Siempre tuvimos una familia reducida. La palabra “familia” en nuestro pensamiento evocaba simplemente a padres y hermanos, para ser más exactos, cinco en total. Hemos alcanzado a ampliar ese núcleo familiar a dos personas más, como mucho. Es decir, siete en total, nosotros más la abuela paterna y una prima, y eso, si acaso, en dos ocasiones nada más. En las reuniones de fin de año y navidad siempre fuimos nosotros, nuestra cena, nuestros regalos y el hablar en la sala de manera amena y sin multitudes.
Por parte de nuestro padre tenemos una abuela, dos tías y cuatro primos, sin embargo por parte de mamá nunca existió nadie. Eso hasta hace un par de semanas, cuando encontramos una multitud de familia materna.
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Mamá nació en el municipio de Santana (Boyacá), en el seno de una familia muy grande. Ella tuvo en total 10 hermanos, lo que representa para nosotros 10 tíos y varios primos. Ella fue la octava entre 11 hijos que tuvo nuestra abuela Resurrección, sin embargo fue separada de su familia a la edad de seis años.
Para ese entonces, la abuela Resurrección recibió la visita de un viejo conocido en Santana y sus alrededores. Este señor sería el canal para que finalmente mamá fuera llevada a Bogotá desde muy pequeña.
La tía de este señor, de edad muy avanzada, tenía una tarea muy importante: conseguir una niña que pudiera servir de compañía para su tía, ya que sus hijos se habían ido de la casa para formar sus propias familias. Para lograrlo, tendría que convencer a doña Resurrección y la estrategia sería sacar a relucir su condición social y económica.
Y es que mantener 11 hijos requería de un enorme esfuerzo económico, y más teniendo en cuenta que las condiciones no eran las óptimas. Es por eso que doña Resura, como le decían comúnmente sus coterráneos, se dejó llevar por las falsas promesas de una vida digna para su hija, esa misma que ella nunca podría darle. En la capital, supuestamente, lo iba a tener todo, desde comida diaria hasta educación. Un futuro prometedor.
Una vida de maltratos en Bogotá
Sin embargo, no fue así, la señora a donde mamá fue a parar en Bogotá necesitaba una empleada y no una compañía. Desde los seis años sus únicas actividades de esparcimiento fueron cocinar y mantener el aseo diario. Las porciones de comida eran mínimas, pero los maltratos eran brutales; la vestimenta era acotada, mientras los gritos y humillaciones no faltaban. Incluso siempre nos llamó la atención que ella tuviera la parte alta del píe más pronunciada de lo normal, años más tarde nos enteramos que se debía a un problema causado por utilizar zapatos más pequeños a la medida necesaria para su pie.
Con respecto a educación las promesas tampoco fueron cumplidas, en cuanto mamá culminó la primaria su cuidadora decidió retirarla del colegio. “Con saber sumar y restar es suficiente”, decía. Por esa razón, sus sueños de ser médica nunca se materializaron, en vez de sanar heridas, las recibió. Pero aun así, siempre la llamó “mamá”, porque de acuerdo a sus aprendizajes, dicho apelativo tenía que ver más con la autoridad y el sustento que con el amor; ese amor que nunca recibió pero jamás negó a sus hijos.
Mamá y papá se conocieron siendo muy chicos en Bogotá, él se convertiría en la llave de escapatoria para salir de ese entorno hostil que la rodeaba. Precisamente el fragor de la adolescencia serían los años más difíciles para ella; ya era consciente de los maltratos a los que era sometida, había dejado de normalizarlos como lo hacía en su infancia y el ser mujer en un entorno machista le habían causado las penas suficientes.
Para su madre adoptiva se le había salido de las manos, la relación con papá sería el detonante para devolverla a su pueblo natal, ese mismo que ella desconoció con 17 años de edad cuando fue devuelta.
“Una niña me llevé, una niña devuelvo”, le dijo su madre sustituta a su madre biológica. Para ese encuentro se citaron en la plaza central de Santana. Aunque era su tierra, ella no se sentía de allí. Desde el primer momento extrañaba Bogotá, pero no con los maltratos que sufrió durante años.
Mamá había calculado cualquier detalle, el plan era ser devuelta a su familia y luego volver a Bogotá; el objetivo era escapar del maltrato. Sin embargo, doña Resura, su madre natural, no se lo iba a permitir. Hasta papá tuvo que ir a su rescate, pero no cayó nada bien entre la familia y tuvo que devolverse sin ni siquiera poder verla un momento. Ella fue encerrada y le quitaron sus papeles y su ropa.
Pase para escapar y no volver jamás
Logró salir de allí gracias a su padre, a quien conoció durante ese mes de estadía en su pueblo natal. Un día se citaron en la plaza, se conocieron y ella vio en él la esperanza para salir de allí. Le contó todo y él finalmente enfrentó a doña Resura para pedirle que dejara ir a su hija, que él se haría cargo de ella. Le tiraron la ropa al suelo y mamá se fue a la casa de su padre, a quien había conocido hace algunas horas. Pero su corazón y su mente estaban en Bogotá, por eso le insistió a su padre que la dejara ir. Él accedió con dos condiciones: tendría que volver y lo haría para hacer la primera comunión. Ese fue su pase para viajar a Bogotá y también fue la última vez que vio a su padre. Nunca más volvería a Santana.
Después de eso luchó sin cansancio para salir adelante, consiguió trabajo, se dio les gustos negados de niña y adolescente, y por supuesto, se casó con papá. A sus 51 años se da el lujo de decir que nos sacó adelante y, sin duda, fue así. Nos ha brindado todo lo que ella no tuvo, pero sobre todo nos ha dado mucho amor.
Esa historia conmovedora de su vida nos despertó desde hace unos años la curiosidad de ahondar en sus orígenes. En búsqueda de esa numerosa familia llena de tíos y primos. Planeamos dos viajes a Santana desde Bogotá, uno de ellos con papá a quien habían sacado corriendo de allá. Sin embargo, todo quedó en planes.
Hasta que finalmente decidimos ir un sábado reciente. Como era de esperar, la ansiedad nos azotó durante las cinco horas que duró el viaje hasta allá. Mamá vivía la ansiedad a su manera desde Bogotá, ella misma había decidido no viajar. Sus miedos eran más fuertes que su curiosidad.
Al llegar nos dimos cuenta que era día de plaza, no podía ser mejor ya que durante esa jornada todos los habitantes de todas las veredas se convocan para abastecerse de mercado.
Familia encontrada
Preguntamos inicialmente por doña Resurrección, pero no nos dieron respuesta. Hasta que dimos con un vendedor de quesillos que reconoció de inmediato de quién hablábamos. Luego nos llevó a una tienda donde nos pasaron el contacto de uno de los hermanos de mamá, uno de nuestros tíos.
Al llamarlo y hablarle de su hermana, la reconoció de inmediato. “Cómo no me voy a acordar de ella si es mi hermana”, dijo.
Quedamos en encontrarnos con él dentro de una hora en cercanías a la plaza principal. La ansiedad de cinco horas de viaje fue superada por la que vivimos durante esa hora.
Al encontrarnos, respondimos de la misma manera: con una sonrisa. Comenzamos a preguntar lo que se nos ocurrió, pero de manera desordenada y redundante. Nos enteramos con sorpresa de la muerte de nuestra abuela, falleció hace ocho años y nos contaron que en sus últimos días preguntó mucho por mamá.
Ellos también habían emprendido la búsqueda de mamá desde hace años, lo que más les preocupaba era que estuviera sufriendo o incluso que hubiera muerto. Hasta nos contaron que una patrullera de la Policía, prima nuestra, estuvo indagando sobre la suerte de mamá sin novedad alguna.
Visitamos a otra tía y fue como ver a mamá de golpe, el parecido nos confirmó definitivamente que estábamos con la familia correcta, nuestra familia.
Hablaron con mamá a la distancia, la voz se les quebraba y a nosotros el corazón nos latía más fuerte. Después de 34 años volvieron a saber los unos de la otra y al revés. La búsqueda mutua se había consumado en un encuentro telefónico entre hermanos.
Desde ese momento mamá no para de recibir y responder mensajes. La vemos feliz, a gusto, completa. Algo faltaba en ella y lo percibíamos. Ha encontrado algunas respuestas que necesitaba despejar. Ha conocido hermanos que nunca imaginó tener y sobrinos que la tratan como si la conociesen de toda la vida.
Hasta el momento solo ha podido encontrarse cara a cara con una hermana mayor a quien no conoció en su infancia. Todavía está pendiente el reencuentro con los demás hermanos, el cual podría producirse en las fiestas que se aproximan.
No obstante, tan solo con saber de la existencia de unos y otros es un alivio para los dolores y sufrimientos del pasado. Cada uno tendrá su historia por contar; sus penas, luchas y superaciones, esta es la de mamá.