No era fácil llenar un tren de muertos. Para esa descomunal tarea, Gabriel García Márquez necesitaba tres mil cuerpos. Por eso dijo que en la Masacre de las bananeras, el Ejército se había matado a tres mil obreros. Una parte más del Realismo Mágico.
José Arcadio Segundo estaba en la estación del tren de Macondo. Había sido designado, junto con otro coronel de apellido Gavilán para “confundirse con la multitud y orientarla según las circunstancias”. Las circunstancias a las que se refería era la huelga de obreros de las bananeras.
Entonces, “el ejército había emplazado nidos de ametralladoras alrededor de la plazoleta, y que la ciudad alambrada de la compañía bananera estaba protegida con piezas de artillería”.
“Hacia las doce, esperando un tren que no llegaba, más de tres mil personas, entre trabajadores, mujeres y niños, habían desbordado el espacio descubierto frente a la estación y se apretujaban en las calles adyacentes que el ejército cerró con filas de ametralladoras”, escribió García Márquez.
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Mientras esperaban un tren que quizás no podía llegar, “un teniente del ejército se subió entonces en el techo de la estación, donde había cuatro nidos de ametralladoras enfiladas hacia la multitud, y se dio un toque de silencio”.
Un niño que estaba entre la multitud, y que José Arcadio alzó para que oyera mejor lo que iba a decir el teniente, muchos años después, seguiría contando, “sin que nadie se lo creyera, que había visto al teniente leyendo con una bocina de gramófono el Decreto Número 4 del Jefe Civil y Militar de la provincia. Estaba firmado por el general Carlos Cortés Vargas, y por su secretario, el mayor Enrique García Isaza, y en tres artículos de ochenta palabras declaraba a los huelguistas cuadrilla de malhechores y facultaba al ejército para matarlos a bala”.
Después el comandante dio la orden de disparar. Una ráfaga de metralla bañó a toda la multitud, que al principio no reaccionó porque la gente no se le podía creer. “Era como si las ametralladoras hubieran estado cargadas con engañifas de pirotecnia, porque se escuchaba su anhelante tableteo, y se veían sus escupitajos incandescentes, pero no se percibía la más leve reacción, ni una voz, ni siquiera un suspiro, entre la muchedumbre compacta que parecía petrificada por una invulnerabilidad instantánea”.
Y así, Gabriel García Márquez llenó su tren de muertos. Estaba hablando de la Masacre de las Bananeras.
La “versión oficial”.
La Masacre de las Bananeras fue un hecho real, con suficientes evidencias históricas. Lo que no se ha podido demostrar, sin embargo, es la cantidad exacta de muertos. En ‘Cien años de Soledad’, ese descomunal libro de García Márquez, se dijeron que habían sido tres mil. Pero eso era ficción.
El relato oficial dice que entre el 5 y 6 de diciembre de 1928, en Ciénega, Magdalena, un comando del ejército disparó contra una multitud de trabajadores de la United Fruit Company (UFC) que estaban en huelga.
Desde el 12 de noviembre, más de 25000 trabajadores se unieron contra las condiciones laborales de la empresa bananera.
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Desde principios del siglo XX, la industria bananera empezó a atraer una gran cantidad de colonos, casi todos pobres y sin tierra, que se unieron a las filas de la UFC. En 1910 había más de 10.000. Para 1925 ya eran 25.000. La cantidad de banano que se necesitaba producir más los obreros que buscaban trabajo, fueron pauperizando las condiciones de trabajo, hasta el punto de que no había salarios reales, sino que la compañía pagaba a sus trabajadores con vales redimibles en las mismas tiendas de la UFC.
Así las cosas, los obreros organizaron una huelga en la que pedían: seguro colectivo obligatorio; reparación por accidentes de trabajo; habitaciones higiénicas y descanso dominical; aumento en 50 % de los jornales de los empleados que ganaban menos de 100 pesos mensuales; supresión de los comisariatos; Cese de préstamos por medio de vales; pago semanal; abolición del sistema de contratista; y mejoras en el servicio hospitalario.
Otros relatos
En una entrevista con la ‘Gabo’ le dio a la televisión británica en 1990 dijo que “no quedó muy claro nada pero el número de muertos debió ser bastante reducido. Lo que pasa es que 3 ó 5 muertos en las circunstancias de ese país, en ese momento debió ser realmente una gran catástrofe y para mí fue un problema porque cuando me encontré que no era realmente una matanza espectacular en un libro donde todo era tan descomunal como en Cien años de soledad, donde quería llenar un ferrocarril completo de muertos, no podía ajustarme a la realidad histórica”.
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Si bien, nunca se ha sabido el número real de muertos, el 6 de diciembre de 1928, el consulado norteamericano en Santa Marta. Los documentos se revelaron en el marco de una investigación contra Chiquita Brands (Antes United Fruit Company) por patrocinar grupos paramilitares en Colombia. La compañía tuvo que pagar una multa de $25 millones de dólares.
En los documentos, puede leerse que desde el 5 de diciembre, el consulado advertía sobre las condiciones de la huelga. El 7 de diciembre, se envió un nuevo comunicado en el que se decía que los soldados colombianos habían recibido la orden de “no ahorrar munición”. Entonces se hablaba de 50 muertos.
En los telegramas que siguieron, el consulado fue informando sobre el estado de la huelga, y que los norteamericanos de trabajaban en le UFC salieron ilesos del lugar. Sin embargo, en el último reporte del 16 de enero de 1929, decía que la cifra de muertos “excede los mil”.
En ese sentido, la ficción de la que parte García Márquez, no estaría tan lejana de la realidad. Sin embargo, ningún texto oficial ni académico ha logrado, con evidencias contundentes, demostrar cuántos muertos hubo en la Masacre de las bananeras. En todo caso, no se le llama “Masacre” porque sí: debe haber una razón. Al final no es el número de muertos, sino el simple hecho de que haya muertos. Ese es el problema.
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