Le miré las piernas a René, quería saber si eran como las de los gatos, que se quedan pegados al piso para luego saltar muy alto y llegar al techo. Acababa de terminar un partido y se le veía de lo más relajado, como si fuera un muchachito, como si no tuviera toda una carrera encima y todo el cansancio del mundo sobre él.
Pensé “la carrera de los arqueros dura más que la del resto de jugadores” y me calmé con eso. Sacó un cigarrillo y se lo fumó a medias, como matando la ansiedad, yo pensé “debe ser el famoso tercer tiempo” y me calmé con eso. Hablaba mucho pero yo no entendía nada, porque estaba pendiente de no parecer una groupie y, es que eso es difícil para una mujer.
La próxima conversación que tengo en mi recuerdo, se llevó a cabo en un restaurante argentino, ahí llegaron sus hijos y su esposa; yo pretendía no tocar el tema del Escorpión, ya me lo imaginaba miles de veces explicando lo mismo a fans, periodistas, amigos, conocidos. Hablamos de política, de su versión del lío del 93´, del Nacional; de su hijo, que se estaba entrenando como arquero y hablamos de cómo armar una barrera para un tiro libre.
Posicionar el balón, armar la barrera dependiendo de dónde quedó éste y de uno de los palos, cubrir la zona que queda despejada. Así veía yo los tiros libres cercanos.
Claro, la gracia de la barrera es que cubra una parte de la portería mientras el arquero se encarga de la otra parte, Pero René no lo veía así, yo creo que ser bajito le enseñó a ser grande siendo recursivo, entender el fútbol como un juego mental antes que físico.
“Como todos arman las barreras igual, yo un día decidí hacer algo distinto”, me dijo, “yo pongo la barrera mal a propósito, la dejo un poco torcida, un poco abierta, el que va a cobrar piensa que me equivoqué y va a intentar meter el balón por ahí, así funciona la cabeza, yo ya sé para dónde van a patear” y sonrió un poco.
El miércoles en la noche de esa semana lo vi jugar, armó barreras y todo lo que le pateaban, lo tapó, yo sonreí. Una torre de luces del estadio se apagó y, mientras todo volvía a la normalidad, el resto de jugadores se ubicó frente a él, cada uno pateó y René saltó haciendo escorpiones con una gracia increíble. Sentí que era un regalo del destino al no preguntar al respecto cuando tuve la oportunidad.
@SandSuarez
La próxima conversación que tengo en mi recuerdo, se llevó a cabo en un restaurante argentino, ahí llegaron sus hijos y su esposa; yo pretendía no tocar el tema del Escorpión, ya me lo imaginaba miles de veces explicando lo mismo a fans, periodistas, amigos, conocidos. Hablamos de política, de su versión del lío del 93´, del Nacional; de su hijo, que se estaba entrenando como arquero y hablamos de cómo armar una barrera para un tiro libre.
Posicionar el balón, armar la barrera dependiendo de dónde quedó éste y de uno de los palos, cubrir la zona que queda despejada. Así veía yo los tiros libres cercanos.
Claro, la gracia de la barrera es que cubra una parte de la portería mientras el arquero se encarga de la otra parte, Pero René no lo veía así, yo creo que ser bajito le enseñó a ser grande siendo recursivo, entender el fútbol como un juego mental antes que físico.
“Como todos arman las barreras igual, yo un día decidí hacer algo distinto”, me dijo, “yo pongo la barrera mal a propósito, la dejo un poco torcida, un poco abierta, el que va a cobrar piensa que me equivoqué y va a intentar meter el balón por ahí, así funciona la cabeza, yo ya sé para dónde van a patear” y sonrió un poco.
El miércoles en la noche de esa semana lo vi jugar, armó barreras y todo lo que le pateaban, lo tapó, yo sonreí. Una torre de luces del estadio se apagó y, mientras todo volvía a la normalidad, el resto de jugadores se ubicó frente a él, cada uno pateó y René saltó haciendo escorpiones con una gracia increíble. Sentí que era un regalo del destino al no preguntar al respecto cuando tuve la oportunidad.
@SandSuarez
