Las letras que el coronel Édgar Yesid Duarte escribió durante su cautiverio huelen a tierra húmeda. Están plasmadas en varios cuadernos, papeles reciclados y empaques de papel higiénico. Las que parecen definitivas fueron escritas con tinta negra; los borradores, a lápiz. De manera sorprendente se conservan en buen estado, pese al tiempo y a la inclemencia de la selva. Sin importar las largas travesías, Duarte atesoraba papel, esferos y cajas de colores, como si supiera que no regresaría y que algún día sus escritos llegarían a las manos de su familia. En papeles quedó su recuerdo luego de trece años de cautiverio. Allí el coronel Duarte dejó su testamento.
Son más de una docena de cuadernos ─menos de la mitad en blanco─ con escritos producto de su pensamiento y voluntad. El coronel Duarte, el último hombre con el rango más alto que estaba en poder de las Farc, dedicó el tiempo a redactar textos que él mismo ilustró y coloreó con escrúpulo. Cuidó cada detalle, tildó las palabras y usó signos de puntuación para darle ritmo a sus narraciones. En los párrafos dejó en evidencia sus deseos y anhelos de libertad.
En la página 126 de un cuaderno cuadriculado atestado de letras ─la misma hoja que Sussy Abisbol, esposa del Coronel Duarte, considera la última que él escribió antes de su fusilamiento, el pasado 26 de noviembre─ hay un relato que parece una despedida anticipada de solo 18 líneas dirigida a su hija Viviana, quien conoció a su papá a través de las escasas pruebas de supervivencia.
A la familia del coronel Duarte le entregaron cuadernos, recortes, cajas de colores, un radio y algunos dibujos que hizo durante su cautiverio.
“Sigue estudiando, hijita mía, aprende muchas lenguas e idiomas, ojalá además del francés y el portugués aprendas otros como el italiano y el alemán. Sigue conociendo países y culturas; sigue acumulando conocimientos que eso me llena de orgullo, tener una hija tan inteligente a la que Dios dé saber, que no se rindió ante la adversidad y que me hace pensar que mi infortunio para que tú y tu mamita fueran personas muy grandes a mi ojos (…)”.
Viviana está sentada en la sala de la casa de su abuela paterna, doña Hilda Valero. Allí hay un altar pequeño con algunas fotografías del Coronel Duarte, imágenes de la virgen, un velón y un vaso de agua del que se cree que el difunto bebe agua. Mientras un par de pájaros enjaulados de color amarillo silban, ‘Ricitos Áureos’ ─como la llamaba su papá─ comienza a leer apartes de un escrito que se titula ‘Tu padre imaginario’.
“Imagínate que tu padre es el hombre que más te ama y quiere en esta vida. Y que sufre y aguanta por ti un calvario de amor que no desea a nadie, ni quiere que nadie vuelva a padecer, por eso acepto gustoso que sea el último sacrificio de tal ignominia con tal que ninguno lo vuelva a repetir; por eso sus sufrimientos y sentimientos son reales (…)”.
Son ocho páginas donde el Coronel Duarte le expresa el amor a la hija que dejó cuando apenas tenía dos años de edad.
“Imagínate que tu padre vive sólo para ti y por ti, que te piensa día y noche en un mundo irreal, entre los sonidos del silencio de la selva, en el silencio de su avatar, entre los arrullo de los grillos y los chirridos de las aves y pajaritos, entre los rugidos y aullidos de los animales que acompañan a tu peregrino padre en su endémico caminar, entre los susurros del viento que musitan melodías melancólicas de soledad y tristeza que solo recogen los oídos que saben amar, entre las aromas de la selva que endulzan a veces con aromas de selva que endulzan a veces con aromas florales de elegía dulce, de fragancias de nostalgia y ansias de libertad (…)”.
El Coronel Édgar Yesid Duarte fue secuestrado el 14 de octubre de 1998 en la toma a Paujil (Caquetá). Durante sus años de cautiverio llevó su argolla de matrimonio, bordó en un pequeño pedazo de tela verde una hoja de laurel y tres barras ─las insignias del cargo como coronel que se le otorgó en junio de 2010─, objetos que también fueron entregados a su familia. Además de un reloj de marca Casio que Viviana tiene puesto en su brazo derecho, mientras que no suelta de sus manos el cuaderno que su papá le hizo a ella y que al parecer tiene más de cinco años.
“Por eso cuando la soledad te agobie tu delicada alma, cuando la tristeza anegue tu tierno corazoncito, cuando las penas saquen de tus ojos cristalinos lágrimas, cuando creas que estás hundida en la nada y nadie te determina o comprende, saca tu cuaderno, tus poemas y dibujo que te he hecho y que en tu melancolía brillen como muestra de mi amor lejano, recuerda con nostálgico amor que hay alguien que también sumido en el dolor te piensa y también te ama y que ha soportado por ti mil pruebas, todo para volver a ti”.
Al pasar las 177 páginas del cuaderno que tiene en la portada una niña violín, el mismo instrumento que Viviana está aprendiendo a tocar, aparecen cuentos, fábulas con moralejas y algunos poemas. Aunque la mayoría de los textos son alegres y pretenden dejarle una enseñanza a Viviana, hay uno que llama la atención por su título: ‘Baúl de olvido’.
A través de un cuento titulado ‘El Cerdo Millonario’, el coronel Duarte habla de la guerra.
“Estalló la guerra en la ciudad, las autoridades civiles y militares empezaron a exigir dinero a los más ricos para mantener las tropas y rechazar al enemigo. La guerra se prolongó durante mucho tiempo y las fuerzas contrarias tomaron la ciudad y lo primero que hicieron fue saquearlo y llevarse sus riquezas (…) La guerra terminó y las tropas enemigas se retiraron para dejar la ciudad en ruinas (…)”.
El Coronel Édgar Yesid Duarte dejó los últimos trece años de su vida en la selva. De sus cuatro compañeros secuestrados en el campamento era quien tenía la mochila más grande. Por eso, José Libio Martínez le ayudaba a cargarla. Tenía varios cuadernos en inglés, una biblia con algunas frases subrayadas, un radio marca Sony que su esposa no se ha atrevido a prender, recortes de empaques de comida como el oso de pan Bimbo, una revista Cromos del año 2001 y la piel de un tigrillo que le tenía guardada a su papá, Darío Duarte. Como si supiera de su muerte, el coronel Duarte conservó en bolsas plásticas sus escritos durante años, plasmó su realidad en letras, a la espera de que algún día quienes lo esperaron por años pudieran leerlo.