Lo último que Silvia Corzo me mostró fue un letrero gigante pintado en la pared de su sala: “No tengo que hacer nada”, decía en letras rectas y negras dispuestas en tres líneas, justo apenas para una lectura pausada. Lo puso allí en un punto de quiebre en su vida, cuando preparaba su marcha de Caracol Televisión y se alistaba para su llegada al Canal Uno. Por aquellos días estaba cansada, enferma, confundida, una pesadumbre que venía de atrás con el transcurrir diario de un trabajo cuya clave se reducía a contar malas noticias.
Pero el desasosiego se fue diluyendo con el paso de las semanas y su llegada a Noticias Uno hace casi dos años significó un viraje en doble sentido: hacia dentro, hacia sí misma y su hogar; y hacia afuera: los televidentes y el país que no descansa en su andar de tragedias, sorpresas y héroes de carne y hueso. Y ese fue el primer tema del que hablamos tres horas antes, en una cita para desayunar y conversar que se extendió hasta el mediodía, cuando las llamadas del equipo de producción de ‘Veredicto’ solicitaban su presencia para iniciar la edición del programa que se había grabado el día anterior en los estudios de NTC en Bogotá.
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Cuando llegamos sobre las nueve de la mañana nos abrió su hijo, Pablo, que había llegado de un campamento para chicos en Inglaterra hace unos días. Nos acomodamos en la sala mientras su empleada recogía algunos regueros del recibimiento que Silvia preparó para él: bombas de colores desperdigadas por toda la casa y avisos de bienvenida acomodados junto a la chimenea.
Silvia baja de su cuarto y va a la cocina para pedir que preparen el desayuno de Pablo y un café para ella. Entra y nos saluda. Nos invita a sentarnos cerca a la chimenea. Sus maneras son amables y sus ademanes enfáticos. “Yo soy una herencia de la ‘Tata’ (María Cristina Uribe) en todo sentido, no solo me dejó su puesto sino su maquillador, la persona que la arreglaba y sus compañeros”, cuenta mientras se ajusta su pelo para las fotos.
— ¿Cómo ha sentido el cambio de la televisión privada a la pública?
—Ha sido maravilloso, porque me consienten. Todo ha sido un cambio. Un momento de mi vida en el que tengo establecido claramente mis prioridades.
— ¿A qué se refiere con sus prioridades: familia, trabajo…?
—Familia…, en Caracol terminé de psiquiatra. Salía de los noticieros, hacía dos diarios, llegaba a la casa devastada, no hacía cosas terribles sino que las decía, que era algo similar.
Silvia Corzo llegó por casualidad al periodismo, comenzó haciendo un programa en radio sobre Derechos Humanos en la UIS a comienzo de los noventa.
Silvia mantiene un ritmo constante en sus frases, el mismo que su directora de Noticias Caracol, Lucía Madriñán consideró “justo, preciso para contar noticias”. Me cuenta que la etapa más difícil fue al comienzo, los tres primeros meses, “llegaba todos los días con ganas de renunciar, no me imaginé que fuera a ser tan duro y difícil. Luego sí me acomodé”.
“A todo lo que fue gracias, a todo lo que ha de venir sí”, dice otro mantra que está en la pared cerca de las escaleras. Desde la sala contigua donde estamos no se puede ver bien, nos ponemos de pie y Silvia nos lo muestra, va por la mitad de su café. La pared completamente blanca tiene en el letrero un foco inmediato de atención, además no hay ornamentos ni decorados en la sala y el vestíbulo que conduce al segundo piso, “la verdad es que casi no compro nada para la casa, por eso me gusta que me regalen adornos”. Regresamos de nuevo a la sala mientras la empleada sube el desayuno. Hace un año que Silvia vive acá con su hijo, ha cambiado algunos hábitos, por ejemplo, no come sentada en una silla sino en unos cojines, al estilo japonés, además la comida que consume –según ella- es sana, equilibrada, variada.
Llevamos algo más de una hora de entrevista, me percato que no hay música ni radio de fondo, un silencio que no se interrumpe, una especie una capsula para meditar y aislarse de los demás.
— Yo siempre me la he pasado en el diván analizándome a mí misma, siempre he sido así desde pequeña, muy autocrítica y evaluadora.
— ¿Y qué ha descubierto en esos análisis?
— Aprendí a descubrir y aceptar la soledad como compañera.
Conectarse consigo mismo, frase reiterativa en nuestra charla. Cuando te proyectas, explica Silvia, mucho hacía afuera te desconectas hacia dentro. El público, los televidentes, la noticia, el director, llegar temprano, horarios, rating, situaciones absorbentes que la llevaron al límite y decir no más. Claro, un no más a Caracol no es sencillo, “cuando les dije que había tomado la decisión de irme hubo un pequeño desquite conmigo, me sacaron de las noticias del mediodía y me pusieron el horario de la mañana, a primera hora (…) y bueno, me despedí de todos mis compañeros en un desayuno que organicé yo misma en el canal, y en que hubo hasta serenata". No se pudo despedir al aire de los televidentes, tan solo de Copete, su eterno enamorado, enfatiza que "aunque las directivas se portaron bien y no querían que me fuera, no podía faltar a mi palabra”.
Llegó Caracol televisión en el 2002, allí presentaba la emisión del mediodía del noticiero, hacía la sección ‘En todo su Derecho’ y ‘Séptimo Día’ junto a Manuel Teodoro .
Recuerda cuando transmitió la Guerra de Irak en el 2003, que comenzó un jueves y le correspondió el turno de noticias de la mañana siguiente, en ese fin de semana no pudo dormir, ni los siguientes, las pesadillas eran agobiantes, pasaron de ser ocasionales a algo de todos los días. No pudo más, su psiquiatra le dijo que se fuera y desconectara.
— ¿Cómo hacían tus compañeros entonces, estaban todos igual…?
— No. Eso solo me pasaba a mí. Mis compañeros lo manejaban como era: un oficio, un trabajo, que es presentar noticias.
“Me habría encantado tener la escuela de D'arcy Quinn, de Yamid Palacio o de Susana Herrera”. La oportunidad llegó en la sección que se inventó Darío Fernando Patiño, ‘En los zapatos de…’ Silvia escogió el oficio de limpiador de alcantarillas, el único miedo era la claustrofobia y el pánico a las ratas, pero quería hacerlo. Y lo hizo, le quedó como lección que las alcantarillas hay que limpiarlas desde afuera y no desde adentro, en las bocatomas. El momento más duro del reportaje fue cuando encontró un pequeño bulto de carne, un feto.
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La historia de los mantras no comienza en algún retiro espiritual a la India (que le encantaría conocer) ni charlas con un swami, sino de la acumulación de tensión y estrés en Caracol. “Pasé por una etapa de reflexión interna, en esa época conocí personas que me fueron dando consejos para ver mi vida de otra manera”, los consejos que recibía y lo que leía en revistas y libros los anotaba en un cuaderno o en hojas sueltas. En un momento tuvo tantas que decidió pegarlas detrás de la puerta de su estudio para verlas siempre y no olvidarlas.
Me invita a subir a conocer esa puerta, un cuarto pequeño, iluminado con una lámpara de luz alógena adherida a la pared, justo encima de su silla. No hay nada, miro la puerta de nuevo, cerciorándome ante lo evidente: no hay hojas ni avisos ni mensajes pegados en ella.
—Bueno, y dónde están… - pregunto intrigado.
—Estaban, y como tengo mala memoria escogí algunos y los mande a hacer. Los que más me gustan.
Salimos del estudio, sobre el corredor que conecta a los cuartos de su hijo y el suyo está otro letrero, caminamos hasta él, está organizado en dos renglones y en letras de diferentes tamaños: “La persona más difícil de amar es la que más lo necesita”. En un momento se tiene que alistarse para dar una conferencia sobre periodismo, se apresura con su café, toma un poco de aire y me explica qué significa: “La escribí en momentos muy difíciles, no míos sino de otras personas, cuando una persona te ataca te pide amor de una forma equivocada”. Bajamos de nuevo a la sala, el equilibrio interno de Silvia se refleja en su casa, pero me queda la duda sobre qué rompe esa armonía, hay algo que puede trastocar la paz y el fluir.
"Fui ochentera, crecí con Michael Jackson y Madonna, cuando compré sus acetatos fue maravilloso", cuenta Silvia.
“Esto es lo único que rompe el equilibrio”, va hasta la mesa en la mitad de la sala y lo levanta: un libro inmenso de Bon Jovi que repasa los fines de semana, “es mi cantante favorito, sabes que no los pude ver la primera vez que vinieron y tampoco la segunda, estaba trabajando”.
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El tema que está en boca de todos es el futuro del Canal Uno, que está en veremos, y que tiene dos programas rescatables: el noticiero CM& con Yamid Amat a la cabeza, y Noticias Uno.
—Hay muchas especulaciones. A pesar de todo lo que se dice afuera continuamos haciendo las cosas iguales, no pensando si esto se acaba mañana.
—Pero, ¿se sienten presionados por la posibilidad de cierre…?
—Hacia afuera es tenso. Adentro no. Pero tenemos claro algo: lo que se decida se acepta.
Pone de ejemplo a Ignacio Gómez, —el “Siete vidas, le dice Silvia”—, que ha recibido más golpes y tiene los nervios de acero. “La gente que trabaja en Noticias Uno es estoica, están acostumbrados a las crisis”. Hace un par de semanas se vivió un momento tenso y simpático, fue el reportaje sobre las medallas de los Juegos Mundiales de Cali y el error de World y Word Games. La respuesta de algunos caleños fue inesperada: se sintieron ofendidos con la noticia, pero no fueron contra los organizadores, quienes debían estar al tanto de los detalles, sino del noticiero. “Continúo siendo muy crítica conmigo misma, es inevitable”, dice Silvia mientras toma el último sorbo de café. “Mira, en Caracol me decían usted no puede opinar sobre esto, porque compromete al canal. En Noticias Uno es diferente, diga algo, opine”.
— ¿Por qué le cuesta tanto…?
—Pues, es que me quedó la tara de ocho años en Caracol.
— ¿Qué es lo más complicado de Noticias Uno?
—La impotencia de las denuncias, sobre todo cuando se relaciona con los poderosos.
Su línea ha sido crítica y por eso consideró un acierto su llamado a trabajar junto con Cecilia Orozco e Ignacio Gómez.
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Deja su pocillo en la mesa central junto con el libro de Bon Jovi, el sol ha desaparecido y el frío se siente con fuerza en la casa, a pesar que el piso sea de madera, por lo que ya no anda descalza sino en tenis. Hace unos años le pidieron que se definiese en pocas palabras, encontró tres: emocional, sensible y noble. ¿Diría lo mismo hoy con más años y dos matrimonios y dos divorcios a cuestas? No creo. Va hasta el vestíbulo y busca algo en los cajones de un armario. Saca un cuaderno, pasa las páginas buscando algo que escribió. Cuando lo encuentra me lo muestra: “Uno no debe buscar afuera muchas cosas que le faltan adentro”, está escrito en tinta verde y gruesa, cerca a otros que fue tachando a medida que los iba recordando y poniendo en práctica.
—Yo no me resisto, dejo que las cosas fluyan, acepto las cosas buenas y malas. Esa es mi filosofía ahora y otro que quiero pegar en la casa.
En la puerta de su casa nos despedimos, Silvia se queda un momento de pie en la distancia, estática y sonriente como una postal de culto.
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