
Mi obsesión por Pynchon comenzó al enterarme de su vida, primero, luego de su obra. Las referencias en revistas y páginas de internet sobre aquel escritor extraño del que poco se sabía, cuyos libros gigantescos y complicados asombraban a la crítica, me llamaron la atención de inmediato. Fui a algunas librerías a buscar libros suyos con la esperanza de leerlos con avidez. Habían varios, pero todos en edición original y con un precio exorbitante. Sólo encontré uno en edición de bolsillo que no tardé en comprar. Comencé a leer Vieland ya un poco prevenido al haber visto críticas que sugerían que era el peor libro del escritor. Coincidí pronto con éstas al no poder aguantar aquella historia sórdida de un hippie en decadencia que no podía controlar a su hija punk. Lo dejé a las sesenta o setenta páginas.
Mi obsesión aumentó cuando leí Doctor Pasavento de Vila Matas, donde un escritor decide perderse del actual mundillo literario del espectáculo admirando a Pynchon y su vida anónima. Tanto que se termina confundiendo en una fantasía con el mismo Pynchon en un pueblo perdido de África. Me avergonzaba un poco no haber leído nada de Pynchon y haber disfrutado tanto la novela de Vila Matas.
Cuando llegó al país la edición de bolsillo de El arco iris de la gravedad lo compré a pesar de su precio excesivo. Me entusiasmaba que la crítica considerara a éste como uno de los mejores libros de Pynchon, a de diferencia de Vieland, y lo comencé a leer con interés. Lo dejé, sin embargo, a las cien páginas al irme perdiendo cada vez más de la trama de la novela. Al perderme en el monólogo interno del personaje principal, como si estuviera leyendo, más bien, el Ulices de Joyce y no una novela de la segunda mitad del siglo XX. Lo dejé y recordaba a Vila Matas quejándose de la gente que hoy en día no le a Joyce y me lo imaginé recriminándome por no poder leer a Pynchon tampoco. Mi obsesión continuaba, sólo que ahora me hería el orgullo de forma más precisa y contundente. Ahora había frustración de por medio. Ya no tenía la excusa de sólo haber podido conseguir su peor novela, sino que no podía con son su mejor obra. O era yo con un intelecto inferior, o era él que era sobrevalorado.
Fui a España unos meses y vi que lanzaban la primera edición de Contraluz en español. Y vi cómo esta novela de más de mil páginas ocupaba los estantes de los “más vendidos” en las librerías de Madrid por meses consecutivos. Tanto, que al final de mi estancia ya casi no quedaban ejemplares disponibles de ésta en las librerías. Los más vendidos, pensé, ¿toda esa gente lo compra, lo lee y lo entiende? Mi obsesión seguía y continuaba hiriendo mi orgullo. No compré ese libro al final, sino V. y lo traje a Bogotá con la esperanza de poder romper con aquella obsesión. Lo dejé guardado en una pequeña caja de cartón negra donde guardo los libros por leer. Pero no lo leía a pesar de todo, abría la caja y cogía otros libros, mientras tanto, éste me miraba con ojos recriminatorios. Ya tenía al libro programado en algún orden perverso de lectura que pensaba no romper. Sabía que después de tal libro, segaría V. Sin embargo, fui a la feria del libro y vi allí La subasta del lote 49 a un precio razonable. Lo compré. Lo comencé a leer con la ilusión de que era mucho más corto que V. y sería mucho más probable que lo pudiera terminar.
Leí La subasta del lote 49 en poco más de una semana, rompiendo a medias mi obsesión. Lo leí y me gustó. Pero aún sentía que la obsesión continuaba. Como la persona que tiene miedo a volar y sabe que el haberlo hecho una vez no ha cambiado nada en absoluto. Que su miedo continúa. Que éste sólo se irá rompiendo con el tiempo, con la suma acumulativa de vuelos. Un primer paso fue el haber leído La subasta del lote 49, pero sé que aún debe seguir V. y luego otro intento con El arco iris de la gravedad. Tal vez sólo entonces hay roto mi obsesión por Pynchon. Tal vez sólo entonces éste me deje de importar.
PD. Mañana publicaré mis impresiones sobre La subasta del lote 49 por este mismo blog. Los interesados, estén pendientes!