A los cuarenta y nueve años decide que el mundo de correrías por las calles de Los Ángeles, entregando cartas para ganarse la vida, llega a su fin. El arsenal de anécdotas personales, de sinsabores y bares, dan estructura vital a lo que continúa escribiendo. Las mismas borracheras, los mismos rostros perdedores que se deshacen sobre las barras de las cantinas que frecuenta por tedio y necesidad existencial, le gritan en las noches que quieren quedarse a vivir sobre papel. Los nudillos duelen, tantos años de teclear en las madrugadas, las peleas contra especímenes parecidos a él, terminan por aplastar sus razones. Charles Bukowsky, expresa: “tengo dos opciones, permanecer en la oficina de correos y volverme loco… o quedarme fuera y jugar a ser escritor y morirme de hambre. He decidido morir de hambre”.
La escritura limpia de adjetivos, de calificación o especulación se vuelve obsesión en aquella mente que naufraga entre personajes nada ortodoxos: mujeres aferradas a unas cuantas parejas de muñecos que realizan artimañas para terminar fornicando en la caja de zapatos que habitan, pájaros azules que se niegan a morir mientras la sordidez está presente en el cosmos, visiones de cómo será él mismo cuando esté viejo y una enfermera ciega de ignorancia se encargue de limpiar las babas que escaparán de una boca sin dientes, le hacen reconocer que es bueno esperar si quiere narrar algo que tenga mayor valor que el silencio.
Adolescentes con ínfulas de escritor producen textos que al final terminan pareciéndose a algo escrito ya por el buen Charles. “Mamertillos”, esa carne que alimenta cuanto taller de escritura aparece, lo adoran porque deliran identificándose con su literatura, con su vida, (casi nunca con su talento) creen que garabateando sandeces llenarán bolsillos y ego. Copiar es un arte petulante, aguantar hambre y estar aburrido, una condición; permanecer firme, tener el “descaro” de ganarse la vida inundando de correo los riñones de una ciudad mentirosa, beber, pelear, escribir en las noches y decirle en la cara a la humanidad que se le odia, tiene su ciencia. El pecado para alguien que llena de tipos una página blanca, está presente en la vanidad y las ganas de tener una reseña mínima en Wikipedia, como si eso fuera premio a una vida de testimonio. El protagonista de esta historia no cayó en semejante estupidez.
“Es increíble lo que un hombre tiene que llegar a hacer sólo para poder comer, dormir y vestirse", dijo en una entrevista y es imposible negar la traza de veneno presente en este axioma. La literatura no tiene caminos o indicaciones, no se aprende en la universidad, allá enseñan formas de escribir pero no cómo escribir, eso es personal, la rabia es personal, el color del alma es personal, la salvación depende de cuán necesitado de paz esté el actor. La carencia tiene el poder de hacer clara cualquier idea, despeja de rutilancia a los espectros del desierto. En la literatura de Bukowsky, los sabores son sabores, el edén no existe, el infierno tiene círculos y no todo el tiempo hay tormentos, el mayor obstáculo para salir de allí parecen ser las ganas de quedarse. Realismo sucio es escupirle el rostro maquillado a la Reina de Inglaterra, no hay control, dioses, amor, sólo la esencia impuesta por la carencia.
Alguna vez pregunté a Florentino Borrás, poeta y aficionado al boxeo, quién en su criterio ganaría un combate a doce asaltos si se midieran Bukowsky contra Norman Mailer (quien era feliz apuñalando a sus esposas) y el crédito de Charalá, respondió sin dudar: “Mailer. El tipo era como una mangosta, dientes afilados, cinismo, pequeño de cuerpo pero con unas ganas inmensas de dañar. Bukowsky, en cambio era un gorila, voraz, fuerza bruta, pero los ojos tristes siempre desnudan el ápice de bondad que separa a los soñadores de los asesinos. Esa si hubiese sido la pelea del siglo. Todos querían verlo pelear con Hemingway, gran escritor, sin duda, pero a Don Ernesto se le veía demasiado “nena”, demasiado entregado a la creación de una virilidad lechosa”, concluyó el letrado comunista.
Definición certera la de este fauno santandereano. Hay hombres que entienden que el simple acto de poner alimentos en la alacena tiene más valor artístico que agradar a la crítica y los lectores emocionados al leer relatos idílicos de cosas que no sirven para nada, que no mueven las fibras que nos hermanan. Bukowsky, asustado engendro de lo cotidiano, tan parecido a cualquiera de nosotros, hizo de la literatura una herramienta para no volarse la cabeza, más bien para volársela a plazos con cada trago que le entraba en el sistema.
También soy Charles Bukowsky, quisiera ser como Charles Bukowsky, la mayoría en el fondo lo somos, con menores o mayores características de demonio. Vamos a un trabajo que no nos gusta a ganarnos un sueldo de risa, contamos las monedas antes de subirnos al bus, al tomarnos unas cervezas. Todos somos Bukowsky, dignos en la renuncia, con ganas de reventarle la cara a quienes alardean creyéndose la verdad revelada (jefes, políticos, milicos, vecinos, ex de algo). Todos somos el energúmeno Charles, con talentos y voluntariosas ganas de no dejarnos vencer, pájaros azules que en las noches cantan bajito para demostrar que no todo lo nuestro está muerto.
Si quieren ahondar en el alma de este escribidor gringo les invito a leer tres de sus poemas:
- Abraza la oscuridad
- Pájaro azul
- Pobreza
Un abrazo.