El innombrable

Vie, 01/11/2019 - 10:13
Después de cada contienda electoral no suele haber perdedores. Los derrotados buscan cualquier resquicio en los resultados para sacar pecho y tratar de convencer a quien quiera oírlos, de que no les
Después de cada contienda electoral no suele haber perdedores. Los derrotados buscan cualquier resquicio en los resultados para sacar pecho y tratar de convencer a quien quiera oírlos, de que no les ha ido tan mal como reflejan las cifras. Echan mano de aquella fórmula de un ex entrenador de fútbol colombiano, según el cual “perder es ganar un poco”; así que el que no se consuela es porque no quiere. No obstante, en las pasadas elecciones celebradas en Colombia, ha habido casi unanimidad por parte de los dirigentes del partido del Gobierno, el Centro Democrático, en admitir la derrota, empezando por su máximo dirigente. La excepción ha sido una conspicua senadora, ilusa aspirante a la presidencia de la república, que está feliz porque su partido pasó de mandar en una, a cuatro gobernaciones: Amazonas, Casanare, Vaupés y Vichada; importantísimos e influyentes territorios en Colombia, como todo mundo sabe. Así que si el Centro Democrático admite una rotunda derrota es porque algo muy gordo ha pasado. Pues sí, para sorpresa de propios y extraños el partido de Gobierno y los partidos tradicionales —el Liberal y el Conservador, más Cambio Radical y el fantasmagórico Partido de la U, del ex presidente Santos— han recibido un varapalo de los que hacen época. La incorporación de votantes jóvenes, tradicionalmente apáticos abstencionistas, y quizá de más mujeres que en otros comicios, ha dado un vuelco sorprendente al resultado de las elecciones locales en Colombia con la aparición de candidatos de opinión que resultaron ganadores.  Alcaldes elegidos en Bogotá, Medellín, Cali, Cartagena, Bucaramanga, Cúcuta, Manizales, Villavicencio, sacudieron al país de forma inesperada; algunos de ellos aliados con el Partido Verde, que resulta así el principal partido de la oposición. Que en un fortín de la corrupción, en medio de los más altos grados de pobreza, como Buenaventura, en donde seis de sus últimos alcaldes han tenido problemas con la justicia, haya ganado la alcaldía un líder social de la comunidad negra, el “líder del paro cívico”, es porque algo parece estar moviéndose en el país.
Cansancio, agotamiento, asco, parece que han dicho los votantes, por primera vez en Colombia. Mejor que la protesta sea así, en las urnas, y no con un estallido callejero como en Chile. No es para echar las campanas al vuelo, pero a los nuevos mandatarios locales hay que concederles por lo menos el beneficio de la duda, es un resultado esperanzador.
En las filas del gran derrotado, el Centro Democrático, echan ahora las culpas al presidente Iván Duque. Curioso porque no fue Duque quien estuvo acompañando a los candidatos en las plazas de pueblos y ciudades, no fue Duque quien oyó las rechiflas y graves acusaciones, no fue Duque quien mintió y descalificó a los rivales. Deberían mirar hacia otro lado y no lo hacen, no se atreven a nombrarlo. Dos voces muy autorizadas del Centro Democrático, José Obdulio Gaviria y Fernando Londoño, han lanzado la alarma que este resultado electoral es el preludio de la toma del poder por parte de la extrema izquierda en las próximas elecciones presidenciales. “Elegimos presidente, pero no tenemos gobierno”, ha dicho Londoño. Y José Obdulio advirtió del “grave peligro de que Colombia en 2022 esté en manos del socialismo del siglo XXI”. Están tirando balones fuera de la cancha. La mulerita y el sombrero aguadeño resultaron tóxicos para los candidatos que se arrimaron al ícono de arriería, que vive horas bajas y haría bien en recibir el mensaje. No es que llegue el comunismo, es que hay hartazgo de polarización.
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