
Como si el espíritu de la Patagonia supiese que es mi último día recorriendo sus aguas, dejó para el final los regalos más hermosos. La magia en este lugar me permitió observar a 20 o 30 metros de distancia a uno de los seres más magníficos del océano, la ballena (no solo a una, a varias de ellas) y, para clausurar por lo alto este viaje, la luna menguante también se dejó ver en medio de una noche nostálgica porque se aproximaba la partida y llegaba el momento de despedirme de este paisaje del fin del mundo y de personas maravillosas que hicieron que mi experiencia en el Arctic Sunrise permanezca en mi memoria por siempre.
Embarcados en el Susy Q, abandonamos el barco con la esperanza de detectar a las gigantes que llegan a estas aguas tras su paso por el Ecuador en busca de alimento. Luego del avistamiento de un pequeño lobo marino, el chorro de agua que exhalan cuando salen a respirar a la superficie delató a la primera de ellas. Rápido nos desplazamos hasta ella, para verla más cerca, pero como si se sintiera espiada en su intimidad por su paso por las aguas más tranquilas de Magallanes, se ocultó nadando hacia las profundidades.
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Sin embargo, no tuvimos que esperar mucho tiempo para que una más se dejara ver en la distancia, brindando el momento más placentero: con esa delicadeza que las caracteriza, porque sus movimientos de gigantes se ven lentos y calculados, mostró su lomo en dos oportunidades para luego sumergirse y dejar al aire su cola blanca delineada en el borde externo por un tono negro.
Varios suspiros se escucharon en el bote, el mio incluido, porque es difícil de creer tanta belleza en un solo instante. El movimiento del agua salada, el frío que congela los dedos, las montañas verdes en su base y nevadas en la cima, el cielo azul con algunas nubes, y el silencio de los motores para no ahullentarla, fueron sobrecogedores (me le robo este adjetivo a mi compañera de viaje Gretel).
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También aparecieron en parejas para dar el mismo espectáculo sin que mermara la emoción. Las palabras se quedan cortas o mi capacidad para describir la sensación que llena de éxtasis el interior del cuerpo es insuficiente. En lo único que pienso es en su poder y, al tiempo, en su vulnerabilidad ante el hombre que es capaz de llegar hasta cualquier rincón del planeta, incluso hasta el punto más austral, pese a las difíciles condiciones para la supervivencia, para explotar los recursos y alimentar industrias que son perjudiciales para el ambiente.
Al pensarlo, la ambición de unos pocos por fortalecer sus fortunas y hacer negocios rentables a cualquier precio, especialmente a costa del bienestar de estos animales y de los demás que he observado en este viaje, de estos ecosistemas y de estos paisajes, me obliga a reaccionar, a manifestarme en contra de esa ciega obsesión por el dinero.
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Lo que propone Greenpeace es conservar los mares de este lugar como áreas protegidas, si la tierra hace parte ya de reservas naturales, el océano también debe sumarse a ellas. Chile puede seguir el ejemplo de Noruega en donde las comunidades locales se encargan de los cultivos a pequeña escala de salmón, y no entregar más concesiones para la instalación de estas piscinas artificiales que interrumpen la magnificencia de estas aguas.
A unos metros de donde observé a las ballenas aparece un salmocultivo. Los ubican en las corrientes más tranquilas y donde el agua es menos salada porque cae el líquido dulce del deshielo de los nevados y el que nace en las montañas, pero se ven frágiles a los vientos que en esta zona pueden llegar a los 100 kilómetros por hora. Además de la ya ilustrada contaminación que generan las heces, el alimento no consumido y los antibióticos que les aplican a miles de salmones concentrados en estas piscinas que pueden tener el tamaño de una cancha de fútbol.
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De regreso al Arctic Sunrise, cuando la tarde está cayendo y el frío se hace más intenso, me invade la nostalgia de dejar este lugar y a esta gente: marineros, científicos y voluntarios que hacen este difícil trabajo para evidenciar una problemática que no es sólo chilena, es latinoamericana, es mundial, porque la Patagonia debe ser patrimonio ambiental de todos los habitantes de la tierra, así como lo debe ser la Amazonía y tantos otros ecosistemas que prestan servicios invaluables para la sobrevivencia del ser humano.
Es la última noche, retomamos el rumbo hacia Punta Arenas, donde inició esta travesía, para desembarcar. La luz de la luna, que apenas se deja ver en esta noche un poco despejada, me llama a través de un ojo de buey, y tomar aire en la popa se me hace necesario porque el mar está agitado y siento un poco de mareo. Afuera, sola, pienso en cuándo será la próxima vez que pueda deleitarme con este paisaje. Tal vez no sea pronto, pero espero que al volver se hayan tomado las decisiones acertadas para conservar este lugar y a su fauna y flora intactos.
El día final llega. Recojo las pocas cosas que me acompañaron en esta travesía, limpio la habitación y empieza el ritual de despedida. En el Arctic Sunrise seguirán su viaje con nuevos visitantes. Continuará el recorrido por las aguas del mar de Magallanes para luego tomar rumbo a México.
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En cubierta, en una pequeña ceremonia de graduación, nos entregaron una especie de diploma que certifica que recorrimos las aguas que el español descubrió en el siglo XVI. El amanecer, a pocos metros de Punta Arenas, es el momento propicio para tomar las fotos de despedida y agradecer la hospitalidad de todos, desde el capitán Barbal, pasando por Nacho, el primer oficial, Estefanía, la geógrafa y líder de la campaña para proteger el mar patagónico, y todos los 32 tripulantes que compartieron conmigo, como una especie de familia, durante estos seis días de experiencias maravillosas, reflexivas e inolvidables. A Greenpeace y a todos los que me permitieron hacer este viaje, ¡¡¡¡¡Infinitas gracias!!!!!
Ya montados en el Sid, el bote que nos llevó a puerto, vemos al Arctic hacerse cada vez más pequeño, pero la última maravilla aparece a nuestro lado: un par de delfines chilenos, que son más pequeños que los que habitan el Caribe, despliegan su gracia saltando a nuestro lado. Ese fue el adiós y el cierre perfecto de esta travesía que transforma el pensamiento y genera grandes reflexiones.


