El caso Manotas, crónica de una muerte anunciada

Mar, 17/09/2013 - 00:38
El caso Manotas es un reflejo más de nuestra impotencia–país a la hora de anticipar los desastres. Lo cual solo sería posible evitar haciendo lecturas correctas del palpitar nacional. Cosa que pa
El caso Manotas es un reflejo más de nuestra impotencia–país a la hora de anticipar los desastres. Lo cual solo sería posible evitar haciendo lecturas correctas del palpitar nacional. Cosa que parece imposible si revisamos la incompetencia de nuestra clase dirigente para propiciar políticas tendientes a solucionar los problemas de fondo. Los problemas que en verdad están desangrando el país. Por lo tanto, en vez de actuar sobre lo realmente importante, seguimos, como bomberos que apagan incendios (y muchas veces apagar incendios da votos), detrás de lo urgente. Así, creemos obrar de manera correcta capturando al ladrón de celulares que mató a un ciudadano ejemplar; exigiendo la extradición para la banda de atracadores que, bajo la modalidad del  tan afamado y temido “paseo millonario”, acabó con los sueños de un estadounidense con cara de buena persona; pidiendo que Salamanca, el chico de los Andes que borracho como una cuba se llevó por delante dos vidas y media, se pudra en prisión; tildando de “peligro para la sociedad” a Andrés Felipe Arias mientras los verdaderos delincuentes se dan sus mañas para pasarse por la faja la “justicia” en dos días. Sin embargo, tal creencia es errada porque no actúa sobre las causas que determinan el delito. Y lo peor, además de que no soluciona nada de fondo, acrecienta el resentimiento entre unos y otros. La razón: en medio del sensacionalismo mediático que despiertan tales “siniestros”, no se hace una acertada clasificación del delito y, por lo mismo, en vez de justicia —en vez de aplicar una pena tendiente a la reparación y a la resocialización del delincuente—, se aplica venganza. Pues bien, en el caso Manotas ahora sucede lo mismo. La masa hambrienta lo quiere satanizar cuando lo suyo era crónica de una muerte anunciada. Lo intuían los vecinos, lo sospechaba la mamá, la inmobiliaria, el administrador del edificio, los porteros, la policía estaba al tanto. El hombre tenía serios problemas con las drogas y, más temprano que tarde, se iba a volar la tapa de los sesos o se los iba a volar a alguien. Sucedió primero lo segundo. David Manotas Char, Kienyke ¿Qué? Con seguridad, digo yo, en medio de un “viaje”,  Cifuentes le hizo un reclamo a  Manotas y éste, —como, a sabiendas de la opinión pública, estilan hacer los drogadictos que habitan la “L” o deambulan como zombis por los sectores de chapinero y el centro—, reaccionó de manera irascible y violenta. No midió —¿cómo podría hacerlo si estaba fuera de sí?— los alcances de su fuerza y ahora, ya de vuelta en el planeta Tierra, deberá pagar por ello. Y lo más triste de esta historia —al margen de la muerte de un hombre que hoy, con justa razón, lloran los suyos— es que, pese a esto, nuestra legislación no contempla mecanismos eficaces para tratar dicho problema. Y aunque éste no hace al adicto un delincuente, la drogadicción sí potencializa el lado salvaje y oscuro de quien actúa bajo el influjo de sustancias psicoactivas.
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