Betsabé Cuellar se acostó de espaldas a su marido. Él le tocó el cuello, le acarició la cintura; ella le dio un beso y dijo que no quería hacer el amor. Jair Enrique Olmos le dio un bofetón a su esposa y empezó a romperle la ropa. Ella recuerda que los botones saltaban y la tela se rasgaba. La mujer empezó a gritar para detenerlo. Olmos, que trabaja en el Invima, estaba segado de ira y le decía que la mujer que no acepta tener sexo con su marido tiene un amante.
Sucedió en el barrio San José de Barranquilla. Era de madrugada. Horas antes, Olmos y Cuellar habían estado en una reunión con amigos. Tomaron un par de cervezas, la mujer no recuerda cuántas pero dice que no fueron muchas, pues su esposo tenía que conducir.
Llegaron a la casa hacia las tres de la mañana. Ella se recostó. Estaba cansada. Luego se desató la tormenta.
Después de desnudarla empezó a golpearla en los brazos, el cuello, las piernas. Ella se cubrió el rostro y empezó a gritar de miedo. Él gritaba de ira, la insultaba y la abofeteaba. Estaban en el cuarto conyugal. El escándalo llegó a la habitación donde descansaban dos niñas de doce años. Una era hija de Cuellar y la otra de Olmos. Las niñas pedían que la discusión terminara.
Sin pudor, Betsabé le mostró sus golpes a la policía.
La hija de Cuellar, convencida de que sus ruegos no iban a detener la pelea, levantó el auricular del teléfono para llamar a la policía. Olmos la tomó del cabello y la lanzó a la cama. La madre salió corriendo del cuarto hacia la parte trasera de la casa donde vivían unos inquilinos para pedirles ayuda. El marido, impotente por no poder seguir con los impulsos agresivos contra su esposa, estrelló un computador portátil al suelo de la sala.
“Por dinero callé muchas veces”, dice Betsabé desde la cama. Se acostumbró a los golpes. Pensaba que eran una forma de amar. Duraron dos años. Olmos sufría de celos: si alguna amiga llamaba al celular de Betsabé Cuellar, él contestaba y le decía a la mujer detrás del teléfono que era una libertina y vagabunda. Si era un amigo, amenazaba con matarlo si volvía a llamar. Cuando la mujer se cansaba de los golpes y manifestaba su descontento, el marido le decía que la única manera de abandonarlo sería muerta.
Betsabé Cuellar no soportó más y denunció a su esposo. La golpiza le dio 16 días de incapacidad.
Betsabé callaba y soportaba los golpes. No tenía derecho a sentir celos cuando su marido se iba a la casa de la anterior esposa a pasar la noche. Olmos tenía dos hogares y las mujeres no tenían derecho a decir nada. Betsabé debía recibir a su esposo aún cuando éste oliera al perfume de la otra señora. Si se negaba a tener relaciones sexuales, él se encolerizaba y la golpeaba hasta que desfogaba las ganas de sexo con puñetazos, patadas y gritos.
En 2011 se reportaron en Medicina Legal 52.581 casos de mujeres maltratadas en el hogar, la mayoría por sus parejas. Un promedio de 144 mujeres diarias. La socióloga norteamericana Vivian Huelgo, especialista en el tema de la mujer, dice que una de cada tres mujeres en el mundo ha sido agredida y la mayoría guardan silencio.
No pudo soportar más. Betsabé Cuellar habla desde su cama con las piernas amoratadas, los senos golpeados y el cuerpo adolorido. Aunque está lastimada se siente libre. No hay que aprender a los golpes, pero los golpes le enseñaron que no debía ser maltratada. Tiene 16 días de incapacidad. Olmos la llamó para reclamarle el escarnio público. Ella le dijo: “tú perdiste tu trabajo, pero yo por poco pierdo la vida”.