Existe una línea, muy tenue, sutil, y maliciosa entre la protesta legal y justa; y el oscuro y deleznable revanchismo del opositor político, vencido; quien, prevalido de hordas vocingleras y violentas, busca de manera velada o expresa, el amedrentamiento y desestabilización del gobierno legítimamente constituido; aplicable en este caso, al envanecido caudillo populista, Gustavo Petro y a sus colectivos, quienes instilando su neurotoxina alienante y fundamentalista, pretendían mostrar sus colmillos y garras de felino predador, al nuevo régimen, convocando a acto público paralelo a la posesión de éste; actitud pendenciera, provocadora y reyertera, que distaba mucho de una postura coherente y responsable; riñendo con la paz y convivencia que anhelamos los Colombianos de bien; justificándose de manera maniquea, en el nuevo estatuto de la oposición, y haciendo un despliegue de fuerzas resentidas y llenas de odio, como instrumento urticante de perturbación, lo que distaba de un evento democrático y de buen recibo. Ello, lo único que develaba, era la turbulencia y frivolidad de quien alberga el afán de poder, como una obsesión alienante; sin embargo a última hora todo el libreto varió, ¿razones?, lo grotesco del acto , bajo, ruin e innoble, lo que desacreditaría a las izquierdas en vez de catapultarlas y el gran apoyo a Duque, quien ha unido todos los sectores de la Nación y fuerzas vivas, como una de las pocas últimas esperanzas de redención; se pasó entonces, a unas tímidas marchas por la vida, la justicia y la paz, y protesta por la muerte de líderes sociales.
La protesta social es un derecho Constitucional, pregonado y enarbolado como estandarte libertario por la mayoría de Estados Democráticos y de Derecho del mundo; nacido en las fraguas de la revolución Francesa, ha campeado con honor y sin tregua en la defensa de derechos y contra tiranías autocráticas, su noble fin busca que el pueblo y los diferentes sectores de opinión y gremiales, expresen su descontento ante hechos que ellos consideren lesivos de sus derechos; pero cuando ello se convierte en una instrumento, en una máquina infernal de ataque siniestro e inescrupuloso contra un gobierno legítimo, obedeciendo a órdenes e intereses oscuros, perversos y deleznables, pierde su sagrada finalidad, la misma debe tener una regulación normativa, una ley estatutaria, que la reglamente y organice; no puede concebirse la protesta como un estallido tumultuario veintijuliero sin control y contención, invitando a la anarquía o al desorden, eso no es protesta, es anarquía, desorden y si se quiere terrorismo, pues adueñarse de las calles y las vías de la urbe, permite de manera cómoda e impune la infiltración de agentes y factores externos radicales que buscan un solo fin, la desestabilización de las instituciones elegidas de manera libre, legítima y democrática, mediante actos de vandalismo, caos y delincuencia. Esta primera intentona se frustró, pero vendrán muchas más, la izquierda está al acecho como León rugiente, todo acto de malestar o descontento popular, será hábilmente explotado, infiltrado, permeado; no olvidemos el papel que las aparente desmovilizadas FARC, jugarán en todo esto, con milicianos entrenados en esta clase de luchas; jamás la Patria, había corrido tanto peligro, si bien es cierto, la protesta es un derecho fundamental, ello, no la instituye, como axioma de impunidad absoluta, para quebrantar la ley y la autoridad, ese concepto romántico, añejo y casi irresponsable de “fundamental”, está siendo interpretado de manera maniquea y farisea, por quienes persiguen fines torvos y deleznables; como lo decía Dostoievski, “no olvidemos que el demonio puede citar las sagradas escrituras para cumplir sus propios propósitos”; así las cosas, y frente a las evidencias y nuevos acontecimientos históricos, es menester reglamentar la protesta social, dentro de los cauces de legalidad, orden, respeto y autoridad.
¿Oposición racional? o ¿Revanchismo y hordas violentas?
Dom, 12/08/2018 - 09:30
Existe una línea, muy tenue, sutil, y maliciosa entre la protesta legal y justa; y el oscuro y deleznable revanchismo del opositor político, vencido; quien, prevalido de hordas vocingleras y violent