Mucho se ha hablado del daño que las redes sociales y buscadores han causado a la democracia. Han facilitado protestas alrededor del mundo entero, las más recientes en oriente medio, donde ciudadanos perversos utilizaron estas fabulosas herramientas para derrocar líderes legítimos. En Irán se usaron para mostrar al mundo supuestos abusos policiales y fraudes electorales, con el único fin de deslegitimar la victoria limpia de Ahmadinejad. Y en Colombia han servido para convocar marchas, protestas y revueltas contra enemigos imaginarios como la corrupción o la violencia. Sin embargo, muchos han despreciado una labor vital que hoy en día cumplen estas compañías en la defensa de la democracia.
La democracia tuvo tiempos más fáciles hasta hace un par de décadas, cuando apenas unos pocos, personas y medios, decidían qué información era importante y relevante para la comunidad. Eran tiempos más simples, claros, cuando la visión del mundo del individuo estaba determinada por el medio al cual tenía acceso. Cierto, algunos desgraciados sufrían al verse frente a la posibilidad de informarse a través de distintos medios, con ideologías diferentes, pero nunca representaron una amenaza para la democracia. La información, monopolizada, facilitaba el ejercicio democrático, porque el poder de las mayorías es legítimo así sean mayorías prefabricadas.
Sin embargo, esta dicha no duró para siempre. Algún terrorista se inventó la internet y con ella la posibilidad de acceso libre e ilimitado al mundo, un inmenso mar de información en el que ahora cualquier ciudadano con las herramientas del comunismo, computador y conexión a internet , podría navegar libremente y enfrentarse al peligro de comprender el mundo de manera diferente. Tomados por sorpresa, pocos gobiernos pudieron hacerle frente, salvo algunos como China, Irán y Corea del Norte, en los que patrióticamente se negó o restringió el acceso a la red. En contraste, países de occidente, supuestamente democráticos, han dado rienda suelta a este peligroso medio, donde la información y las opiniones fluyen libremente.
Muchos temimos por el futuro y por la libertad. ¿Qué pasaría si en este océano de datos encontráramos algo que derribara toda nuestra concepción del mundo? ¿Qué pasaría si el mundo no fuera como creíamos? Afortunadamente, como siempre sucede, nacieron ciertas organizaciones que dificultan este acceso “libre” a la información, este terrorismo informativo, lideradas por filántropos de la red.
Tienen nombres raros y graciosos, como Google o Facebook, pero su labor no es un chiste. A partir del concepto de personalización, o moldear la experiencia en la red de acuerdo a la información recopilada de cada usuario, han creado un entorno en el que se reduce el riesgo de que el público reciba información que contradiga las creencias propias. Facebook sólo muestra en nuestro perfil aquellos links de personas con las que normalmente interactuamos, o links que se asemejan a lo que normalmente leemos. Google, con la información recopilada de cada búsqueda y cada click, nos muestra siempre aquello que se asemeja a nuestros gustos y afinidades particulares. Cada búsqueda que hacemos arroja resultados diseñados para cada uno de nosotros. En Twitter es más fácil, porque simplemente seguimos a quienes comparten nuestro punto de vista.
Esta personalización de internet no es simplemente una jugada financiera. Por supuesto, estas compañías se lucran de este concepto porque entre más afín sea el contenido al que nos vemos expuestos, más clicks hacemos, y en internet el click es oro. Además en una red personalizada será más fácil ubicar publicidad específica. Pero también cumplen una labor democrática vital al alejarnos de puntos de vista diferentes y malignos, incluso llevándolo un paso más allá. Antes, uno era consciente de que estaba escogiendo un punto de vista y deliberadamente ignorando otro. Cuando uno lee Semana, es consciente de que está leyendo las voces del terrorismo, y a la vez ignorando el patriotismo de El Colombiano. Pero ahora estos filtros silenciosos que aplican compañías y redes sociales nos restringen los puntos de vista sin avisarnos. Y esto es bueno, porque si uno no sabe que hay algo más allá afuera, no es víctima de la curiosidad. Y la curiosidad es mala, o por lo menos la consideraré mala hasta que alguien me explique en qué circunstancias mató al gato.
Algunos dirán que podemos reventar esta burbuja leyendo conscientemente cosas a lo largo del espectro ideológico. Pero así se construyen visiones propias, independientes, críticas del mundo, y eso no es conveniente en una democracia. Lo que necesitamos es mayorías convencidas que ejerzan el deber democrático, y para esto nada mejor que limitarse informativamente. La gran ventaja de leer siempre lo que nos confirma nuestros prejuicios es que siempre vamos a tener razón, pero mejor aún, el otro siempre va a estar equivocado. Esto es vital, porque en una democracia en la que ya no hay debate, el poder queda supeditado a la popularidad, y la crítica al poder se vuelve superflua. Todo queda en las manos de las mayorías, fabricadas por intereses particulares e información limitada, como siempre ha debido ser. Como dice Eli Parisier, en su libro “The Filter Bubble”, un mundo hecho de lo familiar es un mundo en el que no hay nada que aprender, y aprender no es sólo confuso sino que ya no tenemos tiempo para eso. Así tengamos el mundo en nuestras manos, a través de celulares, ipads y laptops, no es necesario ni pertinente conocer nada más allá de nuestras propias convicciones. Es preferible mirar siempre para el mismo lado, porque como vemos en las calles de Bogotá, sólo el caballo con anteojeras llega a alguna parte, así sea a donde su amo, cargado de basura, lo ha guiado.
Democracia en los tiempos de Google
Mié, 24/08/2011 - 15:22
Mucho se ha hablado del daño que las redes sociales y buscadores han causado a la democracia. Han facilitado protestas alrededor del mundo entero, las más recientes en oriente medio, donde ciudadano