Nohra: de Hada Madrina a “Gran Dama” del Quindío

Lun, 11/02/2019 - 12:59
Veinte años y 20 días hace ya, desde aquél trágico lunes 25 de enero de 1999. El reloj marcaba las 13 horas y 19 minutos y sin anunciarlo hizo presencia el más feroz castigo de la naturaleza s
Veinte años y 20 días hace ya, desde aquél trágico lunes 25 de enero de 1999. El reloj marcaba las 13 horas y 19 minutos y sin anunciarlo hizo presencia el más feroz castigo de la naturaleza sobre el Eje Cafetero colombiano; un terremoto de magnitud 6.2 en la escala de Richter posó su epicentro en la ciudad milagro de Colombia, removió los cimientos de la cuna Quimbaya, otrora casa del Cacique Calarcá. Armenia, la capital del departamento, casi se desplomó. Sus habitantes vivieron con horror la inmisericorde destrucción de cien años de historia pujante de un pueblo cuyo memorial, un siglo atrás, rezaba: “Nace el Caserío del Municipio de Salento. Pueblo que quiere tener por divisa: honradez, moralidad y caridad ... pueblo que tiene que progresar ... ”. [single-related post_id="1032574"] Conocida la tragedia, el entonces presidente Andrés Pastrana canceló su viaje al Foro de Davos y partió hacia el Eje Cafetero en un helicóptero militar para sobrevolar la zona. El espectáculo era “dantesco y sobrecogedor”, expresó. La dimensión de la catástrofe sobrepasó toda imaginación. Destrucción, muertos y heridos por doquier, miles de viviendas y edificios en ruinas, una gran sensación de angustia, desesperación y dolor. Los compatriotas cafeteros lloraban y Colombia con ellos, ante el desolador panorama: el sismo arrasó la ciudad Milagro; fracturó la vida de casi todo el departamento del Quindío, gran parte de Risaralda, Caldas, Tolima y el Valle. El Eje Cafetero, tierra fértil y de elegante cosecha, orgullo nacional, vivía una tragedia de enormes proporciones. La furia de la naturaleza se llevó la vida de 1.200 habitantes de la región, de los cuales Armenia vio partir a 930 de los suyos, siete mil heridos, más de medio millón de afectados directos e indirectos, 150 mil personas quedaron sin vivienda, 24 mil edificaciones impactadas y el 80% de la población sin agua potable son algunas de las escabrosas cifras del desastre. El grado de vulnerabilidad en que quedó la población fue impactante; niños huérfanos, madres gestantes, y toda la infraestructura resquebrajada. Colegios y escuelas en ruinas. Ahí estuvo ella: Nohra Puyana de Pastrana, quien sintió una vez más que la vida le ponía frente a sí una prueba de fuego. Asumió la ardua tarea de buscar, identificar y reunir familias dispersas en hospitales de Bogotá y centros de asistencia de poblaciones vecinas de la tragedia; diseñó una estrategia para proteger a niños huérfanos, buscar padres sobrevivientes, cuidar a madres gestantes, y emprendió su cruzada por la reconstrucción del tejido social de la azotada región. Pidió prestadas las instalaciones de Corferias e instaló allí su Despacho y un gran Centro de Acopio que reunió y distribuyó toda clase de ayuda para enviar a la zona del desastre. La solidaridad del país entero no se hizo esperar: llegaron alimentos, agua, frazadas, elementos de aseo. Su corazón de madre la empujó a revisar con cautela que cada paquete contuviera los elementos básicos para la supervivencia de una familia, por un lapso mínimo de quince días, “mientras podíamos manejar la dimensión de la hecatombe”, dice ella con nostalgia. De la mano del ICBF, construyó una red de apoyo proveniente de diferentes esquinas del mundo, con jornadas que superaron cualquier ‘teletón’, acercando toda clase de voluntades. Colombia entera se volcó a ayudar. Corferias recibió interminables filas de gente de la más humilde condición, que desde una panela, hasta bolsas de mercados completos entregaban sin parar. Esta conmovedora escena transcurría, abriendo paso a los buses y camiones que transportaban los envíos a su despacho final. Fue así como Nohra se convirtió en el Hada Madrina del Eje Cafetero. Hizo presencia en la zona del desastre, con tristeza, pero con decisión; supervisó la llegada de mercados a los cambuches que el gobierno adaptó para sobrevivientes que habían quedado sin techo. Repartió su tiempo entre su despacho en Corferias, hospitales de Bogotá y su viaje cada semana a la zona de desastre. Recorrió, buscó e identificó necesidades. Su prioridad: los niños y las familias. Implementó 'escuelitas', pues la tragedia rompió el inicio del año escolar. Organizó bajo tutela del ICBF tareas con madres comunitarias para cuidar los niños de la región y poner en marcha cocinas comunales que día y noche dieron alimento a miles de familias en los cambuches. Así, vida familiar y escolar se confundían por fuerza del azar y la necesidad. Paso a paso, se sobrevivía con tolerancia y convivencia, que nunca antes vivió Colombia. Nohra de Pastrana había logrado sembrar allí, la que ha sido siempre su obsesión: reconstruir el tejido social en medio de la adversidad. El país quedó atónito con el castigo de la naturaleza, pero el Gobierno no flaqueó. Se decretó la situación de desastre, con medidas de emergencia y arrancó la reconstrucción con el Forec, modelo de trabajo conjunto que con enorme compromiso mitigó parte del dolor y le permitiría a sus gentes resurgir como el Ave Fénix de los escombros y la desolación.

Un ‘Hada madrina’ y su Plan Padrino: corazón y escuelas con aroma de café.

El impresionante trabajo que la reconstrucción exigió y la exitosa alianza del Estado, la sociedad civil, empresarios, ONGs, gobiernos locales municipales y departamentales, academia, iglesia, asociaciones de profesionales, cámaras de comercio, entidades regionales y locales y el respaldo de organismos y banca internacional, pusieron a andar a todo vapor la hoja de ruta para el retorno de la esperanza a esta hermosa región. Mientras todo ello avanzaba, bajo la sombra del exitoso Forec, Nohra, el Hada Madrina de esta tragedia, movió miles de voluntades para llevar ayuda humanitaria; con su mano discreta, emprendió la segunda fase de la meta que se trazó: reconstruir la vida escolar para 100 mil niños, que había quedado en ruinas. Con fortaleza y decisión, Nohra tocó las puertas del mundo, convocando ayudas nacionales e internacionales y el mundo se las abrió. Con un lápiz roto como símbolo de esta faena, dio inicio al “Plan Padrino” para la reconstrucción de escuelas completamente dotadas para los pequeños habitantes de esta castigada zona. Nohra Puyana de Pastrana, en “mangas de camisa” partía cada fin de semana desde ese 25 de enero, a “su segundo hogar”. Mas que una Primera Dama, fue una “Primera Madrina” para el Eje Cafetero. Gobiernos amigos y empresas privadas generosamente apoyaron la reconstrucción y dotación de escuelas y colegios y aceptaron gestionar ellos mismos la ejecución de las obras. Ella les presentaba los proyectos y cada donante ejercía el control directo sobre sus propios recursos y sobre los resultados de su inversión. Se sumaron respaldos del sector privado, del sector público del nivel central, local y departamental y de las mismas comunidades, posibilitando proyectos de infraestructura y dotación escolar que a la postre, fortalecieron la capacidad local de gestión y la reconstrucción del tejido social, su principal motor. “No solo reconstruimos escuelas, también reconstruimos vidas”, afirma emocionada Nohra de Pastrana.   Asistencia humanitaria y psicológica de la mano del ICBF para niños que quedaron huérfanos y para mujeres gestantes, ancianos acogidos en planes de la Red de Solidaridad Social y toda una articulación eficiente del esquema de gestión y ejecución de proyectos, arrojaron resultados rápidos y eficaces. El “Plan Padrino” se convirtió en el sueño de casi dos millones de habitantes que de una u otra forma se afectaron con la tragedia. De manera maravillosa y meticulosa este Plan movilizó a un sinnúmero de compatriotas que se comprometieron con la restauración de la infraestructura educativa. Las Secretarías de Educación Local, con apoyo del Gobierno Central y de ONGs, aportaron interventorías y acompañamiento técnico. Entidades privadas asumieron como organismos de gestión la gerencia, administración y ejecución de los proyectos, involucrando comunidades, cooperativas, fundaciones, federaciones y cámaras de Comercio. Todas las instancias respondieron al llamado sin dudarlo. Universidades locales y nacionales contribuyeron la formulación de proyectos y auditorías de obras. Nohra motivó comunidades a ser actores protagónicos de su propia reconstrucción y desarrollo y ello garantizó sostenimiento de los proyectos en el largo plazo. La articulación organizada de tantos esfuerzos permitió la formalización de convenios y la fijación de metas y compromisos específicos para cada uno de los proyectos. Los tantos y tan variados “padrinos” de la reconstrucción escolar del Eje Cafetero, desde todo el mundo, presenciaron uno y dos años después, con gran satisfacción, la entrega de obras educativas construidas en los 38 municipios afectados. Escuelas y Colegios, completamente dotadas hasta con computadores, acogieron así a los 100 mil niños de la región que un día vieron desplomarse sus escuelas, sin entender lo que pasó. El resultado del Plan Padrino, permitió que el modelo trascendiera mas allá de la tragedia del Eje Cafetero, y extendiera su cobertura a nivel nacional a poblaciones vulnerables, en regiones apartadas. Este Plan Padrino, que nació hace veinte años, y que le permitió a su gestora trabajar hombro a hombro con las comunidades azotadas aquél 25 de enero, la enaltece hoy y la llena de orgullo, cuando mira hacia atrás y visita las escuelas y colegios que ayudó a levantar. Hoy ese Departamento que la vio recorrer sus calles destrozadas y emprender su lucha por rescatar la tranquila vida de sus gentes, la honra con la condecoración de “Gran Dama” del Quindío. Nadie mejor que Nohra sabe que la distinción que recibe “como referente social de excelencia, virtud y ejemplo de vida para la comunidad y la Nación”, honra también a todos aquellos que se arroparon con ella bajo unas mismas alas: las alas de la solidaridad, del dolor transformado en coraje y desafío; de la entereza, la paciencia, la insistencia, la camaradería, la entrega y el amor. Nohra de Pastrana se siente feliz y celebra lo que dice fue su mayor logro: ayudar a reconstruir el tejido social y la infraestructura educativa de una inmensa población que sufrió enormemente, pero que creyó en ella, que la acompañó en su cruzada con la fuerza y la energía que solo otorga el haber nacido en esa hermosa tierra, que hoy la ve sonreír al saborear una taza de su buen café. Escrito por: María Elena Álvarez.
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