Masoquismo o ignorancia

Jue, 21/03/2013 - 15:14
El sábado 16 de marzo realicé un viaje por carretera entre Bucaramanga y Medellín. A poco de entrar en el departamento de Antioquia, se hizo de noche y de ahí en adelante viví una experiencia que
El sábado 16 de marzo realicé un viaje por carretera entre Bucaramanga y Medellín. A poco de entrar en el departamento de Antioquia, se hizo de noche y de ahí en adelante viví una experiencia que me hace pensar que Colombia es un país de masoquistas irredentos. Llevaba  más de treinta años sin recorrer esa ruta y lo primero que llama la atención es que hay cosas que siguen intactas, es como si en todos estos años no hubiera pasado nada. Falta señalización, tramos infames llenos de huecos y una práctica para atravesar los puentes que es digna del más atrasado de los países africanos. Al llegar a un puente, un letrero anuncia el programa para cruzar el río: “Paso de vehículos uno a uno”. Efectivamente, esa es la modalidad: en cada extremo del puente se sitúa ya sea un soldado  o un obrero con una señal en la mano que por un lado dice “Pare” y por el otro dice “Siga”. Los vehículos van pasando uno tras otro, lentamente, por estructuras obsoletas como el puente de Puerto Berrio gracias a esas señales que indican que se puede seguir el camino de manera tan rudimentaria y primitiva. A la altura de Cisneros largas filas de camiones, de eso que en Colombia no sé por qué llaman “tractomulas”, se formaban en ambas direcciones creando un atasco monumental. Para hacer el cuento corto, un trayecto que normalmente toma siete horas de viaje me llevó hacerlo diez horas. Luego supe que un derrumbe en la vía Medellín-Bogotá había obligado a desviar el tráfico por Puerto Berrio. Ese puerto antioqueño sobre el río Magdalena sigue siendo el lugar caótico, bullicioso y sucio que conocí hace más de treinta años. Nada ha cambiado, sólo que hoy hay más chucherías inútiles traídas de China en los bazares que pululan en sus calles. El lento paso por diversas localidades en ese viaje, ya que la carretera atraviesa pueblos por la mitad, permite contemplar la vida de sus gentes en medio del polvo, el humo y el ruido al paso de vehículos de todo tipo. Desde dentro del coche se les puede ver comiendo, sentados frente al televisor o arrullándose en una mecedora. Uno se pregunta entonces si es que a esta gente les gusta esta vida, este atropello constante durante tanto tiempo. Igual que ellos había a aquella misma hora un número enorme de colombianos en las mismas circunstancias en otros lugares de la geografía de este país. Y a esa misma hora había una ciudad como Yopal, sin agua potable, hace dos años. Entonces surge una pregunta inevitable: “¿Por qué llevan tantos años votando a los mismos políticos que perpetúan esta situación?” “¿Será que les gusta, será que son masoquistas?”. Se me dirá que no tienen alternativa. Si la hay. Esa colcha de retazos manoseada por el narcotráfico que es la Constitución colombiana permite, sin embargo, el voto en blanco que, de llegar a ser mayoría, inhabilita a los candidatos rechazados a presentarse de nuevo. Creo que es bueno empezar a hacer desde ahora propaganda al voto en blanco y explicarle a la gente para qué sirve; y que no es cierto, como muchos creen, que los votos en blanco se le endosan al ganador. No veo otra salida a tantos años de incuria, abandono y corrupción.
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