Veinte años y 20 días hace ya, desde aquél trágico lunes 25 de enero de 1999. El reloj marcaba las 13 horas y 19 minutos y sin anunciarlo hizo presencia el más feroz castigo de la naturaleza sobre el Eje Cafetero colombiano; un terremoto de magnitud 6.2 en la escala de Richter posó su epicentro en la ciudad milagro de Colombia, removió los cimientos de la cuna Quimbaya, otrora casa del Cacique Calarcá.
Armenia, la capital del departamento, casi se desplomó. Sus habitantes vivieron con horror la inmisericorde destrucción de cien años de historia pujante de un pueblo cuyo memorial, un siglo atrás, rezaba: “Nace el Caserío del Municipio de Salento. Pueblo que quiere tener por divisa: honradez, moralidad y caridad ... pueblo que tiene que progresar ... ”.
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Conocida la tragedia, el entonces presidente Andrés Pastrana canceló su viaje al Foro de Davos y partió hacia el Eje Cafetero en un helicóptero militar para sobrevolar la zona. El espectáculo era “dantesco y sobrecogedor”, expresó. La dimensión de la catástrofe sobrepasó toda imaginación. Destrucción, muertos y heridos por doquier, miles de viviendas y edificios en ruinas, una gran sensación de angustia, desesperación y dolor.
Los compatriotas cafeteros lloraban y Colombia con ellos, ante el desolador panorama: el sismo arrasó la ciudad Milagro; fracturó la vida de casi todo el departamento del Quindío, gran parte de Risaralda, Caldas, Tolima y el Valle.
El Eje Cafetero, tierra fértil y de elegante cosecha, orgullo nacional, vivía una tragedia de enormes proporciones. La furia de la naturaleza se llevó la vida de 1.200 habitantes de la región, de los cuales Armenia vio partir a 930 de los suyos, siete mil heridos, más de medio millón de afectados directos e indirectos, 150 mil personas quedaron sin vivienda, 24 mil edificaciones impactadas y el 80% de la población sin agua potable son algunas de las escabrosas cifras del desastre. El grado de vulnerabilidad en que quedó la población fue impactante; niños huérfanos, madres gestantes, y toda la infraestructura resquebrajada. Colegios y escuelas en ruinas.
Ahí estuvo ella: Nohra Puyana de Pastrana, quien sintió una vez más que la vida le ponía frente a sí una prueba de fuego. Asumió la ardua tarea de buscar, identificar y reunir familias dispersas en hospitales de Bogotá y centros de asistencia de poblaciones vecinas de la tragedia; diseñó una estrategia para proteger a niños huérfanos, buscar padres sobrevivientes, cuidar a madres gestantes, y emprendió su cruzada por la reconstrucción del tejido social de la azotada región.
Pidió prestadas las instalaciones de Corferias e instaló allí su Despacho y un gran Centro de Acopio que reunió y distribuyó toda clase de ayuda para enviar a la zona del desastre. La solidaridad del país entero no se hizo esperar: llegaron alimentos, agua, frazadas, elementos de aseo. Su corazón de madre la empujó a revisar con cautela que cada paquete contuviera los elementos básicos para la supervivencia de una familia, por un lapso mínimo de quince días, “mientras podíamos manejar la dimensión de la hecatombe”, dice ella con nostalgia.
De la mano del ICBF, construyó una red de apoyo proveniente de diferentes esquinas del mundo, con jornadas que superaron cualquier ‘teletón’, acercando toda clase de voluntades. Colombia entera se volcó a ayudar. Corferias recibió interminables filas de gente de la más humilde condición, que desde una panela, hasta bolsas de mercados completos entregaban sin parar. Esta conmovedora escena transcurría, abriendo paso a los buses y camiones que transportaban los envíos a su despacho final.
Fue así como Nohra se convirtió en el Hada Madrina del Eje Cafetero. Hizo presencia en la zona del desastre, con tristeza, pero con decisión; supervisó la llegada de mercados a los cambuches que el gobierno adaptó para sobrevivientes que habían quedado sin techo. Repartió su tiempo entre su despacho en Corferias, hospitales de Bogotá y su viaje cada semana a la zona de desastre. Recorrió, buscó e identificó necesidades. Su prioridad: los niños y las familias.
Implementó 'escuelitas', pues la tragedia rompió el inicio del año escolar. Organizó bajo tutela del ICBF tareas con madres comunitarias para cuidar los niños de la región y poner en marcha cocinas comunales que día y noche dieron alimento a miles de familias en los cambuches. Así, vida familiar y escolar se confundían por fuerza del azar y la necesidad. Paso a paso, se sobrevivía con tolerancia y convivencia, que nunca antes vivió Colombia. Nohra de Pastrana había logrado sembrar allí, la que ha sido siempre su obsesión: reconstruir el tejido social en medio de la adversidad.
El país quedó atónito con el castigo de la naturaleza, pero el Gobierno no flaqueó. Se decretó la situación de desastre, con medidas de emergencia y arrancó la reconstrucción con el Forec, modelo de trabajo conjunto que con enorme compromiso mitigó parte del dolor y le permitiría a sus gentes resurgir como el Ave Fénix de los escombros y la desolación.
Nohra: de Hada Madrina a “Gran Dama” del Quindío
Lun, 11/02/2019 - 12:59
Veinte años y 20 días hace ya, desde aquél trágico lunes 25 de enero de 1999. El reloj marcaba las 13 horas y 19 minutos y sin anunciarlo hizo presencia el más feroz castigo de la naturaleza s