Una de las múltiples cualidades del cine es la capacidad de representar la condición humana en relación con el mundo. A partir de cuestiones particulares y aparentemente perdidas en la cotidianidad, es posible otorgar a través de la pantalla todo un entramado de aspectos que describen la complejidad del habitar. Se trata, entonces, del recurrente ardid artístico de hacer de lo singular algo universal. Esta fábula se adhiere perfectamente al argumento de La caza, dirigida por Thomas Vinterberg.
Desde su estreno en el año 2012 en el Festival de Cannes, La caza ha sido objeto de múltiples elogios de la crítica. La impecable interpretación de Mads Mikkelsen en el papel de Lucas, un dedicado maestro de escuela primaria, resulta ser una razón de peso para aceptar esta propuesta que enmarca el regreso de un director del Dogma. Al mejor estilo de La celebración (1998), también dirigida por Vinterberg, esta película mantiene ese concepto agobiante que define claramente la naturaleza del cine danés de los últimos años, representado, además, por Lars Von Trier.
Y es que La caza, sin duda alguna, es un filme que muestra la evolución reinante del cine europeo. Dejando atrás algunos de los objetivos de ese famoso Dogma 95 que pretendía derribar cualquier tipo de artificio que se interpusiera entre la cámara y lo verosímil, esta película guarda aún el espíritu del director por retratar la inestabilidad del comportamiento humano cuando se enfrenta a circunstancias extraordinarias, manteniendo una tensión casi insoportable para los protagonistas.
Así, desde sus primeros minutos, La caza nos deja ver la condición imperante de la masculinidad nórdica: surgen como aspectos condicionantes los vínculos de comunidad y confianza; las implicaciones culturales de esa región del mundo determinan un retrato situado de la naturaleza falocéntrica de la sociedad actual. Cazar se convierte en una actividad que determina la virilidad y que, aparentemente, se presenta sólo en la relación entre los hombres y su entorno. Empero, para Vinterberg, dicha acción también es una constante entre los sujetos. Es así como la película sugiere unos personajes que poco a poco van poniendo en evidencia la ruptura que existe entre ellos, dando paso a conflictos inacabados, sentires de furia, desazón, resentimientos y sospechas.
Lucas, quien como antes se había referido, es un maestro de escuela primaria que recientemente se ha divorciado. Como muchos personajes de Vinterberg, es un sujeto solitario que vive en la nostalgia por tener lejos a su hijo adolescente y, dentro de su comunidad, es reconocido como un hombre sensato, aunque su vida cambiará drásticamente al ser acusado de pedofilia por la hija de uno de sus mejores amigos. Es de esta manera como la trivialidad del mundo se ve interpelada por la imaginación de la infancia, por una forma distinta de interpretar el mundo viril predominante. Sin embargo, no es inconveniente contar esto, porque el director deja en manos del espectador los juicios que sobre el protagonista tengan cabida.
En ese orden de ideas, la denuncia en contra del maestro provoca una serie de acontecimientos que fracturan notoriamente las relaciones entre Lucas y los habitantes del pueblo. Mentira, difamación y duda, se debaten incesantemente, superponiéndose una sobre las otras a lo largo de la película, volviendo nebuloso lo que antes era claro para el protagonista. Es allí cuando el actor encuentra en la cámara el único objeto capaz de brindarle apoyo, pero incluso esta se empeña en mostrarlo difuso a los ojos de los espectadores.
De esta manera, la naturaleza de la mentira queda entredicha, siendo claramente permeada por una sola manera de entender la comunidad. Lo real se pierde entre múltiples realidades y prima una verdad incierta de la que sólo se tienen unas nociones que tiemblan ante la propia duda. Es por ello que Vinterberg acude a los primeros planos de Lucas, creando a su alrededor una atmósfera opresora que se manifiesta en rostros de dolor y tristeza. Sin duda, una actualización de las tormentas que durante el siglo pasado Ingmar Bergman lograba retratar en las mejores interpretaciones de Max Von Sydow o Erland Josephson.
Pero además de la mentira y la duda como ejes fundamentales de la película, Vinterberg no se limita a la hora de dar un tratamiento no menos importante a otros temas que permiten hilar la trama. Así, se hace menester referir las consecuencias de la fuerza física como complemento de la fuerza moral al momento de estigmatizar, la presunción de verdad por parte de los adultos hacia los niños, y, lo que da el nombre a la película, el trato de los hombres a los animales.
Por lo demás, al margen de las cualidades cinematográficas, esta película logra involucrar al espectador en una inquietante historia que repercute directamente en sentimientos extremos como la bondad y el desconcierto. La caza plantea exitosamente un ejemplo acerca de la moral de los hombres, siempre en duda a partir de las circunstancias. Y no contento con ello, Vinterberg propone un final abierto a nuevos acontecimientos, en los cuales la veracidad de las acusaciones pasa a un segundo plano. Lo importante en este punto es el cuestionamiento acerca de nuevos sentimientos en los personajes, como el perdón o la venganza. En suma, para el director, es una certeza la vulnerabilidad de los sujetos, sólo desconoce el momento de la cacería.
FICHA TÉCNICA
- Título original: Jagten
- Actores: Annika Wedderkropp, Lasse Fogelstrom, Mads Mikkelsen, Susse Wold., Thomas Bo Larsen..
- Director: Thomas Vinterberg.
- Guionistas: Thomas Vinterberg, Tobías Lindholm.
- Director de fotografía: Charlotte Bruus Christensen.
- Música: Nikolaj Egelund.
- Montaje: Anne Osterud, Janus Billeskov Jansen