Hace siete años cuatro venezolanos se encontraron, casi por azar, en Bogotá. Habían emigrado a Colombia por cuenta del rechazo visceral al gobierno del presidente Hugo Chávez. Ronald Pantin, un ingeniero graduado en administración en Mississippi State University y luego en ingeniería industrial y de petróleo en Stanford, pasó 23 años de su vida laboral en PDVSA, la empresa estatal Petróleos Venezolanos S.A. hasta que tuvo que retirarse por las medidas del Plan Colina de Chávez, en el que salieron 22.000 empleados, entre ellos varios directivos como Pantin, quien se desempeñaba como presidente de servicios de la petrolera. Pantin había formado parte del equipo de profesionales que contribuyó a convertir a PDVSA en el segundo productor de petróleo más grande del mundo después de Saudi Aramco.
Pantin, como muchos venezolanos vinculados al sector de hidrocarburos, empezó a mirar hacia Colombia. Con la creación en 2003 de la Agencia Nacional de Hidrocarburos para la administración de los recursos de hidrocarburos y la política de estímulo a la inversión extranjera del presidente Uribe, la explotación del subsuelo colombiano se volvía muy atractiva para los inversionistas.
Los astros parecían estar a su favor cuando, ya en Bogotá, se encontraron con Miguel Ángel de la Campa, otro exilado del gobierno de Hugo Chávez. Su experiencia de treinta años estaba más orientada a la financiación y comercialización de petróleo y minería en lugares como Estados Unidos, América Latina, Europa y África. Estaba así conformado el triunvirato técnico y comercial pero faltaba el músculo financiero. Fue entonces cuando de la Campa buscaó al economista Serafino Iacono, otro coterráneo con amplia experiencia en el mercado de capitales que también vivía en Colombia. Era el indicado para asumir la promoción del proyecto.
Entonces apareció en el horizonte la bolsa de valores de Toronto, en Canadá, como el lugar preciso para buscar inversionistas. El nuevo escenario colombiano no era difícil de vender porque sus condiciones eran perfectas: campos petroleros maduros pero con maquinaria y procesos de exploración obsoletos en los que la experiencia acumulada de los venezolanos marcaría la diferencia. Serafino Iaono y Ronald Pantin lograron capturar el interés y en 2004 fundaron en Toronto la firma Pacific Stratus Energy con un primer objetivo: participar en algún campo petrolero colombiano.
La primera apuesta fue en el campo La Creciente, en Sucre, cuyas condiciones resultaban favorables, especialmente en reservas de gas natural. La obsesión era el petróleo y en el 2007 se dio la oportunidad. Los cuatro venezolanos se asociaron con Meta Petroleum, la empresa que en ese entonces operaba el campo Rubiales, localizado a 167 kilómetros de Puerto Gaitán, en el Meta. Un campo que había sido descubierto en 1982, pero fue abandonado por los altos costos para la extracción de crudos pesados y la amenaza de la guerrilla de las Farc. El terreno había sido adquirido en 2001 por el empresario brasileño Germán Efromovich.
Los cuatro venezolanos de Pacific Rubiales.
Petro Rubiales Energy Corporation, de propiedad de Germán Efromovich, con sede en Vancouver, puso su experiencia en la producción de crudo pesado, y Pacific Stratus Energy en la exploración de gas natural. De esta unión surgió Pacific Rubiales Energy Corp, que nació primero en la Bolsa de valores de Toronto y que desde 2010 cotiza en la Bolsa de Valores de Colombia. Los venezolanos le presentaron al presidente Álvaro Uribe el Plan Maestro Rubiales y le anunciaron que se convertirían en la compañía de mayor crecimiento de petróleo y de gas en el país, y el segundo operador después de Ecopetrol. La fórmula era simple: tecnología de punta y la experiencia de PDVSA aplicada a un subsuelo rico, inexplotado hasta el momento. Aunque han cumplido la meta, al parecer el saldo social no se ha saldado.
Desde hace dos meses, trabajadores y contratistas de Pacific Rubiales han empezado a expresar su inconformidad y a llamar la atención sobre la desatención de los compromisos laborales. Es la primera emergencia social con connotaciones de orden público que atraviesa el “boom” petrolero colombiano. El conflicto deberá resolverse de la mejor manera posible para crear un precedente constructivo para un sector que se ha vuelto determinante en la economía colombiana.