Ante tanto discurrir de hechos, las palabras se anulan, como el soplo del viento al momento de rozar su pelo. Pero son solo hechos, ¡nada más que hechos! La fortaleza, la paciencia y el amor se agotan, se hunden en un pozo sin fondo, donde no se sabe si el amor se va hasta el más profundo vacío o es el ser aquel que cae sin motivo alguno, nada más que el dolor.
La palabra se hace escasa, nula, muda; la mirada solo refleja el brillo de la luz, pero no el brillo de un sentimiento, hasta el dolor deja de reflejarse, ya no se ve, pero ahí está, sin más, sin reproches, manifestando la más pura ausencia. Esa ausencia que pierde vigor, cuando estrá presente, evocando un discurrir de recuerdos, todos imaginados, llegando al punto de odiar la fantasía; el recuerdo anula, el olvido es el único camino para el recuerdo.
El olvido toma su valor cuando se recuerda, solo allí puede decirse "ya he olvidado", pero no es tan fácil, para llegar al olvido hay que seguir un paso-a-paso, un todo-va-pasando, hasta decir "todo pasó". Es en ese paso del movimiento y del azar, en donde se alberga la posibilidad del olvido, no el olvido logrado y ya, se terminó ¡NO! Es una transición entre la superación (el recuerdo) y el anulamiento total de ésta.
El olvido es aquello que está inmerso en la memoria y es el resultado final del paso-a-paso, pero nunca será definitivo; siempre la evocación, ligada totalmente a la memoria, anulará el olvido, pero será un paso positivo para la completa aniquilación del recuerdo, el pasado queda atrás, llega el olvido, el resultado final, pero nunca único
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Estaba pensando que tú estabas pensando que el cielo era azul y las nubes blancas, pero estoy totalmente equivocado, ni sé lo que piensas y mucho menos si el cielo es azul o las nubes son blancas. Debería hacer como si no pasara nada. Te has quedado muda, en un silencio aterrador, tanto que en mis oídos retumba el ruido de tu silencio. Tus ojos reflejan la indiferencia más cruel, déspota y arrogante; me haces frágil, indefenso, estático. Cuando aquel día, sí, no cabe nombrarlo, tú lo sabes, supe realmente el precio de las palabras, el silencio, las miradas, el leve roce de cuerpos y, lo más absurdo, tu maldita indiferencia hacia el mundo, me di cuenta que debía marchar, coger rumbo hacia lejos, por lo menos en pensamiento, porque ni te he aniquilado ni anulado ni olvidado, eres ese paso-a-paso que discurre entre mi recuerdo y mis ganas de olvidar; pero no quiero olvidarte, no lo deseo.***
El querer y el deseo se adentran en la fantasía, en el mundo de la especulación, del qué será y el porvenir, ese aquello que irrumpe en lo cotidiano, en el normal curso de las cosas, en lo súbito e irrisorio que el querer y el deseo exigen: la imaginación. Es la imaginación la peor y la mejor amiga del vivir, no es igual la imaginación en la niñez (¡OJALÁ!) que en la adultez. El adulto se complica la vida, ya todo es un proyectar, un tratar de desocultar algo que se quiere; el adulto se vuelve frío, perverso, calculador, sometedor, va volviéndose un "gran jugador", "el mejor jugador". Su imaginación ya no consta en ver imágenes en las nubes, en las luces o en las montañas, NO, ya es tan solo un "cómo", "cuándo", "dónde", "de qué forma", e infinidad de maneras de re-crear lo no sucedido, de imaginarlo y manipularlo sin escrúpulos. La imaginación se vuelve tan básica como una hoja de papel. Todo aquello, todo, es producto del habla, del gesto, de creerse adivino y organizador de la vida del otro, ese otro al que nos aferramos, ese otro que se hace odiar al mismo tiempo que amar, ese otro que imagina, desea, quiere, actúa, habla, mira, recuerda y, curiosamente, Olvida. Has de tal manera que yo pueda alejarme.