La historia que les voy a contar sucedió hace muchos años, tantos que quizás los habitantes de la tierra no superaban a una docena. La historia es acerca de una joven, ella era un princesa que hace poco había dejado de ser niña, su nombre Zonia. Era linda de ojos grandes, pelo negro con visos color caramelo efecto que lograba su buen amigo el sol, su piel era morena y suave, siempre llevaba puestos unos artes con las plumas de un pavo real quien era su mejor amigo desde la cuna y sus vestidos eran largos y coloridos los cuales sacaba de las cortezas de los árboles y los adornaba con pétalos de cayenas, ya que era su flor preferida, tanto que muchas veces las usaba como adorno en su cabeza.
Vivía en la selva, le encantaba subir a la ceiba madre, en este lugar pasaba la tarde contemplando la inmensidad de la selva. En aquellas tardes ella pensaba que tan solo era un pequeño elemento de ese gran complejo de árboles, flores, aves, reptiles e insectos.
Una tarde como cualquier otra Zonia fue a subirse a la ceiba madre, pero esta ya no estaba allí, hizo como los otros árboles que se van moviendo por toda la selva. Ella caminó y caminó hasta que la volvió a encontrar, pero la ceiba ya había cambiado y ahora era otro niño quien disfrutaba las tardes en su parte más alta. Sin embargo ella subió y pensó que podría compartir la ceiba con aquél niño. Pero desde aquella tarde compartieron mucho más que la ceiba, se dieron cuenta que tenían tanto en común que se enamoraron perdidamente.
Él venía desde muy lejos y no se parecía a ningún hombre de la selva, era alto, de brazos fuertes, en sus ojos se podía ver el reflejo de un mar lejano y su pelo crespo denotaba que él no era de esa selva.
Hacían todo juntos, salían a correr detrás de las mariposas de colores, buscaban frutas, él cazaba animales que ella cocinaba con su sazón única y en las tardes subían a la ceiba que era cómplice de su amor. Pero una tarde Zonia fue hasta la ceiba madre para encontrarse con su amado y lo que encontró fue una gran sorpresa, ninguno de los dos estaba. La ceiba madre se había ido y él también. Esperó por horas y días completos y ninguno de los dos apareció, un día se llenó de valor y decidió ir a buscarlos, los buscó por meses enteros hasta que finalmente los encontró muy muy lejos de donde los había visto por primera vez.
Ella emocionada, pero a la misma vez asustada subió a la ceiba para encontrarse con él, pero lo que encontró fue la desilusión más grande de toda su vida, su amado compartía sus secretos con otra mujer. El dolor fue tanto que en ese justo momento ella quiso morir, se dejó caer de aquella ceiba y su cuerpo fue recibido una gruesa cama de hojas que no dejó que le pasara nada malo a Zonia. Allí tirada en el piso con el corazón roto en 10.000
pedacitos cada uno más pequeño que el anterior, lloró y lloró tanto que su llanto ensordecedor aún se puede oír en las noches de luna llena, sus lagrimas fueron tantas que hicieron que naciera lo que hoy conocemos como el río Amazonas que en un principio se llamó como la selva Amazonia, por el nombre de su creadora Ama-Zonia, quien murió amando.
Pero hay quienes dicen que Zonia no murió, se convirtió en el primer delfín rosado y también cuentan que cada vez que los delfines rosados saltan del agua es para ver si aún está por la selva aquél hombre traicionero.
El Amazonas nació de una lágrima
Vie, 18/11/2011 - 06:40
La historia que les voy a contar sucedió hace muchos años,