Ante la tempestad política que vivió Colombia la última semana, a mí simplemente se me ocurre una palabra: Vanidad.
Si busco la definición de esta palabra en el diccionario, encuentro un significado muy preciso: “Arrogancia, envanecimiento y deseo de ser admirado por el alto concepto de los propios méritos”. Qohélet, en los libros sapienciales del Antiguo testamento, la resumía de esta manera: “Vanidad, todo es vanidad. Es como cazar el viento”. Nietzsche decía que la vanidad es “la ciega propensión a considerarse como individuo no siéndolo”, y Balzac también nos da luces sobre esta palabra con una frase lapidaria: “Hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir”.
Con la salida de Mockus del Partido Verde a sólo 4 meses de las elecciones regionales en el país y los dimes y diretes de sus excopartidarios, y con los ataques de 140 caracteres del expresidente Uribe contra periodistas, políticos y enemigos, intuyo que más que buscar salidas, lo que buscan nuestros dirigentes es la cúspide de sus propias carreras, su propio prestigio, el alimento a su propio ego, el poder por el poder. ¿Dónde quedamos nosotros, los que acudiremos a las urnas en octubre, los que vemos caer nuestras ciudades a pedazos y buscamos soluciones?
Faltan pocos meses para que los colombianos elijamos a los que, por cuatro años más, regirán los destinos de nuestras ciudades y departamentos. Y lo único que los votantes hemos tenido que ver es un circo de vanidades expuestas en todas las emisoras de radio, en los canales de televisión, en los periódicos, en las revistas y hasta en los trinos de Twitter. No vemos propuestas, no vemos trabajo, no vemos ideas. Vemos ataques, contraataques, y un panorama desolador en nuestro destino político.
No me gusta discutir sobre política, porque entiendo que es un tema que genera odios y discusiones estériles. Pero más que convicciones, a mí la política en mi país me genera dudas y tristeza. ¿Cómo es posible que viendo nuestras ciudades en el más oscuro de los atrasos, viendo calles llenas de huecos, trancones, violencia, masacres, desplazamiento, atracos, hambre y corrupción, nosotros, los votantes, tengamos que tolerar y elegir sin remedio a personas que más que darnos soluciones, buscan desesperadamente su propio beneficio y el hundimiento siniestro del adversario?
Vemos políticos arañando el poder, así no lo tengan, así lo hayan tenido y se les haya escapado de las manos, así lo tengan y no lo quieran soltar, vociferando desde la tribuna lo que más les convenga, aupando odios y polarizaciones.
Desde la mañana, los vanidosos se levantan a atacar. Los micrófonos de las emisoras radiales se convierten en la plaza pública de aquellos payasos, que esperan pacientemente su turno en el teléfono. Cada uno expone sus razones, disfrazadas de principios, de altísimas convicciones, las decisiones que toman cuando ven que el poder que anhelan se les escapa de las manos. No lo pueden explicar de otra manera. Se traicionan y se insultan, se atropellan y se encaran, y nosotros escuchamos sus palabras con asombro, con impotencia. Yo me pregunto siempre ¿Estos son los que toman nuestras decisiones, a los que les entrego mis impuestos, mi voto, mi confianza? Sí, son ellos, haciendo salidas en falso, sin ningún recato, buscando llamar la atención, sin ninguna estrategia a la vista. Buscando simplemente la portada de la revista, la primera plana, su foto impresa en todas partes. Vanidad, todo es vanidad. Es como cazar el viento.
Al mediodía nos los encontramos de nuevo. De corbata, lustrosos, maquillados y bien peinados, responden tranquilamente a los periodistas lo que simplemente nadie les ha preguntado. Acomodan sus respuestas y, mirando directamente a la cámara, dicen sin el más mínimo pudor lo que todo el mundo quiere oír, pero no lo que están pensando. Muy lejos están de ello. Nos mienten, sonrientes, valientes. Es como cazar el viento.
Nuestros políticos actuales no tienen un plan de gobierno. No lo necesitan. No necesitan ideas ni planteamientos. No necesitan ni siquiera aliados. Necesitan es cubrirse de brillantez, de valores y convicciones confeccionados a su medida, vestirse de una hombría colosal y magnánima, de fuerza bruta para agredir sin medir las consecuencias. La diplomacia, el aplomo, la reflexión de las ideas y la discusión moderada quedaron en el olvido. Hemos llegado incluso a agredir y juzgar al que se siente a dialogar con el vecino, al que acuda a la diplomacia para resolver los problemas. Es como si necesitáramos de la camorra todo el tiempo. Ellos lo saben. Y a eso juegan. Son vanidosos. Tenemos que recordarlo siempre.
Faltan 21 semanas para que tomemos decisiones que pueden sacarnos del fango o hundirnos más en él. En este tiempo, la vanidad aparecerá con toda su fuerza y esplendor en las vallas donde nos mostrarán prohombres de sonrisas perfectas, miradas transparentes, brillantes, valerosas. Aparecerá la vanidad en campañas políticas donde, entre discursos memorables y nuevos amigos, nuestros nuevos gobernantes abonarán los caminos para llegar al poder. Su poder. Los veremos posando con los niños, abrazando a los ancianos, bailando con los más pobres. Serán generosos. Recibirán a la prensa. Harán alianzas hasta con el mismo diablo si es necesario. Pero no por nosotros. No por nuestro bien. Será para saciar aquella vanidad que llevan dentro, aquella que necesitan alimentar diariamente para llegar a su propia cima. Ojalá no caigamos tan fácil y elijamos, sin pensarlo mucho, cazadores del viento.
Nombre en twitter: carito97
Cazadores del viento
Lun, 13/06/2011 - 07:43
Ante la tempestad política que vivió Colombia la última semana, a mí simplemente se me ocurre una palabra: Vanidad.
Si busco la definición de esta palabra en el diccionario, encuentro un signi
Si busco la definición de esta palabra en el diccionario, encuentro un signi