-Tengo clarísimo lo que es importante para mi padre- Responde Lina, la hija del pintor Fernando Botero. Ella es la encargada de seleccionar los mejores cuadros de su padre para el homenaje que se le hará al maestro a partir del viernes en México, y que se extenderá por los próximos tres meses.
Lina aprendió a pintar en el regazo de su padre. Sobre los lienzos ella garabateaba dibujos que luego el maestro convertía en grandes obras. Cuando se cansaban de las jornadas en el taller, salían a medianoche al cementerio para enfrentar el miedo. De regreso a casa, tomaban cremas de tomate imaginando que se trataba de ojos sangrantes.
Mientras pintaban juntos, Lina aprendió a conocer cómo su padre deslizaba el pincel sobre el lienzo. Lo vio centenares de veces, y hoy es capaz de reconocer si una obra es de él o es una falsificación. Su hija es la mayor detectora de falsificaciones de los cuadros de Fernando Botero.
A los diez años, no se explicaba el porqué las pinturas que veía en su casa de repente aparecían en las grandes galerías europeas y latinoamericanas. Sus vacaciones siempre fueron una escuela de arte, pues durante esa temporada se encontraba con su padre.
Lina es la segunda hija del matrimonio entre el pintor Fernando Botero y la gestora cultural Gloria Zea. En 1955 se casaron y se trasladaron a México, donde nacieron Fernando, Juan Carlos y Lina. Después de cinco años de convivencia se separaron, y el maestro se fue a vivir a Nueva York. A pesar de haberse separado de su padre a los 3 años nunca dejaron de tener contacto emocional y a través del gusto por el arte.
De regreso a Colombia, en 1969, Zea fue nombrada directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá, el mismo año en que la pintura abstracta se tomó el mundo y las críticas destruyeron el trabajo de su padre. Ella sin entender se mantuvo siempre a su lado. Revistas como Art Magazine o News lo catalogaban como un ‘monumento a la estupidez’. Para ese entonces, Lina Botero tenía 11 años. El arte estaba en todos los espacios. Con su padre pintaba, con su madre escuchaba cátedras de historia, nombre de artistas y nuevas técnicas.
Lina creció y tomó un camino distinto, se hizo presentadora de televisión. A los 25 años conoció el amor con el galerista Alfred Wild. Se casaron y celebraron la recepción en una finca de la sabana bogotana, propiedad del maestro Fernando Botero. Del matrimonio nacieron sus dos hijos, Nicolás y Andrea, quienes como ella, compartían las vacaciones con su abuelo en Pietrasanta (Italia).
Después de un corto matrimonio conoce en España al empresario Rodrigo Sánchez. Tras un romance de seis meses deciden casarse en Venecia (Italia). La imagen de la tarjeta de la boda, una pareja bailando, fue diseñada por Fernando Botero.
Hace cuatro años Lina decoró el yate de su padre. En una exposición de barcos en Londres eligió el de marca Sunseeker 30, un deportivo con cuatro habitaciones y capacidad para 10 pasajeros y 5 tripulantes. Como sabe que las más de 8 horas diarias de trabajo alejan a su padre de los viajes, Lina construyó un estudio a bordo.
‘Fernando Botero: una celebración’ es el reencuentro de la familia con México. Las nueve salas tendrán piezas inéditas realizadas el año pasado, y otras poco recordadas por el público como ‘El patio de caballos’, expuesta hace 20 años en París y ‘Mujer llorando’, uno de sus primeros trabajos a los 17 años. Diez de las 80 piezas de la colección de Abu Ghraib fueron prestadas por la Universidad de Berkley, además de otras cedidas por coleccionistas privados.
Para Lina uno de los cuadros más especiales de su padre es ‘Retrato de Pedrito’, un homenaje a su hermano Pedro quien murió a los 4 años en un accidente automovilístico. Una pintura que no hace parte de la retrospectiva pero se encuentra expuesta en el museo de Antioquia.
Hoy, Lina está radicada en México donde empieza sus días a las 7 a.m. al lado de su esposo y sus hijos. Es la primera vez que es curadora de una exposición de su padre, y para ella es el resultado natural de muchos años de experiencias a su lado.
