Medellín y su moda

Vie, 01/03/2013 - 10:06
No hay que bajar mucho en una lista de diez estrategias de manipulación mediática que circula por la red -y que es atribuida al prestigioso lingüista y analista político Noam Chomsky- para que los
No hay que bajar mucho en una lista de diez estrategias de manipulación mediática que circula por la red -y que es atribuida al prestigioso lingüista y analista político Noam Chomsky- para que los colombianos nos encontremos a nosotros mismos allí. De hecho, no hay que bajar: la primera de dichas estrategias, con las que los poderosos siguen siendo poderosos, a costa de la opresión de la gran masa, se llama la estrategia de la distracción. Y consiste en “desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las élites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes”; en “impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales, en el área de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la cibernética”. El diluvio de tonterías con que nos bombardean a diario los lamentables medios de este país, presentó esta semana (hoy) un verdadero chaparrón chovinista, con aquello de la elección de Medellín como “ciudad más innovadora del mundo”. No voy a decir aquí que la innovación sea mala (tampoco es buena per se: si no preguntémosle a los genios criminales de los que estamos rodeados); no es mala sobre todo si se da para mejorar la calidad de vida general respetando el medio ambiente, como parece ser el caso de Medellín. Y el premio tampoco es malo, sino que las cosas hay que ponerlas en su debido contexto. Y en este caso no se ha hecho eso. Por un lado, si bien “el aporte de empresas públicas de Medellín a la educación y al mejoramiento de la innovación, el transporte público, el parque explora, el jardín botánico, el sistema metro…” fueron algunos de los factores por los que postularon a la ciudad, hay que ver hasta dónde los “combos armados” y la “industria criminal conformada por los narcos”, en palabras del columnista paisa Pascual Gaviria –elementos que, según él, “desbordan siempre a las administraciones locales”-, permiten que esos factores beneficien a toda la población de Medellín, y no sólo a unos cuantos privilegiados. La escalera eléctrica de la comuna 13, por ejemplo, fue otro de los componentes que vieron los organizadores del concurso al momento de considerar las postulaciones. Sin embargo, tal como escribí en un artículo anterior (ver http://www.kienyke.com/kien-bloguea/gomorra/), y cómo lo reconoció el mismísimo presidente del Concejo de Medellín, aún antes de terminarse la obra ya el usufructo de la escalera estaba en poder de la mafia (que, dicho sea de paso, también tiene su propia versión de la innovación). Por otro lado, el tal concurso que según una influyente emisora “nos puso (a los colombianos) en la primera plana del mundo”, es la gran noticia en Colombia hoy, que Medellín lo ganó (no sé en qué recoveco del Wall Street Journal publicaron eso; yo no lo encontré por más que lo busqué). Pero estoy seguro de que se cuentan con los dedos de la mano las personas que sabían de su existencia. ¿O acaso alguien sabe cuál fue la ciudad ganadora la última vez? Finalmente, y aunque hay un indudable mérito en la selección inicial, los últimos finalistas del concurso -y el ganador- se decidieron a través de votaciones masivas en la red. Lo que convierte al concurso en uno de convocatorias, más que en uno de innovaciones; y, obviamente, en uno con mayor probabilidad de ser ganado por una ciudad perteneciente a un país novelero y estúpido como este, que por ciudades a cuyos ciudadanos les importan un pito esas pendejadas (Medellín más innovadora que Nueva York: hágame el maldito favor). Y precisamente ahí es donde está el quid del asunto: en que la alianza criminal de medios y plutocracia de este país anda constantemente revolando en cuadro, a la caza de victorias de pacotilla que pongan al pueblo a brincar en una pata, y emborracharse a muerte en medio de insufribles declaraciones de amor patriótico y regional. Lo que, a su vez, hace que a ese mismo pueblo se le olviden, por decir algo, los intereses de usura que debe pagarle al banco (técnicamente, según la ley –que la hacen los poderosos mientras el pueblo se embrutece con realities shows-, no es usura; pero cuando un banco capta al 5% de interés efectivo anual y presta a más arriba del 30%, ¿eso cómo se llama?). Y en medio de toda esa ebriedad de gloria barata, los medios nos embuten dos o tres entrevistas a prohombres que supuestamente han contribuido a esas victorias de hojalata, pero que en realidad no son otra cosa que unos usureros, ladrones y estafadores del gran carajo. El caso es que a las convocatorias de imbecilidades acudimos raudos (no nos gana nadie apretando botones frente a un computador, a ver si el que sale es John Freddy o Marelvis del reality de turno), pero mostramos la más grande apatía (esa sí) del mundo cuando la convocatoria es para acabar con las criminales clases política y empresarial que nos han oprimido proverbialmente. Y nos sentimos orgullosos de ello. Debe ser porque –bajando un poco más en la lista de estrategias que cité al principio, cuyo origen incierto no le quita lo agudo de sus observaciones- los dirigentes tienen clarísimo que deben “promover al público a creer que es moda el hecho de ser estúpido, vulgar e inculto”. Y, en este país, siempre rezagado en todo lo demás, esa es la única moda que nos ha llegado primero. @samrosacruz Vínculos:http://www.elespectador.com/opinion/columna-407089-el-tiempo-perdido
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