La horrible entrevista del traidor Santos

Desde su posesión, le he perdonado muchas cosas al Presidente Santos. Cambió la terna de candidatos a fiscal que tanto defendió el ex Presidente Uribe. Nombró en su gabinete grandes enemigos de la seguridad democrática como Juan Camilo Restrepo y ahora Rafael Pardo. Se alió con el Partido Liberal, opositor del uribismo. Pasó la ley de víctimas y la ley de tierras, que a nombre de reparar a las víctimas del conflicto, pone en peligro la estabilidad del país quitándole las tierras bien habidas a nuestros terratenientes. Ahora es el mejor amigo del peor enemigo de Uribe, y sigue buscando, como un sabueso malintencionado, escándalos de corrupción en la administración pasada donde no los hay. Me he mordido los labios y me he quedado callado, pero Santos no sólo rebosó la copa sino que la tiró al piso y la destruyó completa. Ahora resulta que el Presidente traidor cree que se debe cambiar la política antidrogas en el mundo entero, cuando Uribe luchó como nunca para prohibir el adefesio de la dosis personal. Ahora Santos habla de legalización. En una entrevista para The Observer, Santos afirma que es hora de replantear la guerra contra las drogas y pensar en la legalización, al menos de la marihuana y la cocaína. Dice que Colombia ha sido el país que ha pagado el precio más alto en esta guerra, con vidas, debilitación de instituciones y daño al medio ambiente. Que hay mucha hipocresía en la legalización parcial de la marihuana en algunos estados de USA. Que después de décadas de lucha, las drogas siguen ganando la guerra. Pero este puede ser el error más grande de Santos como Presidente. Legalizar la droga no es una opción inteligente. De entrada, el Presidente muestra la primera falla, una falla de la que están hablando ya muchos analistas políticos en el país: La cobardía. Dice, sin vergüenza alguna, que jamás daría un paso hacia la legalización él sólo, porque los demás países “lo crucificarían”. Ese miedo a la confrontación ha sido una constante en su administración. Como bien lo dice el impoluto Mauricio Vargas, Santos, por el afán de quedar bien con todo el mundo, cede frente a los intereses de la rama judicial y retira el proyecto de reforma, y luego cede frente a los estudiantes y retira otro proyecto que, según él, iba a revolucionar la educación en Colombia. Y esto puede pasar por dos razones. Una, que Santos es tan cobarde, traidor y oportunista, que viendo la imposibilidad de ganar la guerra contra las drogas, se pasó al bando de las drogas. Y la otra es que, si atamos cabos, es fácil de entender la docilidad de Santos y su interés en la legalización: Santos debe seguir fumando marihuana. Es una simple especulación, pero tiene sentido. Por eso evita cualquier tipo de confrontación y pelea, con ramas del poder, civiles y ex presidentes, porque un tipo enmarihuanado jamás va a pelear por nada. Si bebiera, otro carácter tendría el Presidente. Pero esa pasividad, esa paz y tranquilidad con la que maneja todos los asuntos del gobierno, no es natural. Debe ser fruto de la droga, y por eso quiere legalizarla. Además sabemos que su primo, el hombre de letras (sopa de letras), es fanático de los coffee shops en Amsterdam. La cosa es de familia. Pero ese no es el único problema. Esa visión presidencial también está afectando la economía nacional y el orgullo colombiano. Hoy en día, la ONU dice que Bolivia superó a Colombia como el país abastecedor de cocaína en el mercado suramericano. Gracias a Santos, ¡Nos dejamos ganar de los bolivianos! No se ustedes, pero a mí me domina el orgullo patrio. Legalizar la droga haría más dura la competencia con Bolivia, Perú y cualquier otro que quiera entrar en el negocio, y los colombianos no podemos dejar perder ese nicho. ¿En qué queda la confianza inversionista, si el país pierde uno de los mercados en los que es más reconocido? Y hablando de confianza inversionista, Santos parece olvidar quiénes son los hombres de la plata y las inversiones en este país. Los comerciantes, conocidos como traquetos, son parte vital del motor económico nacional. Son la vida detrás de muchos sectores, como el automotriz, licores, presentadoras de televisión, figuras en oro y plata, dientes de diamante, y entradas extra para congresistas, policías y jueces. Quitarles la rentabilidad y el monopolio del negocio acabaría con estos importantes actores económicos. Habla de la violencia y la sangre que derraman estos comerciantes, pero olvida el Presidente que estos grupos, de mentalidad avanzada, son autorregulados. Se matan y regulan en número entre ellos mismos. No necesitamos perseguirlos ni desperdiciar recursos en una labor que ya cumplen los traficantes responsablemente. Acabar con ellos sería acabar con muchos sectores de la industria, entre ellos el de la cirugía plástica. Pero la razón más importante por la que Colombia no puede legalizar la droga es que en esta guerra, somos un soldado. Y no de esos soldados voluntarios que dan la vida por una causa justa, sino del tipo verdaderamente comprometido, del tipo que le pagan. Nos pagan miles de millones anuales, plata de nuestro General Tío Sam, que nos dirige desde su oficina al norte del continente. Tal vez llevemos décadas luchando contra un enemigo rápido e invisible como un ninja, pero jamás podemos convertirnos en el peor soldado posible, aquél que mientras dispara dice “Esto no tiene sentido”. No podemos ser el soldado drogado que no entiende el objetivo de la guerra y se queda en la trinchera pensando. Debemos seguir luchando, porque en 100 o 200 años, cuando por fin ganemos esta guerra, la gloria de los combatientes será nuestra. Nuestros serán el honor y la inmortalidad. A no ser que muramos en batalla. A esos no los recuerda nadie, nunca. @viboramistica