La poesía en la prosa

Mié, 23/05/2012 - 16:29
 

 

Publico este ensayo que escribí hace meses y que había dejado guardado por diversas razones. Tomo la decisión de publicarlo luego de terminar de leer "El libro de las nubes"
    Publico este ensayo que escribí hace meses y que había dejado guardado por diversas razones. Tomo la decisión de publicarlo luego de terminar de leer "El libro de las nubes" de Chloe Aridjis. Libro que me reafirmó en las ideas que escribí en él y que me da un nuevo impulso para seguir adelante.   A veces uno puede ser victima de tendencias poco saludables. En un mundo donde prima la imagen y la información fluida, la poesía no es prioridad y ésta suele ser tenida como literatura arcaica, de otra época. El cuento y novela, más acordes a ese mundo, son privilegiados en su difusión y se suele casi limitar la literatura a ellos. Crecí bajo esa influencia, en ese mundo dominado por la imagen fácil, y la poesía nunca fue una de mis prioridades. El releer para entender y seguir sin entender era una labor frustrante que no se comparaba al goce de leer una historia lineal, fuese cuento o novela, donde la interpretación radicaba en las sutilezas de la historia más que en la forma misma. Dejé de interesarme pronto por la poesía, leí poca en el colegio y en la universidad, al entrar a filosofía, aún menos. Ya cuando comencé a estudiar literatura me crucé con la poesía obligatoria, poesía del Siglo de Oro más que todo, que me seguía sin gustar o atraer. A veces pensaba que el daño había sido demasiado grande y que el mundo de la imagen fácil me había velado al camino hacia ella. Hoy quisiera pensar que no fue del todo así, aferrándome a la importancia de la misma poesía para un narrador en ciernes. No se puede ser buen narrador si no se ha leído poesía, dicen por ahí. Al pensar hoy en poesía pienso en Roberto Bolaño. Pienso en él por el mismo daño que me ha hecho el mundo de la imagen. Lo conocí por su novelas, como casi todo el mundo, y me quedé atrapado en su prosa ágil y rítmica. En su capacidad para crear, con no más de un párrafo, todo un ambiente capaz de envolver al lector y atarlo sin remedio a los personajes que desarrolla. Primero leí "Los detectives salvajes" quedando encantado no más pasar la página treinta y entender que no estaba leyendo una novela cualquiera. Seguí con "2666" y luego con algunos de sus cuentos. La sensación permaneció gracias a sus personajes e historias muy bien logradas, pero como un ruido blanco, de fondo, estaba su prosa, estructura sobre la que se sostiene toda su literatura. Como ocurre cuando un escritor se vuelve una pequeña obsesión personal, averigüé cuanto pude sobre Bolaño y cuál no fue mi sorpresa al darme cuenta que éste era más un poeta que un narrador. O mejor dicho, se había formado en la poesía y la narrativa no había sido sino la consecuencia lógica más evidente. Sí, comenzaba a ver, la poesía era importante. No era la primera vez que un escritor favorito había hecho aquél transito (de la poesía a la prosa). Paul Auster, antes que Bolaño para mí, ya había hecho sonar la campana de alerta al respecto. Luego de escribir poesía por varios años, Auster no experimentó con prosa sino llegando la treintena. Experimentó y el resultado fueron novelas aparentemente sencillas pero cargadas de una fuerza y sensibilidad inigualables. Entendió la prosa, dice en algunos de sus ensayos autobiográficos, como una extensión de su trabajo poético. A pesar de saber esto, el choque no fue tan grande como lo fue con Bolaño. Leí la mayor parte de Auster en traducciones y algunas novelas en sus inglés original, pero nunca entendí muy bien la fuerza de su prosa y la influencia que ésta había tomado de la poesía. Con Bolaño, en cambio, leído todo en su español original siendo el golpe rotundo. El ritmo y la calidad de la prosa era resultado de una educación poética, nada más. Decía un profesor de literatura colonial que la poesía en el Siglo de Oro no es más que ingenio. Ingenio para saber poner la palabra indicada bajo determinada métrica sin importar cuál fuese el tema a tratar. No importaba que el tema fuera banal o simple (comida, ropa, objetos cotidianos) sino qué se podía hacer con ello. La maestría de poder realizar un soneto de un pan o una gallina, por ejemplo. Hoy tenemos una idea más elevada de literatura, importa tanto la forma como el contenido de ésta. Un poema, una novela o un cuento que trate simplemente de objetos cotidianos, no tiene valor si no se pretende hacer a lo más con ellos. Sin embargo, siempre me quedó la imagen del ingenio como virtud principal de la poesía. Es en un poema donde se muestra de manera más radical el conocimiento y manejo preciso del lenguaje. Es el poeta, uno bueno, el que puede valerse del lenguaje, conocer sus reglas, romperlas y manipularlas de modo que diga cosas que de otro modo no podría. Es el ingenio que se deriva de conocer a profundidad una lengua el que lleva a la belleza intrínseca de la literatura. Se puede unir el ingenio a la poesía, pero a esta pareja también se le podría unir la prosa. El conocimiento extremo de la lengua, que nos deja el saber de poesía, se vuelve indispensable para poder construir una prosa mágica y fluida. Una prosa que tenga ritmo y marque la diferencia de una simple y pobre prosa poco literaria. Leyendo ensayos científicos no se llegará a tener una buena narrativa, como la de Bolaño o Auster. En cambio, leyendo poesía, y acometiéndola de  vez en cuando, sí. A veces uno puede ser víctima de tendencias poco saludables, como la de no leer poesía. Como la de no apreciarla y no entender su importancia. La importancia que da el ritmo, el adjetivo preciso y el ingenio, derivado del conocimiento del lenguaje, para poder ser un narrador exitoso. Se excusaba el Lazarillo de Tormes, personaje mítico del Siglo de Oro español, por escribir en un “grosero estilo”, la prosa. Sin embargo, tal estilo no es tan grosero si se lo entiende como una extensión de ese ingenio poético que ningún escritor debe desconocer por más que se haya educado en la cultura de la imagen.  
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