
Una de la más grandes crisis históricas por las que atraviesa nuestro país, es la falta de credibilidad en nuestras instituciones democráticas, el irrespeto y desdén por los más sagrados valores axiológicos.
Sigo pensando que el tan cacareado y “fallido” proceso de paz y su falsa pedagogía de la impunidad, abierta y descarada, sirvió como formidable acicate, para burlar, aún más, y con total descaro y desparpajo, la autoridad y el Estado de Derecho, creando una nueva conciencia en las gentes; dúctil, alcahuete y retorcida, “de que el crimen si paga” “Que entre mayores sean mis delitos, mas bondadosamente y flexiblemente seré tratado” “Que el Estado es cobarde, falto de dignidad y autoridad”, “que debo enriquecerme de manera vertiginosa y sin escrúpulos de lo público”; esta última premisa, diabólico paradigma de las instituciones y ramas del poder público, sin dignidad , llenas de filibusteros y corsarios sin moral, saqueadores del presupuesto Nacional; medios y prensa, han producido un bajonazo del ideal, del alma Nacional, de la concepción pura y altruista de Meta-Estado, sumiéndonos en la negación y desesperanza, desazón e incertidumbre.
Existe un cisma moral, una pandemia, de la que no escapa ningún ciudadano en cualquier rincón de la patria, nadie cree en sus gobernantes, ni en los entes públicos; no escapan ni las Fuerzas armadas, el clero y la gran prensa, está última sobre todo y en quien recae una mayor responsabilidad, por no haberse erigido como el faro, el norte, la luz en la oscuridad y la turbulencia para iluminar el camino de los Colombianos. Nuestro presidente libra una batalla desigual, contra las viejas y odiosas prácticas de hacer política, sin estímulos; apelando solo, a la conciencia de los legisladores e interés por la Patria y necesidades de las regiones, quienes a media máquina y adormilados no se observan muy convencidos; los continuos escándalos de corrupción en todas las esferas de lo público, son como letales cargas de profundidad que despedazan el acorazado Nacional, ¡nadie cree en nada, ni nadie!; a este estado de desazón, angustia y desesperanza, se le suman los enemigos abiertos, pero más son los solapados; que desinforman, crean caos, propenden y apoyan paros, ejecutando planes y protervas acciones a futuro.
El presidente; tranquilo, decente, flemático, ordenado, ponderado y demócrata, gobierna con pulso sereno, sin desbordes, sin dejarse provocar, conciliando y construyendo, no destruyendo o polarizando aún más los bandos en conflicto; solo por ello, y por garantizar la paz y la concordia en momentos tan difíciles, merece nuestro apoyo, siendo el deber de todos los habitantes de nuestra gran Nación, hacer nuestro mejor esfuerzo y reeducarnos si es preciso, en principios y valores que trasciendan el ámbito material y consumista.