¿Alguna vez ha entrado a alguna iglesia esperando ser mandado directamente al infierno? Me explico: ¿Se ha sentado usted esperando escuchar alguna oración del predicador que lo haga sentir como si su vida fuera un ascensor para llegar al averno? Quizá usted no tenga una clara memoria de este suceso, quizá porque el camino a las llamas tampoco está tan claro como se supone.
Sí, están los siete pecados capitales que han funcionado como un puntual resumen de lo que se supone es gravísimo que usted cometa; también está la Tabla de los 10 Mandamientos como una guía o pequeño manifiesto que, a simple vista, puede ayudar a un individuo a tener muy en claro cómo debe comportarse en términos de patrones morales; y sí, están las predicadas semanales (o inter-semanales, dependiendo del culto que usted practique) como un recordatorio o una “profundización” o bien en los asuntos anteriores o bien en otros aspectos donde usted debe saber qué hacer para no acumular millas hacia un encuentro con demonios.
Desde sentimientos incontrolables (acá una invitación a leer sobre las funciones del hipotálamo, en el cerebro) como la ira, la lujuria, la tristeza, el deseo de lo ajeno, el orgullo, hasta puntos absurdos como descansar plenamente los sábados, para las mujeres no vestir con pantalones, guardar cierta parte de su salario como ofrenda, beber licor, y tener sexo sin fines reproductivos, se abre una posible afrenta en contra de algo que sin haber sido encapsulado o encriptado por algún ser sabio y perfecto o por un mortal beatico, cada ser humano lleva como lleva su propia sangre: El sentido común.
El sentido común no se puede enseñar, porque, como acabo de escribir, este es un componente inefable en el entendimiento de cada ser humano. Sin embargo, sí estaría bien traerlo a la mente, recordarlo, y sobre todo, usarlo positivamente. ¿Qué tal si yo le digo a una de mis sobrinas que no debe hurtar porque esta clase de comportamiento afecta la sociedad poco a poco, ocasionándole un daño económico y emocional a quién pueda hurtar? Si ella lo hace, consciente, tendrá un problema consigo misma, uno con el que debe lidiar porque no podrá revertirlo, así no dejándole, quizás, más opción que o delatarse o realmente no hacerlo. Versus si yo le digo que si hurta irá al infierno, pero que, siguiendo “lógicas” eclesiásticas, podrá pedir perdón y así redimirse, y “sí, puedes pedir perdón cuántas veces quieras”.
Este ejemplo es demasiado soso, lo sé. Así que le lanzo una pequeña pregunta, ¿qué tal si su hijo se declara homosexual? Lo condena a una vida culposa, donde no hay nada más qué hacer para “salvarlo” que prohibirle tener sexo (como seguramente se lo han prohibido al resto de la humanidad, pero acá estoy yo digitando, allá usted leyendo, mientras otros cientos caminan por la calle), cosa que no hará, como cualquier ser humano sin ninguna glándula dañada en su hipotálamo; o simplemente usa su sentido común de padre, y sigue siendo eso, papá.
Desde luego una formación de ese inherente sentido común no puede estar aislada de factores culturales, socio-económicos, emocionales, psicológicos y hasta genéticos. Pero una formación bajo los teoremas del infierno tampoco puede estar desligada de esos factores, y aún así, lo está; además parece ser la causa por la que miles hoy volverán a robar si tienen la oportunidad de hacerlo. Se sentarán en su iglesia esperando ser enviados a una eternidad de crujir de dientes, pero no hay lío: siempre podrán pedir perdón.
¿La religión o el sentido común?
Dom, 18/08/2013 - 01:50
¿Alguna vez ha entrado a alguna iglesia esperando ser mandado directamente al infierno? Me explico: ¿Se ha sentado usted esperando escuchar alguna oración del predicador que lo haga sentir como si