El periodismo deportivo alguna vez fue cercanía. Conocía el olor del linimento, de la grama húmeda, del sudor de las gentes y los futbolistas con el camerino abierto.
Los periodistas viajaban con los equipos, escuchaban sus confesiones de futbolistas y directivos, en los pasillos de los hoteles, se mezclaban en los rondos de puesta a punto antes de los partidos, y hablaban cara a cara con los protagonistas, sin protocolos ni guardianes.
De esa complicidad nacieron relatos auténticos, transmisiones interminables salpicadas de gracia y alegría. Que se nutrían de voces vivas y no de discursos prefabricados, con frases de cajón.
Ese periodismo murió a manos de la soberbia y la desconfianza. Hoy las cabinas de transmisión de los estadios están vacías, las zonas mixtas son el escenario de las frases impostadas, de los discursos sin contenidos y, las ruedas de prensa, más que espacios informativos, son cuadriláteros de boxeo donde confrontan insolencias y petulancias.
Los lugares donde los reporteros tenían visión privilegiada, los ocupan los influencers con libreto.
Los micrófonos, antes testigos directos desde las canchas, ahora emiten desde los sofás burgueses de sus casas, desde estudios cerrados y lugares improvisados. El periodismo de la calle fue reemplazado por el sedentario.
Los dirigentes se atrincheran en su miedo, en medio de supuestas conspiraciones porque no admiten una verdad distinta a la suya. Sellan puertas de información como si lo suyo fuera un secreto de estado.
Las asociaciones llamadas a defender a los periodistas, son clubes sociales de amigos, agencias de turismo para sus directivos y, en casos, cómplices serviles de los poderosos.
Y están, además, los entrenadores de la nueva era y los viejos cascarrabias. Desconfiados con delirio de grandeza, abiertos a las manipulaciones.
Aislados los entrenamientos, reducidos son los contactos con la prensa, ven en las comparecencias públicas, emboscadas prefabricadas, porque quieren al periodista como títere y no como testigo. Cierto es, hay algunos periodistas que dan grima y dirigentes y entrenadores con seriedad y respeto.
Por eso el periodismo libre molesta, incomoda, estorba. Porque no se inclina, no se arrodilla, no pacta silencios.
Mientras existan periodistas dispuestos a resistir, a informar con veracidad, como obstáculo a la mentira, a los abusos, a las indelicadezas, la vitalidad del oficio se mantendrá. Sé que es una tarea difícil. Nunca imposible.