí mismo que sería un padre amoroso y presente. Su descripción de los esfuerzos que hizo para que sus hijas se supieran queridas y acompañadas en sus primeros años, y para que Michelle no sintiera que toda la responsabilidad caía sobre ella, refleja la inseguridad de quien hizo lo que creía necesario dentro de sus posibilidades pero aún no se siente suficientemente fiscalizado. 

Aún así, son tiernos los recuerdos que describe en este primer volumen: desde la llegada al mundo de cada una de sus hijas, pasando por la escapada a Hawái en plena contienda electoral contra McCain, hasta la breve oración frente al Corcovado mientras ocurría la avanzada en Bengasi.

El Obama que fue un millón de sueños

Obama confiesa —según él, con vergüenza— que sus primeros acercamientos a las lecturas sobre política estuvieron motivados por su interés en tener de qué hablar con mujeres militantes e intelectuales, con quienes al final solo consolidó buenas amistades. 

Aquella es una historia extraña que revelaba un carácter complaciente: mientras el estudiante promedio de Harvard —y podríamos decir que de la Ivy League o cualquier otra universidad en el mundo que viva de puntear en los ránkings— sentía que había venido a este mundo a hacer algo importante que le diera reconocimiento, Obama encontraba paz interior como gestor comunitario antes de irse a estudiar allá. 

Conocer las historias de las personas del común de primera mano y trabajar para que su vida fuera un poquito mejor le daba entusiasmo. Por eso supo que, pese a las tentadoras ofertas de trabajo que le extendieron cuando aún era estudiante, su camino no sería el derecho.

Un hombre afroamericano con nombre árabe y bagaje isleño tenía mucho que aprender sobre los caminos culebreros de la política mientras se esforzaba por no ser un mal padre o un mal marido

En el libro contó la experiencia de cómo saturó el cupo de su tarjeta para viajar a otra ciudad y llegar a una convención a la que llegó tarde —no pudo alquilar un carro—, no pudo entrar y, al final, ni siquiera las influencias de un colega le permitieron entrar a un coctel posterior al acto. En ese momento pasaba un mal momento con su esposa, quien ya le había dicho que se sentía sola en las labores. Tuvo que replantearse por qué y para quiénes estaba intentando dar ese salto.

Cuando llegó la oportunidad de ser candidato presidencial, él contó cómo cada uno de esos quiénes se hizo una idea distinta de él, ajustada a los sueños que podían proyectar en alguien del partido opositor que además era afroamericano y además era tantas otras cosas: “se habían apoderado de mi rostro y lo habían convertido en el recipiente de un millón de sueños distintos. Sabía que llegaría el día en que los decepcionaría, en que no estaría a la altura de la imagen que mi campaña y yo mismo habíamos ayudado a construir”.

Lo siguiente es una serie de imágenes mentales, que Obama plasmó con alta precisión, sobre sus campañas y su primer mandato. Por ejemplo, la cara de ponqué que mostraba ante un ignorante Sebastián Piñera durante una visita a Chile, mientras había un avión desaparecido en Libia y el artillero no aparecía. Dice que a esa anécdota se refiere cuando le preguntan qué se siente ser presidente de Estados Unidos.

El libro apenas cubre hasta la reunión con el equipo que dio de baja a Osama Bin Laden. Para ese momento, Trump ya había aparecido en el panorama: una persona a quien Obama no daba mayor importancia, de repente salía en cadena nacional cuestionando que fuera la persona idónea para liderar el país bajo el solo argumento de haber nacido en el exterior —aunque la partida de nacimiento fuera un documento de fácil acceso e indicara claramente que él había nacido en Hawái—. Una reclamación ridícula, repentinamente, empezó a tener eco entre el público republicano. Era la hebra descosida del saco, que ni era hebra ni estaba descosida, pero que aprovecharon bien.

Este volumen tomó cuatro años en terminarse. Es probable que el siguiente incluya, además del florido relato de los últimos cuatro años de su periodo, su posición de espectador ante el gobierno de sus dos sucesores: Trump y Joe Biden, quien fuera su vicepresidente y acaba de ser elegido como el presidente 46.

Creado Por
Erika Mesa Díaz
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