
No es una fuerza desbordante y celeste. Tampoco es el apego a un talento congénito que hace soñar a jóvenes con ser el orgullo de un pueblo. Es el resplandor de una sonrisa, el regocijo y desparpajo con el que Caterine Ibargüen explica su vida llena de esfuerzos.
En diálogo meses atrás con Kienyke.com, la atleta diamante parafraseó la clave del éxito en tres palabras: "inspiración, sueños y responsabilidad". Con la tranquilidad que la caracteriza ante un veintenar de grabadoras apabullantes, mostró parte de su desvelo: competir contra ella misma.
Jamás niega que ha sido "un camino difícil" ni menos que lidió con el juego sucio y brusco que el conflicto armado propuso en Apartado, Antioquia, la región donde nació.
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Ibargüen, defensora de la escucha y la enmienda, siempre destaca a sus entrenadores. El primero es Wilder Zapata, quien la llevó con tan solo 12 años a Medellín.
Allí conocería a Jorge Luis Alfaro, un cubano pausado y entrometido en el salto de altura con el que celebraría el tercer lugar del Sudamericano de Atletismo del 99. Su primer oro llegaría un año más tarde en los Juegos Bolivarianos de Ambato, que no hubieran sido posibles sin la tenacidad de su instructora Regla Sandrino.
"Estamos haciendo un buen trabajo para cambiar la cara del país, tanto en el deporte como en la cultura". Caterine IbargüenYa el país veía un personaje con temple tras los titulares de prensa que registraban sus récords y explicaban las diferentes modalidades del atletismo y el salto en las que se inscribía. Sin embargo, la tristeza invadió sus días al no pasar las preliminares de los Juegos Olímpicos del 2004.