Plinio ya no cree en ideologías

Jue, 31/03/2011 - 23:32
Plinio Apuleyo Mendoza rompió varias ediciones de su primer libro, un compilado de textos sobre páramos, campos y sabanas que escribió a los catorce años y que sólo de viejo comenzó a apreciar.
Plinio Apuleyo Mendoza rompió varias ediciones de su primer libro, un compilado de textos sobre páramos, campos y sabanas que escribió a los catorce años y que sólo de viejo comenzó a apreciar. En su anuario de graduación, de 1947, escribió que le interesaban el periodismo, la literatura y la política, tres cosas que siempre han estado presentes en su vida. A sus ochenta años, Mendoza tiene mucho que contar: vio agonizar a Jorge Eliécer Gaitán segundos después de que le dispararan, hizo las vueltas del funeral de Pablo Neruda y viajó con García Márquez por los países socialistas durante el auge del comunismo. Luego de una larga estadía en Europa, ha vuelto al país y acaba de publicar una novela, Entre dos aguas. ¿Cómo ha cambiado su posición política en los últimos años? Cuando yo era muy joven, veía el socialismo como algo maravilloso. Pero en un viaje con Gabo conocí el mundo socialista y fue horrible. Se me derrumbó la idea del socialismo marxista leninista. Pero como uno persigue los mitos, siguió la Revolución Cubana. Entonces me volví castrista. Ahora me pregunto: ¿Cómo se puede ser castrista hoy? Miren la realidad, por favor. Porque lo que cambió fue la realidad; las expectativas no se cumplieron. Ahora creo, y es perfectamente comprobable, que sin libertad económica no hay desarrollo. Esa una realidad. Por qué Corea de Sur se enriqueció tan rápido, por qué se desarrollaron Taiwán y Singapur. Hay que analizar las fórmulas, la realidad, y apartarse de las ideologías. Todos los países que he nombrado salieron de la pobreza sin ideología. Las ideologías son el sustituto de las regiones. Hay que pensar en inversiones, desarrollo tecnológico. Basta con ver la realidad para que las ideologías se desplomen. Gabo y Plinio recorrieron juntos la Europa socialista. Recién llegado, ¿cómo ve a Colombia? Mal. En el país hay grandes problemas: la justicia está muy politizada y parcializada. La Corte Suprema no lo era antes. Dejó de ser una institución respetabilísima; ahora es muy cuestionable. La corrupción es aterradora. Todos los días hay escándalos. Y, por último, está resurgiendo el problema de seguridad. La guerrilla, con el narcotráfico como sustento, ha vuelto a aparecer. Está reapareciendo, atacando de nuevo por todos lados. Ponen un petardo aquí, un carro bomba allá, se toman un pueblito, matan a un par de policías. Existe otro gran problema: los desmovilizados: ¿Quién le da puesto a un ex paramilitar o un ex guerrillero? yo creo que fue muy buena la ley de Justicia y Paz. Soy partidario de los desmovilizados. Pero no vasta con darles garantías; el problema es cómo sobreviven Las llamadas  Bacrim son una copia de los Maras de Guatemala. El país afronta el conflicto y el del posconflicto simultáneamente. Yo digo que es mejor no hacerse demasiadas ilusiones y mirar la realidad de frente. ¿Sabe una cosa? Yo pensaba que la corrupción en las elecciones era sólo un problema de la costa. Pero no es así. En toda Colombia el dinero es el gran elector. ¿Y en Latinoamérica qué país admira? Yo admiro la experiencia chilena. Después del horror de Pinochet, a quien nunca aprobé, creo que el país tomó un rumbo muy bueno. Es un país que puede ir muy adelante. También me sorprende el cambio de Alan García en el Perú. Su primer gobierno fue nefasto; el segundo, en cambio, ha sido muy bueno. Lo demuestran los resultados. Usted ha ejercido el periodismo desde hace sesenta años, ¿cómo ve el periodismo que se está haciendo en Colombia? Muy mal. Me preocupa el periodismo escrito. Hoy en día el periódico nunca tiene la primicia. Se cuenta la misma noticia de la misma forma. No hay investigación y análisis. No se hacen preguntas. Falta contar el cómo y el por qué de la historia. Estudiar los casos con profundidad. Han resuelto escoger el periodismo light. Resuelven todo en siete líneas. Eso no puede ser. Ese periodismo de registro automático de lo que pasa está muy atrás. El periodismo radial es muy vivo, llamativo. Pero con muy poca profundidad. Lo malo es que los entrevistadores son agresivos. Todos tienen el mismo sello. Habría que hacer un periodismo radial de confrontación, pero no de pelea. Un periodismo tranquilo y sensato, sin recurrir a agresiones. Plinio Apuleyo escribió su primer libro, Primeras palabras, a los catorce años. Para completar, el periodismo está polarizado. No hay una real evaluación en los comentaristas. Inclusive me pueden clasificar dentro de ese pecado. Pero resulta que, por ejemplo, Álvaro Uribe no sirve para nada o es extraordinario. Se es uribista o antiuirbista. No hay otra alternativa. Hay que mirar las cosas con objetividad. Si yo escribo algo, me insultan por no ser más de izquierda, y otros tantos me apoyan. Pero siempre, fatalmente, termina uno metido en esa polarización. Usted ha entrado a esa polarización y en los últimos años se ha ganado, más que nunca, el calificativo de derechista… Ponerme etiquetas de derechista es un artificio de los mamertos, de la gente de extrema para asimilarlo con las peores dictaduras, con las que yo nunca estuve. Yo soy liberal. Un seguidor de Octavio Paz, de Mario Vargas Llosa, Jean François Revel, mi gran amigo.  El calificativo de derechista lo ponen quienes defienden el socialismo del siglo XXI, que es una mezcla de fascismo y castrismo. Una cosa horrorosa. Acaba de sacar una nueva novela titulada Entre dos aguas, ¿de qué se trata? La novela recoge mis experiencias en Europa y en Colombia. Los protagonistas de la historia son dos hermanos que viven vidas completamente opuestas: uno que vive en Francia y el otro en Colombia. Traté de que las dos realidades se juntaran. Pero resumir el libro tan rápido es difícil. ¿Cree que el periodismo lo ha alejado de la literatura? Sí, por andar pensando que primero tenía que hacer plata. Craso error. Además, el periodismo se lo come a uno, se convierte en un modus vivendi necesario para sobrevivir. Fue lo que le pasó a Juan Gossaín, a quien considero un gran escritor. Cuánto tiempo estuvo echando palabras al viento desde las seis hasta las once de la mañana: la mejor hora para escribir. Eso es un desperdicio. Hace muchos años hubo una generación de buenos escritores, la de Hernando Téllez, malograda en la medida en que se los tragaba el periodismo. Su obra está compuesta de pequeñas notas de prensa, de bagatelas. Siempre he admirado a escritores como Gabo, quien le huyó al periodismo cuando más era conocido como periodista. Y le apostó a dedicarse a su vocación. Plinio fue jefe de redacción de Libre, una revista en la que escribieron Borges, Donoso, Cortázar y otros grandes de la literatura. ¿No le preocupa que lo dejen de leer?, ¿que su voz no sea escuchada? No. No me interesa que mi voz no sea escuchada; lo me importa es poder decir lo que pienso. Vivo haciendo proyectos. No me margino. Trato de no desaparecer.  
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