La doble tragedia de Carlos Fuentes

Jue, 02/02/2012 - 15:30
* Esta historia se publicó el 2 de febrero de 2012.
Por Pacho Escobar
* Esta historia se publicó el 2 de febrero de 2012. Por Pacho Escobar
Una trágica llamada despertó al escritor Carlos Fuentes la madrugada del miércoles 5 de mayo de 1999. Los párrafos premonitorios de su novela ‘Todas las familias felices’ se habían convertido en realidad. Del otro lado de la línea, en Puerto Vallarta (México) alguien le informaba que un joven hemofílico de padre escritor, había muerto. Se trataba de su hijo Carlos Fuentes Lemus.

Su muerte fue confusa. Los periódicos mexicanos explicaron que se trató de una hemorragia causada por la enfermedad que lo atormentaba desde niño. Sin embargo, los gárrulos se atrevieron a decir que el joven poeta se había suicidado con una sobredosis de barbitúricos.

Cuentan que de niño había sido muy retraído, que hablaba poco pero creaba mucho. Desde temprana edad debió someterse a las dolorosas inyecciones de Factor Ocho, la medicina para los enfermos de aquella condena. Las celebridades que visitaban a su papá terminaban siendo retratadas en fotografías o dibujadas en cuadernos por el niño. Lo hacía tan bien que a los cinco años ganó el Premio Shankar de Dibujo Infantil otorgado en Nueva Delhi (India).

Cuando tenía 13 años comenzó a escribir poemas y a pintar en serio. Las letras del muchacho, en clave, confesaban que la muerte se sentaba al lado suyo todos los días. "Dios bueno, qué bueno fue / quiéreme, nunca dejaste de quererme", escribiría el muchacho. Mientras su padre cosechaba éxitos como el Rómulo Gallegos, en 1977, y el Cervantes, en 1987, la felicidad de la familia se tornaba gris por las frecuentes idas a urgencias tras el debilitamiento inmunológico de Carlitos.

En 1994 sufrió una grave meningitis que le arrebató parcialmente el gusto y el oído. Entonces se dedicaría a leer y a descubrir su amor por Baudelaire, Oscar Wilde, Jack Kerouac, Nietszche y la poesía de Keats. Los leía en una de sus dos casas: la familiar y el hospital.

Carlos Fuentes Lemus nació en París y murió a los 25 años en Puerto Vallarta (México). Natasha Fuentes Lemus nació en Washington y murió a los 31 años.

El chico se iría a estudiar a Londres pero la ciudad lo agobiaba. Solía tomar el tren los fines de semana para refugiarse en Coventry, un pueblo silencioso y modesto. Allá pintaba y escribía. No le gustaban los medios, aquellos que perseguían a su papá más que a sus propios libros: "No le creas a mi mente diseñada por los medios", le escribía a su novia.

Sus últimas y trémulas horas las pasaría junto a ella, Ivette. Se encontraban en Puerto Vallarta finalizando un libro de poemas, iniciando el guión de una película y planeando la vida sin saber que ‘la afanosa’ estaba tras la puerta. Carlos llamó la noche anterior a la mayoría de sus amigos para confesarles que el amor hacía ‘bum bum’ en su pecho. Se recostaron en la sala a despedir la medianoche. Pronto la señora muerte entró en los pulmones del chico, quien cayó fulminado por un paro pulmonar.

“¿Viviré mañana? No lo sé decir / Pero no me iré de aquí sin resistencia / Esta recámara es mi núcleo / Pensar bajo las cobijas es mi fuga”. Fue el poema premonitorio que había dejado escrito el joven de la casa Fuentes Lemus.

La vida continuó para la familia. Trataron de hablar poco con los medios sobre la pérdida del aquel ser querido. Un año más tarde Carlos Fuentes asistiría al lanzamiento del libro ‘La palabra sobrevive -Poemas 1986/1999’, una recopilación de los escritos de su hijo editado por el por el Fondo de Cultura Económica de México. Entonces no se hablaría más sobre el tema por una razón hermética: Silvia Lemus, que desde que nació el frágil Carlos lo cuidaba hasta del frio de la nevera y se había convertido en su gran amiga, estaba destrozada.

Por esos años, el prolífico escritor se encerró a escribir en su casa de Londres. Publicó seis obras: ‘Instinto de Inez’, ‘La silla del águila’, ‘Inquieta compañía’, ‘En esto creo’, ‘Contra Bush’, ‘Águila’ y ‘Los 68’. Otros premios poblaron la sala de su casa. Pero la tragedia que lo persigue volvería un miércoles.

Carlos Fuentes tuvo dos hijos con la periodista Sylvia Lemus. Los dos murieron en extrañas circunstancias.

El 24 de agosto de 2005 el teléfono timbró de nuevo. Un inspector de la policía mexicana lo solicitaba con urgencia. Bajo un puente peatonal del barrio Tepito, uno de los más peligrosos del Distrito Federal de México, habían encontrado el cuerpo de una señorita de pelo negro hasta los hombros, nariz aguileña, cejas semipobladas, piel blanca, manos delicadas. Los documentos de su cartera la identificaban como Natasha Fuentes Lemus, de 31 años de edad, nacida en Washington. El inspector le comunicó que tal vez se trataba de su hija.

Natasha era de esas niñas para quienes su padre se convierte en su sol. Cuentan que durante las cenas la pequeña se sentaba a escuchar a los mayores para preguntar algo que no había entendido. Gozaba de un fino humor, se metía en el estudio del escritor y le escondía los documentos que estaba repasando. De pronto volvía a entrar con una amiguita y, señalando a su padre, decía: “te presento a mi papá, tiene cien años de edad”.

En la adolescencia los oficios del padre la convirtieron en una mujer huraña que se encerró a leer todo cuanto pudo. Corregía a sus profesores recitando las fechas exactas de nacimiento de los artistas, el final de las batallas y el nombre de los personajes antagónicos de la literatura universal. “Has leído demasiado, niña”, le decían sus profesores. Pero desde su nacimiento la literatura la perseguía. Fuentes la había bautizado en honor a un personaje llamado Natasha Róstova de la novela ‘La guerra y la paz’ de Tólstoi.

Natasha se decidió por las Artes. En el camino y en la soledad de la ciudad más poblada de América, comenzó a experimentar el mundo real, el mundo detrás de su apellido. Cuentan los más cercanos que desaparecía por muchos días y luego volvía enfadada, delgada, cansada. Dormía durante días. Según uno de sus compañeros, “ella más que de escribir era de vivir”.

El día que aterrizó en México el escritor recibió las condolencias de medio mundo, desde reyes y presidentes hasta de sus propios enemigos. “La muerte de los hijos es más fuerte que la de los padres”, comentaban los amigos. “Quién sabe si se recupere de esta”, decían los otros. Tal vez la mejor frase para describir el drama que ha vivido el escritor la pronunció su hijo una noche: “I am damned (Estoy maldito)”. Cuando a Carlos Fuentes se le pregunta por su tragedia, el escritor solo tiene una respuesta: “ellos me acompañan cuando escribo”.

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