La verdad es que no hablaré de corazones rotos ni mal de amores. Para muchos será incomodo lo que diré a continuación, y es que, a menos de un mes, se ha cumplido lo que vaticinaba en mi artículo anterior «10 de enero».
La encrucijada política de Venezuela no tiene una solución inmediata, democrática ni alentadora. Por más que RCN y Caracol intenten demostrar la posible transición, la verdad es que sólo han desviado sus cámaras de las realidades de Colombia como los asesinatos de líderes sociales y la corrupción.
Más allá de la retorica de los discursos y la demagogia con la que se ha abordado la crisis venezolana desde el plano periodístico y las comunicaciones por redes sociales, queda claro que la legitimidad política de un Gobierno no se sustenta en los respaldos que otros estados puedan brindarle, sino en su accionar dentro de la soberanía de un determinando territorio; el que más de 43 estados reconozcan a Juan Guaidó como presidente interino del país sólo ha provocado mayor confusión.
La llegada de la ayuda humanitaria a las fronteras venezolanas -más allá de representar un hecho de provocación- ejerce un reconocimiento del otro y su derecho de soberanía. El mismo presidente del parlamento venezolano y cabecilla del Gobierno encargado, ha manifestado que no puede permitir la invasión del territorio sin el respaldo y apoyo de las fuerzas militares. En términos criollos, la oposición reconoce que no tiene la fuerza y que cualquier paso en falso puede acrecentar el conflicto y desatar una guerra.
La promulgación de una Ley de Amnistía es el anzuelo con el que se busca conseguir la fuerza y provocar una salida inmediata; a fin de no acudir a un proceso electoral organizado por un ente en poderío del chavismo que pueda legitimar lo que han llamado ilegitimo, de ocurrir lo contrario «a llorar al valle».
Por su parte, el mismo Nicolás Maduro ha hecho un reconocimiento similar, al especificar la tarea única que tienen un Gobierno encargado en su ejercicio dentro del marco de los 30 días manifiesto en la Constitución -el llamado a elecciones-. A esto, la Asamblea Nacional ha prolongado a 12 meses tal facultad, lo que se traduce en más tiempo para la dictadura y la negociación de un asilo diplomático o absolución de crímenes.
Es allí dónde toma relevancia las posturas de México, Uruguay y el propio Vaticano, qué son acusados de solapar la envestidura del señor de los bigotes, desmeritando su actuación de arbitraje ante un diálogo y la oportunidad de cambio.
Por el momento, el mandato de Guaidó como Gobierno paralelo se debate en su sustento financiero. Por más aportes que EEUU, Canadá y la Unión Europea dispongan para los efectos operativos, el tema radica en como ingresar el dinero a un territorio secuestrado por la bota militar y atender las carencias del pueblo.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha manifestado que no está dentro de sus objetivos reconocer o desconocer gobiernos y por ende considera el diálogo y la negociación como la opción para resolver el conflicto interno en el que las armas parecen ser la única escapatoria.
La confiscación de propiedades del Estado venezolano en el extranjero ha sido una buena jugada estratégica sin que esto implique detonar una bala; se ha logrado poner al margen de la situación a Rusia y China. El primero ha exigido la cancelación de su deuda, pues muchos de esos activos eran sus garantías, y el segundo ha declarado no involucrarse en el tema. Era de esperarse luego de varias conversaciones entre Donald Trump y sus homólogos siberiano y asiático -cosa que no supo hacer Julio Borges como presidente del Parlamento cuando emprendió su gira por países aliados-.
Antes bien, el dilema existencial de Venezuela también gira entorno al liderazgo que debe encumbrar un nuevo Gobierno. A Voluntad Popular -partido de Leopoldo López y en el que milita Guaidó- se le ha cumplido el sueño de tener un presidente. La posibilidad de elecciones aviva el hambre de poder de la bancada opositora. Es innegable que el diputado varguense ha alimentado el clamor popular, ha activado la calle y ha recuperado la confianza del pueblo para ponerle fin a la Revolución Bolivariana al frente del país.
Probablemente, por esa misma confianza deba ser el candidato a una elección, recordando que ello también implica el respaldo de la comunidad internacional, sin embargo, no se vislumbra ninguna garantía. En tal sentido, la frase «Las naciones no tienen amigos ni enemigos, sólo intereses permanentes», de Lord Palmerston, cobra relevancia en el tablero de la política exterior con la que deberá jugar sea quien sea que ocupe la presidencia en Venezuela.