Agua. No había más que agua en todas direcciones. El viento, irascible, golpeaba la pequeña lancha que se hallaba en medio del océano, batallando contra las grandes olas provocadas por la tempestad. El sueño americano de Yuber* se había frustrado.
Yuber apenas puede moverse dentro del pequeño taxi adornado con luces azules dentro y fuera. Es un hombre de gran tamaño que lleva una gorra a pesar de ser de noche y las calles oscuras por el sector de Suba, en el norte de Bogotá. Tiene la piel oscura, tostada por el fuerte sol de Cartagena, la ciudad que lo vio nacer.
Los tatuajes invaden su piel. Sus brazos, manos, cuello y hasta partes de su rostro están marcados por la tinta. Los trazos no definidos, algunos ni siquiera bien cicatrizados, lo hacen parecer un peligroso pandillero latino de una película de Hollywood. "A veces las personas me ven y prefieren no subir al taxi. Me ven la cara de hampón. Pero yo soy un man sano".
Son las marcas que le dejó su paso por una de las prisiones más peligrosas de República Dominicana, un lugar al que llegó buscando evadir la extrema pobreza en la que se crió. La Cartagena que lo vio crecer no era la bonita y lujosa que aparece en televisión, con edificios imponentes, epicentro de las expresiones culturales más ricas. Era un lugar olvidado, de calles polvorientas, casas hechas de tablas y ramas.
"La cosa era difícil. Un pelao sin plata ni con qué comer. No estudié, salía a trabajar en los semáforos, pero ya. Si a los 15 años me hacía diez mil pesos un día me sentía rico. Para salir de eso tenía dos opciones: o cogía un arma y me ponía a atracar, o buscaba suerte en otro lado", comenta.
Sucedió una noche hace quince años. Tenía claro lo que quería: dejaría atrás a su madre y sus dos hermanos para buscar suerte fuera del país. Soñaba con una casa grande en Miami, en un lujoso vecindario como solían ser los de las películas que pudo ver en el televisor del turco Amín, la única persona medianamente adinerada de su barrio. Tomó un par de camisetas, las metió en una mochila, y salió rumbo a Panamá.
Lo había planeado todo. Pasaría por tierra y llevaría consigo los pocos ahorros que guardó durante tres meses. Así lo hizo. Sin consumir más de una comida diaria, metiéndose en camiones que transportaban reses y verduras. Si tenía suerte pasaba por una plantación de plátano y arrancaba un racimo, con el que se sustentaba por días.
Panamá
Ciudad de Panamá era imponente. Edificios enormes y autos lujosos componían un paisaje opulento, algo que Yuber nunca había visto. Pero no tenía tiempo para disfrutar. Tampoco el dinero. Ahora debía cumplir su misión: encontrar a uno de los conocidos hombres que prometían llevarlo a Estados Unidos. Una tarea que no resultó difícil. Algo en su aspecto parecía dar a entender sus intenciones, porque varias personas se ofrecieron a llevarlo.
Finalmente se decidió a abordar una embarcación. No era muy grande, pero eso no seria inconveniente: "Aunque no parezca, yo era flaquito". Se trataba de una lancha adaptada de forma improvisada para ser abordada por un conductor y tres personas escondidas bajo una falsa cubierta. "Olía a pescado podrido, a veces se filtraba el agua. Pasé varios días allí, navegando, sin comer más que plátanos, porque era lo único que pudimos cargar".
Hubo días de calor sofocante y noches heladas. De vez en cuando llegaban a un puerto clandestino, en un país incierto para él, en el que recargaban combustible y estiraban las piernas. No sabía dónde estaba, pero sabía que era cerca. Cerca de cumplir sus sueños, cerca de pisar suelo norteamericano.
Llevaba cerca de dos semanas viajando en el océano, cuando una la lluvia empezó a caer. Las olas, impulsadas por impetuosos vientos, se levantaban agresivas, decididas terminar con sus vidas. El agua se colaba por todas partes de la lancha, cuyos tripulantes hacían esfuerzos infructuosos por mantenerse a flote. Entonces, sucedió lo inevitable: la pequeña embarcación naufragó
Preso en el extranjero
Por unos segundos Yuber pensó que iba a morir. La lancha ya no existía. Era de noche, estaba oscuro y llovía. "Vi una luz y dije: 'ahora sí me llevó el que me trajo'. Pero después sentí que una mano me jalaba. Cuando volví a abrir lo ojos, estaba en un bar, me salvé, sí voy a llegar a Estados Unidos".
Sus esperanzas se desmoronaron al instante. Estaba en aguas pertenecientes a República Dominicana, en una embarcación de la Guardia Costera. entonces se dio cuenta de la complejidad de su situación: Un colombiano sin documentos, lejos de su país, naufragó de una lancha ilegal, capturado por las autoridades dominicanas.
Tan pronto pisó tierra firme fue trasladado a la Penitenciaría Nacional La Victoria, donde esperaría resolver su situación. No tenía muchas opciones. Seguir en la cárcel o ser deportado de vuelta a Colombia.
Tres años duró en prisión, compartiendo patio con peligrosos criminales, inmigrantes ilegales capturados en circunstancias similares a la suya. Como pasaba largas horas levantando pesas, dejó atrás su delgada figura y se convirtió en un sujeto grande e imponente. Adornó su cuerpo con desfigurados tatuajes hechos por otros convictos, y su cuerpo quedó marcado con algunas cicatrices producto de uno que otro enfrentamiento.
Luego de una larga espera, fue comunicado de un acuerdo con la Cancillería de Colombia para ser deportado. De vuelta al país, se quedó a vivir en Bogotá, y conduce taxi, nunca volvió a Cartagena.
"Hace cuatro años llegué a la ciudad y todavía recuerdo esa noche. Las olas, la oscuridad, el agua entrando por mi boca. No volví a la costa. Tengo miedo del mar".
*Nombre cambiado por solicitud de la fuente.