La casa de papel

Mar, 01/05/2018 - 08:16
Está claro que el mercado de la televisión ya no se limita a los canales tradicionales, sino que hay que contar con nuevos factores como son las plataformas de pago tipo HBO, Netflix y otras cuantas
Está claro que el mercado de la televisión ya no se limita a los canales tradicionales, sino que hay que contar con nuevos factores como son las plataformas de pago tipo HBO, Netflix y otras cuantas que hay por ahí y ya aparecerán en Colombia. Se trata de un nuevo concepto de televisión, empresas que buscan crear un catálogo propio y enganchar a la audiencia con productos novedosos que a veces se convierten en piezas de culto. Ocurre esto último con La casa de papel, una serie española que hoy resulta ser la de más audiencia de Netflix entre las series no habladas en lengua inglesa de esa plataforma. Dicen que barre en Argentina, Brasil y Perú, y en Colombia no le va nada mal. A esto seguramente ayudan aquí los ditirambos que le dedican en W Radio, que hasta han puesto a hablar a dos candidatos presidenciales, Germán Vargas Lleras y Humberto de la Calle, del culebrón español. Voy a decir en qué consiste, así que los espíritus sensibles a los que no les gusta que les cuenten el contenido de una serie o una película, deben abstenerse de seguir leyendo. Porque también voy a contar el final. La vi completa. Los tres primeros capítulos por curiosidad y el resto –ya no recuerdo cuántos, un montón–, por estoicismo. Digamos de entrada que la idea de la serie es calcada de una extraordinaria película de 2006 de Spike Lee que en inglés se llamó Inside man y en Latinoamérica El plan perfecto. En ambos casos se trata de un robo perfecto. En la película, a un banco en Manhattan y en La casa de papel, a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, la institución que en España imprimía el papel moneda, cosa que entre paréntesis hoy ya no hace. Primer gazapo. Tanto en la película como en la serie española, un tipo listísimo dirige a un grupo de personas que entran uniformadas al lugar del robo, y visten a los rehenes que toman en su interior con el mismo uniforme que ellos llevan puesto. De modo que la policía se encuentra ante el dilema de no saber a quién disparar porque ladrones y rehenes visten igual. Abandonemos la película y centrémonos en La casa de papel, aunque los detalles en común son algunos más. Lo que en la gran pantalla fue un magnífico ejemplo de cine negro en esta ponderada serie española, se convierte en un culebrón insoportable a partir del tercer capítulo en el que ya todo el pescado está vendido. Mediante el recurso de flashbacks, mientras discurre el asalto que dura casi una semana, la serie nos va contando los preparativos del robo. Y cada cierto número de secuencias, aparece la publicidad encubierta de una marca de cerveza gallega. Este truquito hace que uno, que ya ha perdido interés en el cuento, se dedique más bien a adivinar cuándo va a aparecer otro product placement de la dichosa cerveza. La voz en off de Tokio, una de las participantes en el atraco, narra los acontecimientos y no se sabe muy bien a santo de qué. Se trata de un personaje de la trama del que no es creíble que conozca todo lo que cuenta. Además de Tokio están Nairobi, Denver, Río y otra serie de capitales, idea que ya pueden suponer de dónde sale: en El plan perfecto los atracadores utilizan variantes del nombre Steve… Pero el fuerte de la historia está en la relación amorosa que entablan el Profesor, jefe de los atracadores, y la inspectora Murillo, jefa del equipo de policías que trata de rescatar a los rehenes y atrapar a los ladrones. Todo es absolutamente inverosímil. Los amores apasionados que se establecen entre atracadores y rehenes, la impresión de miles de millones de euros, el túnel que excavan los ladrones (con ayuda de los rehenes) para huir, y la absoluta estulticia de la Policía que raya en lo subnormal. Con haber cortado la corriente eléctrica se había terminado el problema. Por no hablar del “empoderamiento” de las mujeres en la serie y del pretendido mensaje de protesta contra el poder de la banca. La huida de los ladrones con el inmenso botín (adivinaron, en un camión repartidor de la cerveza gallega); y el broche de oro, el encuentro de la inspectora y el profesor en una paradisíaca isla del Pacífico Sur, resultan más falsos que un billete de tres pesos. No me extraña que en España la serie haya pasado con más pena que gloria y que Antena Tres, el canal que la emitió allí, haya decidido acabarla con este final tipo Casablanca al revés. La decisión de Netflix de continuar la saga otra temporada y el éxito en Latinoamérica, no se entienden más que por el daño irreparable que han causado en los cerebros de los televidentes de estas latitudes los insufribles culebrones locales durante tantos años.  
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