Un 10 de septiembre de 1963 en el barrio San Carlos de Bogotá nació Pedro Alberto Ramírez*. Vivía con sus padres, seis hermanos y dos hermanas. Aunque su vida pareciera ser el reflejo de un futuro prometedor, las cosas con tan solo 15 años de edad cambiaron. Una amiga de la familia lo llevaba a hacer mandandos y en eso él vio como ella armaba unos cigarrillos.
Ante la duda Pedro le preguntó sobre el misterioso cigarrillo. Ella sin ningún tapujo le dijo que era marihuana. Así empezó el martirio de una vida que se convertiría en una adicción sin limites. Cayó en las drogas y solo cursó hasta el grado noveno.
"Las amistades y las malas compañías si lo pueden definir a uno", explicó Pedro a
Kienyke.com. Para los padres de aquel joven el golpe de las drogas fue difícil de asimilar. Sin más remedio lo enviaron al ejército, esperando que fuera 'reformado'. Pero para Alberto la suerte no estaba de su lado. El desespero del encierro lo llevo a consumir a escondidas. Cuando llevaba 17 meses en el Batallón Baraya tuvo que prestar guardia fuera del escuadrón.
Un error tras otro
Antes de salir consumió diez pastillas y a partir de ese momento no recuerda qué hizo.
Cuando reaccionó estaba en un bar ubicado en la carrera séptima, con fusil en mano y tomando un Whisky. En pocos minutos llegó la Policía al lugar, llamaron al batallón al que pertenecía y fue acusado del delito de abandono de puesto. Como castigo estuvo diez meses más encerrado en la pieza de detenidos.
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Foto: Tatiana Coy - Kienyke.com[/caption]
La vida le dio otra oportunidad y empezó a trabajar en la empresa donde su padre era cartógrafo. Era mensajero y como celebración de fin de año también fue invitado a un viaje en Melgar. Todo parecía fluir hasta que su papá se metió en la piscina y se ahogó. La compañía lo apoyó en todo el proceso e incluso lo ascendieron.
Un día antes de ser contratado él siguió consumiendo y tenía que reclamar la nómina de toda la empresa. Dos personas se le acercaron, le dijeron que entregara el paquete, que el jefe había dado la orden.
Él estaba ido por la droga y no midió las consecuencias de perder el pago de toda una compañía.
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Su mamá se cansó de tener una casa tan grande y decidieron venderla para comprar un apartamento. "Me volví cristiano, conocí de Dios y dejé las drogas. Pero todo en la vida tiene su reversa, duré cuatro años bien y recaí nuevamente", recordó con tristeza.
En ese momento la familia lo llevó nuevamente a un centro de rehabilitación y el pastor de la fundación lo escogió como líder. Así fue como lo enviaron a Ecuador a vivir durante cuatro años. Cuando llegó a Colombia cayó en las drogas. "Era un ir y venir de subidas y bajadas", añadió Pedro.
Siguió viviendo con su madre y en un punto de su vida llegaba solo tres días a la casa, el resto dormía en las calles en busca de algo para consumir. Sin esperarlo a su madre le dio cáncer. Un día llegó a casa y el celador no lo dejó entrar, los hermanos firmaron una carta para que no pudiera volver a ingresar. Así fue como terminó en la calle.
En las puertas del infierno en el Bronx
Dos días antes de que su madre muriera ella escribió en un papel el nombre de su hijo. Los hermanos con un poco de temor lo llevaron nuevamente a la casa. Cuando entró a ver a su mamá lloró y supo que esa sería la última vez que la vería. Ella era lo único que lo ataba a la familia y así fue como
llegó al Bronx. El consumo llegó a su punto más alto, limpiaba vidrios de los carros, pedía monedas, buscaba comida de las basuras y reciclaba.
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Foto: Tatiana Coy - Kienyke.com[/caption]
En el Bronx conoció la casa de pique, un lugar en el que metían a las personas en unas canecas de agua, después les ponían electricidad y los picaban. Allá Pedro vio como la juventud se destruía, como niñas perdían todo su brillo. Para él "
lo mejor que pudo pasar fue que cerraran esa olla, eso era un infiero".
Un día estaba como de costumbre limpiando los vidrios de los carros en un semáforo ubicado en la calle 39. Cuando empezó a analizar a la mujer que conducía en el fondo sentía que la conocía. Durante minutos trató de descifrar quién era esa persona y el rostro se le asemejó al de Alejandra, su hermana. Cuando le preguntó, ella le respondió "Pedrito, sí soy yo". Aunque él estaba sucio y sin bañar, parqueó el carro y empezaron a hablar.
Lo llevó al Hospital Santa Clara y en el pie tenía ulceras varicosas, casi pierde el pie. Luego Alejandra lo llevó al Centro de Rehabilitación Rompiendo Cadenas y ahí duró un año. Salió y vivió seis meses con una sobrina. Pero Pedro aún sentía que algo le faltaba para no recaer de nuevo. Se fue para el hogar de la Secretaria de Integración Social de la calle 35. "Allá la directora me dijo que si me quedaba más de 15 días miraban cómo me ayudaban".
"Participé en talleres de sociabilización, de reinserción y de cómo entrar a la sociedad. Uno de mis sueños era terminar mi bachillerato y allá lo conseguí", explicó Alberto.
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Foto: Tatiana Coy - Kienyke.com[/caption]
"Yo le agradezco en primer lugar a Dios y luego a todos los de la Secretaría de Integración Social. Yo quería salir de eso y sin ellos nada hubiera sido posible", aseguró.
Más vidas recuperadas de habitantes de calle
Más de 2.057 habitantes de calle iniciaron su proceso de recuperación en la actual administración, una vez se intervino y acabó la calle del Bronx.
De este número que arrancó su proceso de recuperación, 512 lo terminó con éxito y más de 1.000 de ellos continúan con la Secretaría Social y el Idiprón en los centros de atención. El porcentaje de gente que terminó su proceso satisfactoriamente en Bogotá (20 % aproximadamente), es mayor al mundial que es del 3 %.
Para garantizar su atención, se incrementó el presupuesto para habitantes de calle. En la pasada administración: $156.000 millones cuatrienio. Peñalosa: $272.000 millones cuatrienio.
El sector social de la Alcaldía de Bogotá (Secretaría Social e Idiprón) dispone en la actualidad de 15 centros de atención para habitantes de calle con 2.781 cupos. Tres quedan en el departamento de Cundinamarca y el resto están distribuidos en las localidades de Santa Fe, Los Mártires, Puente Aranda y Engativá.
En estos 2 años y 8 meses, 1.486 ciudadanos habitantes y exhabitantes de calle han participado de procesos de formación en artes y oficios. Algunos en temas como carpintería, electricidad, cocina, mantenimiento de bicicletas, construcción, sistemas, inglés, artes visuales, teatro y validación del bachillerato.
Con las personas que deciden abandonar la calle y lo logran se hace un trabajo muy intenso para fortalecer su sostenibilidad a través del desarrollo de capacidades y ampliación de oportunidades para su inclusión social y económica.
Por su parte, los 700 ‘Ángeles Azules’ realizan acciones todos los días, las 24 horas del día, haciendo recorridos promedio, de 19 kilómetros diarios, para lograr que los habitantes de calle accedan a los servicios y acepten ser trasladados a centros de atención para cambiar la calle y la droga.
Pedro Alberto Ramírez* El nombre del entrevistado fue cambiado por petición.