Entre más pequeño el poblado, mayores son las riñas, peleas y desencuentros de sus habitantes por ideologías partidistas y caudillismos locales. Algo que una ciudad como Bogotá, con más de ocho millones de habitantes, no puede permitirse. Sobre todo si le hace honor a su reciente pasado de cultura ciudadana y buenas prácticas de convivencia y calidad de vida.
Aquí vivimos casi 500.000 costeños, más de 300.000 vallecaucanos, casi 100.000 tolimenses y faltan datos de colonias grandes como la santandereana y la boyacense. Y de la segunda y tercera generación de migrantes que ya son bogotanos de nacimiento. Todo el país conforma esta ciudad porque sus niveles educativos, de empleo y de oportunidades son mayores que en las regiones. Y todos somos ciudadanos bogotanos preocupados por el destino de nuestra urbe.
La clase media bogotana es la más amplia del país, los estratos 3, 4 y 5 de sus habitantes conforman un núcleo extenso de ciudadanos informados que desean cosas simples, como contar con parques, ciclorutas, buen transporte público, medio ambiente protegido, seguridad en los barrios y calidad en servicios de salud, por ejemplo.
Por eso quienes predican el gobierno de los pobres o quienes creen que gobiernan sólo para los ricos, están fuera de contexto en esta urbe. Ni derechosos ni mamertos. La capital está pidiendo a gritos un administrador que se encargue de los problemas ciudadanos, no de imponer una ideología o de llenar sus arcas personales. Ya tuvo bastante de eso.
Y lo está diciendo en las urnas. Ahora mismo contamos con un alcalde elegido por el 32% de los votantes y un abstencionismo bastante grande. ¿Por qué?
Porque Bogotá ya vivió sus años dorados de buen gobierno. Las dos alcaldías del profesor Antanas Mockus y la de Enrique Peñalosa nos enseñaron varias cosas: que un buen alcalde no es el que ofrece subsidios o casas gratis sino aquel que se preocupa por mejorar la calidad de vida en la ciudad, en los espacios comunes, en las calles, donde sucede la vida cotidiana de sus gobernados. Y gobierna para todos, sin excluir a los más o los menos, con equidad y respeto. Es quien se preocupa por la calidad educativa, el buen uso del transporte público, la recolección de basuras pero también por el tiempo libre, los parques, los andenes para caminar, el medioambiente y el entorno ciudadano.
La ciudad está preparada para elegir un excelente administrador de lo público. No un caudillo ni una ideología y menos un mártir.
Volvamos a pensar como ciudadanos y recordemos cosas simples y buenas como:
Criar hijos ajenos: El profesor Mockus denomina así la tarea del mandatario local que llega al cargo y su responsabilidad por mantener y acrecentar los buenos programas y obras de su antecesor. Sin resquemores partidistas y en bien de la ciudadanía. Cada nuevo alcalde no necesita reinventar la ciudad, que ya está inventada, sino continuar con lo que funciona, desarrollarlo y mejorarlo aún más. Así el crédito sea de su antecesor y él no salga en la foto.
Igualdad vs equidad: Es imposible que un alcalde resuelva los problemas de empleo, ingresos, casa, carro y beca de cada habitante. Si lo promete es un populista en el nivel de gamonal de pueblo. Las alcaldías no son oficinas de empleo ni de subsidios. El diario sustento personal y familiar es responsabilidad de cada uno.
Pero un alcalde si puede hacer la diferencia con programas y acciones que mejoren la calidad de vida para todos, de manera equitativa. Por ejemplo: colegios públicos con calidad educativa igual al de los privados y con jornadas completas. Cobro de servicios públicos de manera equitativa (por nivel de ingresos) antes que subsidios (práctica populista que suele generar desperdicios) que poco enseñan y diezman las arcas ciudadanas.
La equidad va unida al respeto. Y el respeto es siempre el respeto a la diferencia, a los otros, a todos y no solamente a quienes forman parte de un partido, una ideología o una clase social. No nacimos iguales, no lo seremos nunca, pero si podemos contar con condiciones buenas y equitativas para todos.
Participación ciudadana: Apoyar, fomentar y entusiasmar a los habitantes a participar en las instancias de decisión ciudadana como alcaldías locales, veedurías, juntas de acción comunal, comités cívicos, etc. Aprobar proyectos a pupitrazo o por decreto, como en el caso del POT, es lo contrario a escuchar a todos y generar consensos, en el sobreentendido que eso significa ceder un poco para ganar algo.
Buen administrador vs caudillo local: Bogotá no está buscando un caudillo ni un nuevo 9 de abril, ya lo tuvo. Cuando era la décima parte de lo que es hoy. La ciudad desea un buen administrador de sus arcas, que responda con amabilidad, celeridad y sin saltarse las normas, que ofrezca amplia participación en las instancias directivas, que gobierne con todos y para todos, que practique la cultura ciudadana como forma de vida y sobre todo que comprenda que su primera misión es servir a la ciudad y sus ciudadanos, que su segunda misión es servir y la tercera también.
Un servidor público convencido de su función, con ideas innovadoras, espíritu de trabajo y liderazgo participativo, nos vendría bastante bien. ¿Conocen alguno?
MENOS IDEOLOGÍA Y MÁS CIUDADANÍA PARA BOGOTÁ
Jue, 30/01/2014 - 10:47
Entre más pequeño el poblado, mayores son las riñas, peleas y desencuentros de sus habitantes por ideologías partidistas y caudillismos locales. Algo que una ciudad como Bogotá, con más de ocho