La decisión del alcalde de Bogotá en peatonalizar la carrera séptima entre el Palacio de Justicia hasta la calle 26 en determinadas horas, sigue generando vientos de marea e inconformidad para los transportadores, comerciantes formales e informales, funcionarios, estudiantes y turistas, que de alguna u otra forma se sienten amenazados o beneficiados por los constantes disparates con que el desmovilizado del M19 suele administrar a la que algunas vez llamaron los lagartos internacionales como la “Atenas Latinoamericana”.
De los tiempos de la filosofía, del estudio del latín, del buen escribir y pensar, de las obras literarias, del fino modismo de muecas y ademanes majaderos ya no queda nada, por cuanto la ciudad es el vivo reflejo de sus coadministradores –alcalde y concejales-, donde abundan los tropiezos cargados de ira y reclamos por el insoportable sistema de transporte, con sus vías precarias del siglo XIX, por el pataleo mitómano de quienes quieren a la ciudad sin ser así, de aquellos que menosprecian el caminar y el andar de los de a pie con los excrementos de mascotas de dos piernas y cuatro patas, de los que ya muestran sus dientes para el mes de octubre y quieren convertirse en los mesías y salvadores de un sistema que nació en la vieja Santa Fe y que hoy ha sido el estricto responsable de su total fracaso y miserable destino, que en si sobresalta en iguales proporciones y desgracias los derroteros de las demás regiones –centralismo-.
Lo peor, es el descabellado ultimátum de sembrar en cada centímetro de pavimento sobre los rieles del viejo tranvía incendiado, rocas de calizas –véase de la 7ma con 12 a la 26-, como una forma de resaltar y dejar en el recuerdo de los capitalinos y visitantes, el periodo más “obscuro y sufrido” para la izquierda burguesa democrática, por las casi destituciones, revocatorias y permanentes saboteos originados por los pragmáticos monjes derechistas de la caridad del sistema reculado.
Pese a ello, se puede decir que Gustavo P, no es él en sí, sino el producto fantasioso y épico –al parecer- de lo que las malas lenguas dijeron en los corredores del Liévano, que por el taconazo propiciado por su mujer en la cabeza y posterior operación de la coagulación cerebral, sus pasos se han convertido en los mismos del Quijote, luchando contra molinos de vientos; o en los mismos periodos de Vespasiano con la construcción del coliseo romano, enalteciendo con mármol su obra excéntrica de luchas, circo y pan, logrando confundir a esa pobre muchedumbre que le aplaude todas sus conquistas en 3D en la paupérrima Plaza de Bolívar –hoy plaza de las palomas-. Y seguramente se le ve como el emperador musulmán Shah Jahan, construyendo el Taj Mahal, no en honor a su mujer Mumtaz Mahal, sino a la izquierda desorientada que dejó por última vez el poder.
Ese es Petro, al que le quedan escasamente algunos meses y que intenta a las patadas convencernos de la existencia de la Bogotá-Humana. ¡Hágame el favor si Clara Lopez vuelve!