Pensaba hablar esta semana del próximo concierto de Paul McCartney, pero han ocurrido cosas más importantes. No me preocupa mucho dejar el tema del mercado de la nostalgia a un lado: ya los empresarios traerán otros dinosaurios de la talla de Aerosmith, Iron Maiden o Rogers Waters, y ya nos agolparemos a hacer filas como hacía el público hace 20 o 50 años en Estados Unidos o Inglaterra.
Prefiero hablar de la muerte de Daniel Zamudio, un joven chileno de 24 años que murió el martes pasado, gracias a los golpes que le propició un grupo de afinidad neonazi hace más o menos un mes. La golpiza se la dieron por ser gay. Supongo que los seguidores de Allende son ya tan pocos que estos grupitos han decidido echar mano a otros enemigos, estos sí mucho más peligrosos, como los homosexuales menores de 25 años.
Ahora, lo que pase en Chile poco importa –¿y por qué habría de importarnos a los habitantes del país más feliz del mundo?–, pero la imbecilidad, lastimosamente, no es inherente a los chilenos. Y aquí, tierra fértil para cualquier variedad de cultivos, también se da, con la misma facilidad con que se da el mango. Uno tira una pepa de mango y a las dos semanas ya tiene un árbol. Ahora, no sé cuánto tiempo necesita la imbecilidad para producir algún fruto, pero seguro el tiempo necesario es mucho menor.
Si la imbecilidad fuera exportable, uno pensaría en un principio, Colombia sería una potencia mundial. Pero exportar a dónde, pregunto yo, si de todo lo que los seres humanos producimos lo único que nunca puede faltar en la mesa es la imbecilidad.
Para bien o para mal, la imbecilidad no es un bien propio de colombianos ni la preocupación por su proliferación tampoco es local. Ya en la década de 1940, Camilo José Cela decía, “yo me acuerdo, en el café, cuando yo era muy tertuliano, en plena guerra mundial, que había unos indocumentados que discutían por qué los ingleses o los alemanes no hacían esto o lo otro en el desierto de Libia; decían ‘porque si Rommel, ¡pum!; entonces Montgomery…’ Yo estaba pasmado. Bueno, pues a estos imbéciles lo que habría que hacer sería barrerlos, raerlos de la sociedad española; lo que pasa es que a lo mejor despoblábamos España.”
Se sabe que los vinos colombianos no le dan la talla a los chilenos, pero en imbecilidad, a mí me da pena, que no vengan a decirnos que nuestra producción es inferior. Claro, ellos tuvieron al generalísimo ese gracias al cual Chile se convirtió en referencia económica del continente y gracias al cual está como está –que nos cuenten los estudiantes chilenos.
Seguro que el generalísimo dejó los estandares de calidad de la cosecha de imbecilidad bastante altos, pero aquí también nos hemos arreglado, no crean, aquí tenemos –¿o teníamos?– La Tercera Fuerza. Cada tanto, cuando los medios no tienen un niño que se cayó por una alcantarilla, una nueva –otra– promesa del Presidente o algo que pueda dar de qué hablar mal sobre Petro, se agarran de la Tercera Fuerza. Hace unos meses, Semana sacó una crónica, Daniel Samper Ospina escribió una columna y CityTv hizo un reportaje sobre la celebración que la autodenominada asociación cultural hizo del natalicio de Hitler.
Ahora, ni las fotos de la pálida crónica ni las tomas de los videos de CityTv muestran las mujeres altas y rubias, los uniformes planchados con tesón, las musculaturas de los ejércitos del tercer Reich o un orador de la talla del Führer. Las tres cuatro rubias, que miraban con un desgano que distaba mucho de ser alemán, eran oxigenadas o tinturadas; los uniformes ni eran muy uniformes ni estaban muy atalajados; en lugar del imponente ejército que llevó a cabo la Blitzkrieg solo vi unos cuantos gatos pardos y criollos que en otro video de youtube andan con baratas chaquetas de cuero; el orador –el comandante Diego– se dirigía a los asistentes como si estuviera a punto de empezar el conteo de un bingo. Y el salón que consiguieron, en un hotel del centro, ¿es acaso un salón de baile de domingos? Seguramente pudieron alquilarlo hasta las cuatro porque luego arrancaba el bingo. El comandante solo tendría que cambiarse de uniforme. Las mesas ya estaban desplegadas para el juego. ¿Es el bingo una de las actividades de integración de la Tercera Fuerza? ¿Juegan bingo los nazis?
Ahora, este tipo de imbecilidad no es nueva ni en Colombia ni en Chile. Al parecer ya en la década de 1940 había grupúsculos de simpatizantes del nazismo –una mezcla de ascensoristas de los principales edificios de Bogotá, altos mandos militares, clérigos y, una vez más a la vanguardia, integrantes del partido conservador como Laureano Gómez– que en repetidas ocasiones planearon golpes de estado que no pudieron llevar a cabo porque siempre había uno que se arrepentía y los delataba o porque los organismos de inteligencia, sin chuzar a nadie, los descubrían.
En un país donde todo lo bueno proviene de la costa atlántica, no resulta extraño que uno de los líderes del movimiento fuera de Barranquilla: un doctor llamado Venancio Ferreira. Ahora, aunque siento tremenda admiración por el loable esfuerzo de Tercera Fuerza para buscar establecer un grupo élite de personas que se encargue de enfrentar gente en extremo peligrosa, como los indígenas ecuatorianos que venden artesanías, sin duda resultaba aún más admirable el esfuerzo de un doctor costeño por fundar un movimiento nazi en Barranquilla. Porque un movimiento ario en la costa debería haber constado de siete integrantes, de las siete familias blancas de la costa que nunca cometieron el pecadillo de mezclarse con miembros de otras castas o razas. Pero uno ve las fotos –revista Credencial, Edición 67, julio de 1995– y no, no son siete. Son varios más. Eso sí, no hay cabida para tantos gatos como los criollos estos de la Tercera Fuerza, no. En algunas fotos se observa la majestuosidad casi wagneriana de los alemanes de la época. Si uno no presta mucha atención casi puede pensar que se trata de una reunión en Munich. Salvo por un militar colombiano que aparece en una de las fotos. Ese, lastimosamente, sí se ve criollito y le resta solemnidad a la ocasión.
Lástima que Hitler no esté vivo, seguro mandaría eliminar a estos grupitos neonazis sudamercianos, por daños y perjuicios a la imagen del nazismo, por pretenciosos y, no menos importante, por imbéciles. Ni siquiera el nazismo se puede permitir tal tamaño de imbecilidad como un grupo de sucadas dándosela de arios.
Pobre hombre, el Führer. Seguro habría seguido pintando cuadros y postales para venderlos a los turistas en Viena, en su época de estudiante, si hubiera sabido que el majestuoso movimiento que fundó años después iba a terminar en esto, una pálida imitación por cuenta de unos gatos pardos del trópico.
¿Juegan bingo los nazis?
Dom, 01/04/2012 - 15:53
Pensaba hablar esta semana del próximo concierto de Paul McCartney, pero han ocurrido cosas más importantes. No me preocupa mucho dejar el tema del mercado de la nostalgia a un lado: ya los empresar