Carajo, en esta vaina que voy a tratar no hay distingos de ideología. Estamos los que estamos. La gente bien educada de un lado y la ignorancia del otro. Me va a tocar inclusive hablar bien de algunos bichos, que a pesar de sus bajezas comunistas adquieren una cierta decencia por ser amantes de la Fiesta Brava.
Sí, los toros, junto con la divina iglesia católica (de rodillas impíos y luteranos), son los dos pilares de nuestra sagrada hispanidad, de nuestra caballeresca herencia, sí, también la suya, Antonio Caballero, aunque se las tire de anarco-sindicalista seguidor de Durruti, y apóstata. De todas maneras valoro su lado señorial de amante de los toros.
Tenía que provenir el aleve ataque contra la estética hecha corrida del demagogo guerrillero Gustavo Petro. Esa sucia iniciativa de tratar de acabar con la gran fiesta de las banderillas, la rellena y la boina. ¡Provocador, dinamitero! Cree que para completar sus estúpidos planes de desarme (que lo único que pretenden es dejar inermes a la gente de bien) también nos va a tocar ahora entregar pica, espada y banderillas, como si se tratara de la “dejación de las armas” de la banda inmunda esa del Carlos Pizarro, felizmente dado de baja por la legitimidad. ¡Fuera el M-19 del circo! Y con el otro, el Navarro Wolf…que corra hacia el burladero antes de que lo empitonemos de nuevo.
¿Con qué derecho el Petro nos va a quitar el soporte económico distrital que ha permitido las corridas? Evento donde se retrata tan lindamente a la sociedad: de un lado en los tendidos de sombra, paradójicamente el brillo de las joyas de las preciosas señoras entradas en años y gastos, el relucir de la gamuza fina y las vainas importadas. En sombra, el champagne y el coñac aupando la tarde. Y del otro –en impecable armonía y cero lucha de clases con sus patronos naturales– la gleba dedicada al aguardiente, en primorosa ola de ruanas rosadas, candongas gitanas y demás loberías propias del pueblo ignaro.
¡Cómo se les ocurre reclamarle un solo peso a la Corporación Taurina de Bogotá! ¿Que le debemos al Distrito $5 mil millones? ¿Y qué? Deber es un derecho y tumbar al Distrito no sólo es una costumbre sino un negocio de la gente que se juega su capital en aras del desarrollo de, justamente, la capital.
¿Impuesto de Azar y Fondo de Pobres? Vagabunderías que deben ser esas sí prohibidas. ¿Para qué íbamos a pagar esas vainas si esa platica regresaría de cualquier manera o contrato a nuestras arcas? Mejor evadir de frente y evitarse hacer trabajos como los de los Moreno o los Nule, que son tan inconvenientemente visibles. ¡Respeto al pasodoble, carajo, y a la doble contabilidad! Contra el cacho de mariguana petrista, tomemos al alcalde por los cuernos…
Convoco a una movilización permanente contra el impostor Petro y sus secuaces, para que un día de estos lo soltemos en el ruedo con seis toros bravos, a ver si es tan verraquito de hacerles a ellos la faena que pretende hoy con nosotros los taurinos, protegidos por la Virgen de la Macarena, Fedegan, las Convivir y desde luego por la mano de Dios.
Además, si no fuera por las corridas, sin manzanilla, ¿qué hubiera sido de la prístina clase política nacional? Sin corralejas, no habríamos logrado reunir a la gente decente que refundó la patria y que coronó en la epopéyica aventura de nuestras AUC de la Costa Caribe.
Porque serán tan nobles los toros y digamos…humanos, que por primera vez estoy en algo de acuerdo con el hampón ese del Alfredo Molano, hippie revenido y filo subversivo, que por lo menos tiene algo en su podrido corazón, que late con fuerza por los oles, el capote (el bueno, no el del maricón Truman, lectura de peluqueros) y la arena.
¿Qué de malo puede tener matar a seis toros en una tarde, lenta y tortuosamente? ¿No tragan acaso lomo y ubre? La ignorancia les impide ver la dulzura estética de la tortura (ay, qué tiempos los del doctor Turbay Ayala) la nobleza del acto de la muerte (ay, qué tiempos los de mi amo Uribe).
Si en el Circo Máximo romano (que era la misma vaina que las corridas de toros pero en lugar de reses muertas se mataba a la oposición) no se hubiera dado lo que se dio, el imperio habría caído mucho antes, víctima de las sublevaciones de miles de Espartacos y terroristas africanos. Si esa gente que se inventó el culmen de las leyes, el propio Derecho Romano, permitió la fiestas del Circo, ¿por qué nos vienen a poner en entredicho la legalidad de matar rumiantes? ¿O es que quieren que toreemos hasta sus últimas consecuencias a los de Polo, a los Progresistas, las ONG, la Mane universitaria y a los de la Minga de los paeces? Digan no más y les hacemos la faena…
Qué nostalgia de los tiempos de Samuel Moreno, a quien nunca se le ocurrió molestar. Al contrario, dejó que la platica fluyera hacia el gremio toril, en memoria de la utilización que su santo abuelito el General Rojas Pinilla ¡gran hombre! hiciera del circo de toros, agregándole lindamente al ruedo y a los tendidos sangre humana y acompañando el sacrificio de las bestias con la muerte de algunos inconvenientes opositores a la dictadura.
Desconocer el arte que hay en la Fiesta Brava es como decir que no es arte la poesía de Jorge Robledo Ortiz, que no es pintura lo de Omar Rayo, o que no es deliciosa música la lírica de la peruana Tigresa de Oriente. ¡Bestias! Sí, bestias p´al matadero, en público, con jolgorios, hispánica y atávica alegre crueldad.
Y que no vengan a jorobar los tales defensores de animales. Si quieren defender animales, pues que defiendan al propio Petro, a la vieja Clara López (traidora de clase), a los magistrados de la Corte Suprema y a toda la peligrosa fauna de fieras del centro y la izquierda.
Ser anti taurino es un delito de lesa patria, contra esta linda colonia que va en camino de reintegrarse a la metrópoli peninsular gracias a la compra que han hecho de este país los inversionistas ibéricos. Y la otra, la sagrada España taurina, nuestra madre santa que nos diera la raza y la religión, la gran España profunda que engendrara los más maravillosos seres humanos como Francisco Franco, Rafael, Joselito, Marisol, José Antonio Primo de Rivera o su excelencia Aznar.
Lo único que le reconozco al gamín del Petro es que está en todo su derecho de prohibir. Qué sería de Occidente y de la civilización si no hubiéramos prohibido la pecaminosa felicidad, la equidad, la igualdad, el amor, el sexo, la droga… Prohibición a todo lo que amenace el orden judeo-cristiano de las vainas, menos los toros, lindo espectáculo que solo afecta a los amargados de las Torres del Parque, nihilistas e insensibles.
Quieren los bandidos del M-19 acabar con el arte puro. ¿No dizque son muy sociales? Y entonces a los tenderos en el entorno de la Plaza de Santamaría, ¿quién les va a pagar el lucro cesante proveniente de la intoxicación etílica de la fanaticada?
Además, eso de que el toro no muera es puro esnobismo europeo. Prohibir la muerte es como prohibir el ciclo de la vida. No sean ilusos, ni pendejos. Estar contra la muerte en un país que tan racionalmente la ejerce como forma de control social y de cohesión de las instituciones, es estar contra la estabilidad nacional, el progreso y el negocio.
El domingo me voy a gritar en la Santamaría en traje de luces y corrosca: ¡Viva la corona española, viva César Rincón, viva Fernando VII! ¡Abajo los criollos, abajo la Constitución petrista del 91 ¡Viva el 12 de octubre, abajo el 20 de Julio!