“El mundo es bello, pero tiene un defecto llamado hombre”
Nietzsche
4:30 am. Daniel se despierta, enfrenta una tercera Guerra Mundial entre la cama y el levantarse. 5:00 am. Se le ha hecho tarde, entra a quitarse la pestilencia del día anterior con agua tibia. 5:15 am. Desayuna semidesnudo. 5:30 am. Carreras para salir. 6:00 am. Ingresa al eficiente y placentero sistema de transporte público en Bogotá: Transmilenio. Esta rutina puede ser la de cualquier otro cristiano que habite el planeta, algunos apurados, otros impuntuales y tercos como yo, en fin, el dilema del asunto se posa justamente en nuestro actuar, en el empleo de nuestro cerebro primitivo o cavernario y en el reaccionar frente a los estímulos que él recibe. Desde niños se nos ha inculcado el obedecer, amar al prójimo, soportar a otros e infinidad de valores, que aunque buenos, resultan ser atavíos de una excelente moral que en verdad no poseemos, nos retan a ser mejores personas todos los días sin importar lo utópico que pueda sonar, pero el sentido de la mejora y la solidaridad se escapan y se desvanecen ante nuestro yo natural, seamos sinceros, en nuestra mente hemos cavilado infinitas formas de asesinar o atacar al estimado prójimo. Daniel espera ansioso la llegada del C19, que aunque lento, es la única opción para llegar a clase de siete o siete y cuarto, se encuentra incómodo bañado por las fragancias matutinas, shampoo, rinse, lociones y comida, a lo lejos se divisa un gusano rojo que mueve su título naranja, la gente se enlista para tumbarse, desgarrarse y lograr ubicar su trasero en cualquier asiento, es entonces cuando el listado de valores enseñados fielmente por la profesora de ética en primaria desaparece. La pupilas se dilatan, las lenguas se secan y surgen cosas como vituperios (madrazos), empujoncitos ( empeñones agresivos), frasecitas de cajón como ‘’que pena’’ , sin sentir la más mínima vergüenza, ‘’discúlpeme’’, sin un arrepentimiento sincero y el detonante de la mañana : ¿me regala un permiso señor?, ¿en serio?, ¿un permiso?, ¿permiso para dónde? si aquí me siento magullado, abrumado, desesperado y con la filantropía extinta. Si las miradas mataran ,el 80% de los Colombianos ocuparíamos un baño sucio en prisión, a decir verdad creo que más de una persona se identificará con esto, hemos deseado siempre hacer zancadilla al que nos empuja, tirar del cabello a la chica que lo trae húmedo y nos empapa al sacudirlo para subir primero, saludar con el dedo de la mitad al que hizo mala cara y se quedó sin puesto, escupirle al de abajo que está muy calientito y mira conformista, mientras uno está de pie soportando la humanidad del resto. Ese odio repentino por el bachiller que se ríe a carcajadas en la parte de atrás o por el reguetonero que aun no descubre los audífonos, es normal, no se sorprenda, los seres humanos por naturaleza no soportamos más de dos minutos el compartir un espacio tan reducido con otros, los estados de irritabilidad en nuestra sociedad están al filo de explotar, por eso nos deleitamos en la misantropía, en el odio a los seres humanos y en ese ‘’no me alegro pero me da un fresquito’’ que exclamamos cuando hemos vencido al otro, cuando nos sentamos de primeras y observamos la pobre mujer cargada de maletas , afortunados de no ser nosotros los que padecemos. La Misantropía, entonces, se convierte en ese motor que eleva nuestra imaginación a los instintos más bajos que podamos concebir, nos aterriza cada vez más a nuestra pobre condición de humanos que por momentos nos desagrada tanto, hasta el punto de llevarnos a escribir cosas ácidas; por bastante tiempo nos hemos encargado de satanizar a los demás, bien dice Benedetti ‘’Cuando el infierno son los otros, el paraíso no es uno mismo’’ Queda una simple invitación a que se exorcice con su almohada, con la colección de vajillas chinas de su abuela, con el peluche de la hermanita, con la mesita de noche que golpeó el dedo meñique de su pie y aunque la misantropía se presente de la forma más exquisita en la carta del día, no se deje tentar, haga dieta, no sé de esos gusticos que le hacen tanto mal al resto, pero sobre todo a usted mismo. Daniel mira fijamente a la señora y le concede la salida, intenta ser agradable, mantiene el equilibrio y soporta el roce íntimo con otro ser humano, se abren las puertas y hay un respirito de purgatorio.