Llegó  mi cumpleaños número “ticinco” con algunos sentimientos encontrados.  Por una lado agradecido y feliz con el viejo Chucho por el don de la  vida y por otro lado con mucho estrés al saber que ese día sería el  centro de atención ya que nunca me ha gustado sobresalir y por el  contrario prefiero mantener un low profile (perfil bajo para los no bilingües).
Ese  viernes de abril, mi día comenzó bien temprano, mi esposa se metió  entre mis cobijas y me dio el primer y tal vez único regalo de  cumpleaños: un colosal y silencioso rapidito mañanero bajo las notas de Los Panchos donde me recordaban que despertara porque ya los pajaritos cantan,  sin embargo por más que agudicé mi oído el único animal que escuché  cantar fue al vecino gritándole a su esposa. De postre que mejor que  recibir el desayuno en la cama y como ya tenía los huevos revueltos  aproveché para pedir un omelette  de jamón con tostadas,  mermelada, jugo de naranja y una taza del mejor café del mundo. Después  del delicioso desayuno que mejor que una siesta abrazados en cucharita y  seducidos por Morfeo. Minutos después me levanto con la misma pereza de  todos los días y decido alistarme para ir al trabajo.
En  la empresa donde laboro mis compañeros me recibieron con la oficina  decorada de globos, serpentina y confeti, los mismos que yo había  comprado dos semanas atrás para el cumpleaños de la secretaria. Después  de cantarme el Happy Birthday y recordarme que ya me estoy  poniendo viejito, cantaron al unísono “esta noche la seguimos en tu  casa”. Un poco nervioso por la propuesta les dije que no celebraría mi  cumpleaños y además no tenía nada para brindarles, no obstante se  hicieron los sordos y me dijeron “fresco nosotros llevamos todo”.
Al  llegar a mi apartamento, cansado por la semana de trabajo, procedí a  hacerle un aseo por donde pasa la suegra o lo que llamamos un “fua fua”.  Conociendo a mis compañeros de trabajo y por cortesía, hice un pedido  telefónico de pasabocas en la tienda de la esquina el cual llegó a los  cinco minutos entregado por un joven en bicicleta panadera vestido con  pantaloneta, camiseta jetona que decía “Uribe Presidente 2006-2010” y  unas chanclas que dejaban ver sus garras, sacó de la canasta ubicada en  la parte trasera de su bicicleta las viandas encargadas a saber, una  Coca Cola dos litros, una bolsa de Doritos, una de El Golpe, un paquete  de butifarras Cunit, cinco bollitos de limpio, dos limones, un rollo de  papel higiénico y dos bolsas de hielo. Al entregarme la factura, un  pequeño papel rasgado, le dije cruzando los dedos “dile al cachaco que  me lo apunte en la cuenta y que este fin de semana sin falta le pago  todo lo que le debo”.
Alrededor  de las 8:00 p.m. se presentaron a mi apartamento, mis compañeros Irina y  Alfonso con sus respectivas parejas, Carlos con una amiga y Kelly con  dos tipos que en mi vida había visto. Todos entraron con sus manos  vacías (ni regalos ni las prometidas picadas) y riendo dijeron “huy ya  huele a lasaña”. De inmediato Nelson, uno de los amigos de Kelly, se  apoderó de la radio y puso un CD pirata que llevó con salsa de la brava a  todo timbal. En la sala Irina ya había prendido el televisor para ver  el Desafío la lucha de las regiones y Alfonso abría la nevera para hacer  un inventario de los manjares que se brindarían. Apresurado llamé a mi  madre y le dije que me hiciera alguna comidita triple B, buena, bonita y  barata. El menú fue ensalada rusa y un taco de saltinas Noel. Una hora  después de mi llamada, mi esposa la recogió.
Desde  ese momento mi cónyuge y yo nos convertimos en meseros profesionales  para satisfacer las peticiones y exigencias de mis confianzudos  compañeros. “Me regalas una coca colita”, “Tienes hielo”, “una  servilleta”, “¿dónde está el baño?”, “me prestas el teléfono”, “¿tienes  coca cola light?”, “mas hielito please”.
Mientras  tanto, Carlos encontró en una de las gavetas de la cocina una botella  de vodka a medio terminar, una de vino sin empezar que me habían  regalado hacía unos meses y otra con un cuartico de whiskey sello negro  que me traje del matrimonio de una prima y a las tres se dispuso a  partirles la pechera sin yo poder hacer algo para impedirlo. Carlos y  Nelson se bebieron todo el licor como dos esponjas y este último bajo  los efectos del alcohol se me acercó y me dijo “ey llave, ¿quién es la  morena que está sentada en aquel rincón, está como buena?”, mirándolo  con cólera y a punto de echar humo por mis oídos le contesté “¿te  refieres a mi esposa?”. Carlos, atento a los sucesos, bajó los ánimos  invitando a todos a cantarme el cumpleaños feliz junto a un pequeño y  maltrecho pudin Bimbo que recién había traído el mismo joven de la  bicicleta junto a otras dos bolsas de  hielo. Como no había  velita, me tocó encender un puchito de vela que utilizo para cuando se  va la luz por mantenimiento o exceso de pago. Mi deseo al intentar  apagarla fue “que se vayan todos estos @#&%$” pero la vela parecía  mágica y la llama se hacía más viva mientras la jauría de amigos y  desconocidos me gritaban “¡uh ya no sopla, ya no sopla!”.
Irina  hizo la repartición del pudín de forma que a ella y a su novio les  quedaran los trozos más grandes y no faltó quien dijera “me das un  pedazo para llevárselo a mi mamá”.
Al  repartir la ensalada que muy gentilmente me preparó mi madre, Alfonso  decía que tenía mucha cebolla, otro expresó “la que prepara mi tía es  mucho más rica”, mientras Kelly señalaba en forma irónica “pollo pasó  por aquí cate que no lo vi”. Desesperado por sus comentarios le indiqué a  mi esposa que pusiera la escoba boca arriba a ver si funcionaba y se  iban de una vez por todas pero todo fue en vano, incluso ni notaron  varios bostezos fingidos que hice o tal vez se hicieron los  desentendidos. Eran las diez de la noche y ya ellos se iban… ¡pero  amañando!
Alfonso  y su novia desaparecieron por media hora y luego los vi salir de mi  habitación algo sudados y acomodándose sus vestimentas. Irina se metió  al baño y me dejó un “regalito” en el sanitario, quien la ve tan  chiquitica, come como pajarito pero caga como camionero. Kelly encontró  mi álbum de fotos de recién nacido en alguna gaveta del armario y se las  mostraba a todos diciendo y riendo a carcajadas “miren a Antonio en  pelotas”.
Por  su parte Carlos y Nelson ya no podían con su alma por la mezcla de  licores ingeridos, sus parpados se hacían de plomo y cabeceaban cuando  le subía el volumen al disco del Gran Combo de Puerto Rico en su coro  “Pa´ fuera, pa´ la calle, no hay cama pa´tanta gente”.
Al  fin, cuando ya eran las doce de la media noche y mi apartamento parecía  azotado por un tsunami, se fueron mis compañeros de trabajo no sin  antes decirme en coro y cantando “que se repita, que se repita”,  mientras yo les recordaba mentalmente la madre a cada uno de ellos.
Haciendo  el inventario de mi día de plácemes el balance arroja un abrumador  saldo en rojo: un mañanero, una tarjeta firmada por veinte personas,  cientos de mensajes y regalos virtuales en mi Facebook, mi apartamento  vuelto nada, mi nevera vacía (Irina y Alfonso se comieron el jamón y el  pan para mi desayuno), una huella como de mapamundi en mi colchón, un  trasatlántico en el baño y quejas de varios vecinos por el ruido. Lo  único que me reconforta es saber que todos mis compañeros ya sea por  suerte o fruto del destino cumplen la próxima semana y ya tengo mi  venganza fríamente calculada. ¿Quién quiere venir conmigo?, todos están  cordialmente invitados.
 
            
 
   
   
   
   
 
 
 
