Odiemos a la muerte hasta que nos visite

Sáb, 19/10/2013 - 14:14
Todos hemos sido tocados de alguna u otra manera por La Muerte. La hemos sentido cerca, nos ha pasado por el lado llevándose a un amigo o a un ser querido. Unos párra

Todos hemos sido tocados de alguna u otra manera por La Muerte. La hemos sentido cerca, nos ha pasado por el lado llevándose a un amigo o a un ser querido. Unos párrafos para ella, escritos desde mi odio y el rencor que le profiero, pero también como una aceptación a su necesaria existencia.

Era joven y pendía de un hilo, su corazón estaba ansioso por dejar de palpitar y ella no lo presentía; la vida ya no era suya, solo sería un doloroso recuerdo en la de los demás,  en los que realmente la amaron; para los otros solo sería una excusa para la autocompasión – Sabes a aquella chica la quería, su sonrisa era bella, nunca entablamos palabra pero debí haberlo hecho, ¡cómo se nos va la vida! ¡Es que no somos nada! – Muchos llorarían su entierro, pocos su muerte, su ausencia. Ella era joven, no debía morir. Como las mascotas, ellas tampoco deberían morir, pero lo hacen todo el tiempo, nos dejan, se marchan, algo se las lleva, nos las arrebatan .

La muerte ha  asistido hoy como el predecible culpable a la escena del crimen; está ahí mirando fijamente a los familiares del difunto y en ese, que sin percatarse la mira, pone su cita próxima, sin importarle si es el más joven, el más valiente, el menos culpable.

Ha salido a dar un paseo, se puede oler, se puede sentir.

No camina, corre excitada con la guadaña erguida; anda por ahí buscando algún caminante pensativo por los sin sabores de la vida, aquél que descuidadamente blasfema mientras se queja, sin prever una temprana y cercana rendición de cuentas a su Dios.

La muerte sonríe, pero no se siente satisfecha.

Sigue sedienta por las calles de una ciudad gris, enormemente gris, desbordada en habitantes – Excusa precisa para sin piedad abrir sus fauces -. Busca desesperadamente; la muerte no respira, resopla; no se compadece, arrebata; no perdona, castiga; no se detiene, no da tregua.

Alienta y espera bajo el edificio al suicida indeciso, lo recibe con desdén y ella misma es la que lo golpea contra el piso. La fecha estaba establecida, pero ella determina por diversión el final del próximo desdichado; enfermo o aliviado, natural o accidente. No son los designios de Dios, son los caprichos de sus decisiones crueles.

Me quitó a mi abuelo materno, a mi bisabuela, a cuatro tíos, a dos amigos, una enemiga y hasta se atrevió a llevarse a mi hermana. A ustedes les ha robado a su madre, su padre, su esposa o a un hijo.

La razón mayor para aborrecerle, sabemos que en cualquier momento seremos el siguiente, solo sé que acá se le espera sin preparación, sin ansias ni deseos de verle.

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