Cuando a comienzos de los sesenta dos inmensos talentos se juntaron para la creación de la Garota de Ipanema no se oteaba en el horizonte que se fuera a convertir en la bossa nova más famosa de la tierra de la buena música, la universal sin par, la del inmenso Brasil. Y no podía ser para menos porque el poeta Vinicius de Moraes, a quien tanto le debe la buena rima carioca, y el trepidante Antonio Carlos Jobin, unieron sus musas para dar creación a la infinita cadencia de uno de los temas más universales de la música del mundo. Bossa nova ecuménica.
Ver pasar diariamente camino del mar a la exuberante Heloíza Eneida Menezes Paes Pinto fue apenas suficiente para dar rienda a la creatividad de estos dos monumentos del arte del Brasil, quienes con sencillez de suave melodía nostálgica y versos sencillos de magistral sentido legaron al buen gusto toda la emoción en tan singular creación. Rúbrica y signatura de Vinicius y Jobin.
Cuando Joao Gilberto se unió con su intenso amor, Astrud para poner sus voces armónicas y melodiosas en beneficio de la audición de los iniciados le dio el ritual necesario para que la bossa nova más escuchada se fuera por los caminos sin retorno del buen gusto.
Más de mil grabaciones por los más destacados intérpretes en todos los idiomas con arreglos en diferentes ritmos, pero sin perder su esencia, La Chica de Ipanema se constituye en esos paradigmas que sin mucho esfuerzo van quedando de generación en generación como testimonio del arte convertido en leyenda.
El poeta Vinicius de Moraes y el Antonio Carlos Jobin fueron los compositores de la Garota de Ipanema.
Muchas discusiones sobre los mejores intérpretes de la Chica son alebrestados rifirrafes porque cada uno ha sabido ponerle su sello especial. El viejo de los ojos azules, Sinatra, hizo una finísima versión solo comparable con la de Sammy Davis Jr, Caetano Veloso, con su acaramelado seseo de inmensa calidad le ha dado vida descomunal por su manera de decirla. Madonna, el volcán arrebatado, la ha llevado a sus conciertos con alma soberbia y qué decir de Ella Fitzgerald, la dómina del jazz y el blues, en madura etapa de su elocuencia indiscutible.
Hoy, cuando hace cuatro meses se fue Amy Winehouse, la diosa del soul, aquejada por la melancolía de los excesos a sus escasos 27 años, he recordado a la Chica de Ipanema porque en su legado póstumo en un trabajo discográfico que estará en circulación la próxima semana la incluye como testimonio viviente de que esta bossa nova permanece sin límites de edades, tiempos, gracias o talentos.
La versión de Amy será escuchada con atención porque la estrecha relación de la bohemia de los bares del Candem de Londres le dieron a esta estrella furtiva la posibilidad de recrear a Vinicius y Jobin con estilo incomparable.
En sus tesoros escondidos póstumos no podía faltar ‘La Chica de ‘Ipanema.
Buenos son los recuerdos cuando de música se trata.