Si nos atenemos a las más recientes declaraciones de Iván Marquez: “… el señor fiscal Eduardo Montealegre atraviesa palos al proceso de paz…”, no hace falta ser premio Nobel de matemáticas para deducir que la aspiración de las FARC es impunidad total. Ni más ni menos que aprovechar el estatus político que inexplicable y taimadamente el gobierno Santos les ha ido otorgando para llevar la discusión al tan anhelado terreno del indulto.
Un indulto que, al margen de ser inservible como mecanismo de paz, será la piedra angular de una verdadera guerra civil en Colombia y, por qué no, de la fragmentación del país.
Y digo esto por varias razones. Primero, no deja de ser un sofisma de distracción llamar “proceso de paz” a las conversaciones que se llevan a cabo con las FARC en la Habana. Cosa que, sin embargo, no es cierta por dos principios elementales. Uno, en este supuesto no figuran todos los actores del conflicto armado, que hoy por hoy son innumerables, y dos, aquí no se está abordando el meollo del asunto: producción y tráfico de droga. ¡La gasolina del incendio! Un punto, éste último, que desde la perspectiva de las FARC se ha obviado estratégicamente. Porque, ¿cómo alegar razones políticas —sobre todo a la hora de dar cuentas a los amigos europeos— cuando, al margen de cierta ideología marxista‑leninista, producen y trafican droga? Mientras que por el lado del gobierno central esta omisión obedece a una misteriosa complacencia.
Segundo, si somos juiciosos y vemos cómo muta el conflicto aquí no hay nada novedoso. ¡Nada! Se le dará indulto a un grupo que individualmente no es homogéneo ni obedece a una razón de ser exclusivamente ideológica. Por lo tanto, el indulto a la postre solo terminará siendo útil, y tal vez unicamente de manera estratégica, a los intereses de un grupúsculo de farianos muy reducido. Grupúsculo que, motivado por el “triunfo” de países vecinos, ahora, después de años y años de lucha frontal, ve en la arena política otra forma de llevar a Colombia al socialismo del siglo XXI. No obstante, el grueso de las FARC, la base pobre, iletrada, los jóvenes carga ladrillos, muchos de ellos campesinos engatusados con promesas de fama y fortuna, replicarán, después no advertir mayor utilidad en torno al asunto de "la paz", el viraje que dio Pablo Catatumbo cuando del M-19 pasó a las FARC. Porque, repito, si somos juiciosos y vemos cómo muta el conflicto, cómo un grupo paramilitar hace alianza con un grupo fariano en ciertas circunstancias de tiempo y lugar, cómo un miembro destituido de las FARC como Jaime Bateman Cayón va y monta su propio M-19, cómo un cartel de la droga permea la policía o el gobierno local y así, una y otra vez, aquí, en este supuesto “proceso de paz”, volverá la burra al trigo. Con el agravante de suscitar nuevos odios, venganzas, producto de la aplicación inequitativa de “la justicia”.
Tercero, ya consolidado su brazo político, una sumatoria de fuerzas oscuras —tipo Iván Cepeda, Piedad Córdoba, algo del ala samperista del partido liberal, gran parte del Polo y su apéndice Progresista, etcétera— que confluyen en una visión “bolivariana” para Colombia, las FARC, ahora con sus líderes libres de toda culpa, estarán, con las armas bajo la almohada, a un paso de adquirir el estatus de beligerancia. Cosa que a través de las zonas de reserva campesina, y con la colaboración de países “amigos”, será pan comido.
Bonus track: Gústenos o no, la legalización de la producción y el tráfico de droga podrá hacer más por la paz de Colombia que cualquier otra cosa.
@Fe_derrata
Impunidad, la aspiración de las Farc
Lun, 22/07/2013 - 01:11
Si nos atenemos a las más recientes declaraciones de Iván Marquez: “… el señor fiscal Eduardo Montealegre atraviesa palos al proceso de paz…”, no hace falta ser premio Nobel de matemátic