La muerte del comendador

Lun, 27/05/2019 - 10:31
Me regalaron para lectura esta Semana Santa la saga denominada “La muerte del Comendador” del laureado escritor japonés, Haruki Murakami.

Me regalaron para lectura esta Semana Santa la saga denominada “La muerte del Comendador” del laureado escritor japonés, Haruki Murakami. Era la primera vez que entraba al mundo de la literatura japonesa; siempre hay una prevención (a todas luces infundada) de pasar a otro estilo, otra cultura, otra visión. Grata revelación. Sin duda, el libro atrapa desde el primer momento. Escrito en primera persona, el protagonista, retratista consumado, acaba de terminar su relación matrimonial de seis años inesperadamente. Sumido en la incertidumbre y ante la sorpresa sale de su apartamento con dirección al norte del Japón, sin rumbo fijo. El autor nos describre su viaje por autopistas, prefecturas, posadas, cafeterías, en fin, el mundo de quien a perdido algo y no sabe el porqué. Hasta que se detiene, llama a su amigo de toda la vida, hijo de un afamado pintor, quien le ofrece que ocupe la casa de su padre, quien está en un hogar de ancianos. La casa está en una zona montañosa de frente al mar, donde se instala. Y ahí comienza su nueva realidad: solo, ahora profesor de pintura en el instituto local, ha decidido no volver a pintar retratos. Quiere encontrarse a sí mismo. Una llamada inesperada lo devuelve a su oficio de retratista de un personaje extraño, vecino suyo, que encierra misterios. En la casa del pintor, descubre en el desván  el cuadro que da inicio a esta aventura: sin duda, una obra maestra, llamada por su autor “La muerte del Comendador”. El cuadro es imponente, se convierte en una puerta hacia el mundo de lo insondable; surgen las preguntas de siempre: ¿quiénes son? ¿por qué lo pintó? ¿qué quería decir? La casa en sí está impregnada de ese espíritu del pintor famoso, ahora en el mundo de la casa de ancianos, con memoria perdida y casi disfuncional. Tiene un templete sintoísta en el bosque cercano y atrás de él, una cámara subterránea, un pozo, sellado que el retratista abre. Y a partir de ahí, comienzan a surgir los personajes, reales o ideales, del tamaño natural o del tamaño que están en el cuadro, cobrando vida. Todo esto se concatena en una trama en donde se entrecruzan el extraño vecino, la amante del retratista, una joven adolescente con su atractiva tía, el pintor y su hijo y la esposa del protagonista. No se trata de una trama fantasmagórica ni de suspenso extremo; se trata simplemente de la pregunta permanente de que es real, que es imaginario y como intersectan. A lo largo de los dos libros, el lector va deshilvanando el ovillo. La invitación es a leerlo y recocijarse con la lectura de uno de los más importantes escritores japoneses contemporáneos.
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