La primera mujer en la Luna conducirá un astromóvil colombiano

Sáb, 05/09/2020 - 11:33
La Nasa reconoció con el primer puesto del Nasa Human Exploration Rover Challenge un vehículo lunar construido por estudiantes colombianos.

La primera mujer y decimosegunda humana que pisará la superficie lunar en la misión Artemis de la Nasa en 2024 se espera recorra parte del único astro de la tierra en un vehículo de manufactura colombiana. Un total de 25 estudiantes de la Universidad Ecci, tras dos años de arduo trabajo e ingenio, ganaron el desafío mundial de diseñar y construir un astromóvil que permita a la humanidad desplazarse sobre ruedas en la Luna.

El profesor Tito Nuncira, de una curiosidad inagotable y una confianza sin resquicios de duda en sus estudiantes, fue quien asumió el reto de construir un rover que permitiera a dos astronautas desplazarse por la superficie lunar. Con la esperanza de romper las barreras del conocimiento de los ingenieros a quienes por años les ha dictado clase en la Universidad Ecci, se puso a la tarea de buscar un desafío de talla mundial. Encontró la única convocatoria mundial de la Nasa, que incluía a instituciones fuera de Estados Unidos, y decidió emprenderla.

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Convocó a sus estudiantes, con una charla, un café, una propuesta amigable, a acompañarlo en la histórica misión de diseñar el astromóvil que conduciría la primera mujer en la Luna. Conformó un grupo de 25 estudiantes, tres de ellos con discapacidad auditiva, quienes durante dos años trabajaron el proyecto que finalmente superó a las más de 100 universidades de talla mundial que compitieron, con un reconocimiento especial de la Nasa por el trabajo realizado.

Profesor Tito Nuncira Universidad Ecci

El proceso de construcción

La idea fue mía porque siempre he creído en nuestros estudiantes, en la educación de Colombia en la comunidad sorda. En la Ecci tenemos cerca de 100 estudiantes con discapacidad auditiva, muchos de ellos están sistemas y mecatrónica, los vinculé al proyecto y les dije: ustedes también son capaces de construir este astromovil que va a llegar a la Luna”, así empezó el ambicioso proyecto, según contó a KienyKe.com el profesor Tito Nuncira, director del Rover.

El maestro tomó a los estudiantes de su semillero, con quienes ya había ganado y participado en concursos de robótica, y convenció a otras personas de la Universidad a unirse porque la construcción del astromóvil no era una tarea sencilla y, como asegura, “la clave del éxito es planificar muy bien el tiempo y rodearse de muy buenas personas que te ayuden a terminar el proceso, porque una sola persona no puede hacerlo todo”.

Una de esas estudiantes que convenció de participar, fue María Eugenia Lambertines Rivera, estudiante de séptimo semestre de ingeniería biomédica, a quien no le costó mucho reclutarla en el grupo. Un tinto en la cafetería de la Universidad bastó para que ella y otras compañeras de la carrera se unieran en la labor. María no se explica de dónde sacó tiempo para el proyecto, cuando aparte de las clases, trabaja y asiste a otros semilleros de investigación.

Al principio el mismo profesor Nuncira tenía dudas de que la tecnología a la que tenían acceso les permitiera construir el vehículo lunar. Empezaron con el diseño y la simulación virtual para conocer qué elementos necesitarían para realizar finalmente, en físico, el aparato. Las especificaciones técnicas eran precisas y necesitaban cumplirlas.

La Nasa requería un rover de tracción mecánica, casi como una bicicleta, sin motor eléctrico para evitar que los astronautas quedaran varados en medio de la Luna. Diseñaron el sistema y para evitar contratiempos dejaron todo el tren de transmisión interno en el vehículo, uno de los aspectos que reconoció el jurado. 

“Por lo general las bicicletas tienen cadenas, lo que hicimos fue un cambio en todo el tren de transmisión, utilizamos elementos como cromo vanadium para poder tener elementos livianos, duraluminio en toda la estructura del rover y eso les encantó a Tommy Hancock y Louie Ramírez que son los directores de la parte de diseño de la Nasa y por eso hoy nos dan el primer lugar”, señaló el profesor Nuncira.

Precisamente fueron esos materiales uno de los primeros retos que significó para el equipo la construcción del rover. A parte del costo del duraluminio, que es escaso, su soldadura requiere de un tratamiento especial que no tenían en la Universidad y en pocas empresas en el país. Allí apareció Lincoln Electric, una de las empresas líderes en soldadura, que les ofreció asesoría y sus talleres para adelantar el proceso y conseguir la soldadura TIC, necesaria para unir las partes en ese material.

Esas asesorias en soldadura las cogieron de sol a sol los compañeros, se iban a las siete de la mañana y eran las siete de la noche y no habían vuelto a la Universidad”, contó a este medio la estudiante e investigadora del equipo María Lambertinez. Pero a pesar de los esfuerzos, lograr fundir el material aún no era posible. Contrario a los pronósticos, según la estudiante, fue un ingeniero biomédico, el único compañero hombre en ese programa que conoce María, quien descubrió el talento para soldar y terminó dando con el chiste de la soldadura del duraluminio.

“Mi compañero Cesar Rojas fue el único hombre capaz de soldar algo tan delicado como el rover porque no permite todo tipo de soldadura y la temperatura tiene que ser muy cuidada. Ni los compañeros mecánicos pudieron, él descubrió que tenía esa capacidad. No sabía que tenía ese talento”, contó Lambertinez.

Una característica particular del rover es que cuenta con un sistema de telemetría, el cual permite conocer las condiciones de los tripulantes, un hombre y una mujer como se establece en la misión Artemisa. Como el aparato requiere del ejercicio físico de los astronautas, el astromóvil cuenta con sensores que permiten monitorear a distancia la frecuencia cardiaca, temperatura y saturación de los viajeros.

“Como está haciendo ejercicio físico puede descompensarse, entonces mandamos información vital del astronauta a una central de monitoreo para que se activen una serie de alarmas. También tiene sensores de las llantas, bajas de presión, ubicación del vehículo y varias cosas en la parte electrónica”, explicó el director del proyecto.

Otro reto, igual de interesante y enriquecedor, fue lograr que todos pudieran comunicarse con los estudiantes con discapacidad auditiva que hacen parte del equipo. Así iniciaron capacitaciones en el hospital Militar para aprender lenguaje de señas y terminar, como lo hicieron, siendo todos los investigadores una sola familia. 

“El lenguaje no es difícil pero requiere tiempo y dedicación, estos muchachos parecían hermanos, entonces sentían el afán de decirle a sus compañeros ‘cómo es esta resistencia’ y otras cosas, nos tocó crear señas nuevas para nombrar una resistencia, un sensor de ultrasonido”, contó el director del proyecto.

lenguaje de señas

Así lograron, en medio de la necesidad y la curiosidad por el conocimiento, crear sin esperarlo nuevas palabras que podrán servir a los futuros ingenieros con discapacidad auditiva en el país nombrar los elementos técnicos de su profesión. Ahora trabajan con Fenascol para entregarle su aporte, de cierta manera involuntario, para enriquecer el lenguaje de señas y que otras personas lo puedan conocer y adoptar.

Fue extraño, pero también bonito, ver que muchos de mis compañeros ya han estado con ellos en el semillero, ver que no es tan difícil la comunicación, hay muchas señas que tienen mucha lógica, es bonito. Hay una compañera que es hipoacúsica y habla un poco, habla pero lo gusta más el lenguaje de señas, yo le puedo preguntar o cualquiera de mis compañeros le pregunta como se dice tal cosa y ella nos enseña, ella es como la traductora y la intérprete”, contó María a este medio.

El interés del profesor Tito en incluir a las personas con discapacidad en la educación y sus proyectos empezó desde muy joven, cuando compartía tiempo con una mujer sorda que le ayudaba a su madre en los oficios del hogar. “Ví la situación y pensé: ¿por qué este tipo de personas no podrían ser ingenieros médicos?. El problema es que la gente estigmatiza en lugar de ayudarlos, formarlos y que sea alguien que le aporte al país, pueda tener una familia y soportar ingresos, todo eso está en la educación. Entonces dije no, acá toca es cambiar el chip”, aseguró.

  

La victoria mundial del rover ‘Ian’ de manufactura colombiana

 

En medio de la construcción del astromóvil el profesor Tito sufrió una tragedia familiar, su hijo falleció en sus brazos después de nacer. Ian era el nombre que el ingeniero había decidido para su hijo y en su honor pidió a los estudiantes de su grupo bautizar así el vehículo. 

Ese compromiso y lazo sentimental con el rover fue quizá uno de los impulsos que les permitió al profesor Tito y los 25 estudiantes que lo diseñaron imponerse con la más alta ingeniería sobre las demás universidades del mundo que participaron para llevar su ingenio a la superficie lunar.

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Todos estaban esperando la decisión del jurado de la Nasa desde el mes de mayo, pero por causa de la pandemia que cambió los planes del mundo, no se había realizado el anuncio del primer puesto. Fue el 21 de agosto, sin avisos previos, que el profesor Tito llamó a sus colegas y les pidió conectarse a una plataforma virtual para escuchar una información muy importante.

“El profe Tito se comunicó con nosotros y dijo: necesito que todos se coloquen la camiseta que tengo una reunión, en 10 minutos los necesito a todos. Nosotros corrimos con la camiseta puesta en un minuto y dijo: hay una información de la nasa muy importante, escuchen atentos. Él tampoco conocía los detalles”, contó María.

Ese día, todos atentos y en silencio, escucharon Louie Ramírez, director ejecutivo y CEO del US Space & Rocket Center de la Nasa, quien en una corta exposición describió que el tren motriz de los rover construidos debían tener sistemas de transmisión confiables, resistentes y livianos. Finalmente dijo: “el equipo con el mejor tren motriz de este año fue la Universidad ECCI de Bogotá”.

“Cuando ya supimos que ese era nuestro primer premio lloramos, nuestros familiares, nuestros compañeros que tienen la fortuna de tener a su familia cerca todos lloraban, fue un momento hermoso, mejor dicho algo tan grande”, dijo María Lambertinez.

Ella, quien nació en el municipio de Lorica en el departamento de Córdoba, llamó a su familia para contarles el gran logro que había obtenido junto a su equipo. La llamada sorprendió a su papá mientras conducía y luego de oírla, lleno de orgullo por su hija, tuvo que detener el vehículo porque le temblaba el cuerpo de la emoción y se le quebraba la voz.

“Mis hermanos se volvieron locos también, mi cuñada, mis sobrinas, no tengo hijos pero debe ser algo muy lindo tenerlos y que mis sobrinas me digan tía 'yo quiero ser una ingeniera como tu, yo quiero estudiar, yo quiero hacer tantas cosas que tu haces', que eso me motiva más y me hace arrugar el corazoncito de emoción”, contó María.

No fue uno, fueron dos premios

Más tarde, ese mismo día, por si fuera poco haber obtenido el reconocimiento a mejor rover, el equipo del profesor Tito fue galardonado con otro premio al primer puesto, esta vez por la loable labor de transmitir conocimiento a niños y niñas vulnerables y con discapacidad en el país.

Ese galardón los sorprendió porque no fue notificado, sino que llegó minutos después. El profesor Nuncira, junto a sus estudiantes y por medio de la fundación que él mismo fundó y dirige llamada Domynec, asistieron a colegios distritales y a las unidades de autismo y cáncer del hospital Central para hacer divulgación del conocimiento y enseñar ciencia, tecnología y matemática a los menores.

“Capacitamos a niños con síndrome de Down, autismo del hospital Central, recopilamos la información y la enviamos a la Nasa, porque otro desafío era no solamente quedarnos con el conocimiento sino mostrar cómo difundimos el conocimiento para los niños y se incentiva el estudio de la ingeniería, también obtuvimos ahí el primer premio a nivel mundial”, señaló el profesor.

Ese es uno de los mayores intereses del profesor Nuncira, quien tiene en cuenta a la población vulnerable y a los niños en su día a día, en sus proyectos y en los más de cuatro trabajos y labores que ostenta. Una labor incansable por llevar la ciencia a todas las personas por igual y mostrarles que pueden llegar incluso a la Luna.

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El profesor logró cumplir un sueño, porque como ingeniero electrónico que es de profesión siempre consideró que el 'top' de la carrera era poder trabajar o aportar en algún proyecto de la Nasa. Ahora buscará que el Rover Ian llegue al astro de la Tierra y permita a la humanidad desplazarse en la primera misión a ese cuerpo celeste después de más de 50 años.

Por su parte, María Lambertinez, quien nunca se esperó aportar a un proyecto de esta envergadura, continuará esforzándose en terminar su carrera. Su sueño es enfocarse en diseñar y crear prótesis para personas con ausencia de extremidades, ayudar a los militares víctimas de la guerra y a sus paisanos en Lorica que también han sido víctimas de ese conflicto atroz. Su objetivo como ingeniera biomédica es poder aportar un granito a mejorar la vida de las personas. Ojalá haciendo parte de cosas tan grandes, porque ya vimos que no hay límites para soñar”.

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