Por qué Cataluña

Vie, 18/10/2019 - 15:35
Uno de los mayores privilegios que tuve en el ejercicio del periodismo durante muchos años, fue haber sido testigo de lo que se conoce en España como la Transición, un proceso político durante el
Uno de los mayores privilegios que tuve en el ejercicio del periodismo durante muchos años, fue haber sido testigo de lo que se conoce en España como la Transición, un proceso político durante el cual esa nación pasó de la dictadura del general Francisco Franco a una democracia constitucional y la instauración de la monarquía, encabezada por Juan Carlos I. Fue un privilegio ver cómo una sociedad se transformaba pacíficamente, con los vencedores de una guerra civil abandonando sus privilegios políticos, y los representantes del bando derrotado regresando desde el exilio o saliendo a cara descubierta, a expresar en la calle lo que durante cuarenta años tuvieron que callar. Sin embargo, no había revanchismo, había voluntad de reconciliación. Como reportero de a pie que empezaba a trabajar en la televisión estatal, me tocó asistir a la llegada de personajes cuya presencia en España hasta la muerte del dictador era impensable. Tengo grabados en la memoria las escenas que me tocó presenciar del regreso a su país de personajes icónicos de la izquierda: Dolores Ibarruri, Pasionaria; Santiago Carrillo, Enrique Líster, Rafael Alberti… La reconciliación de los dos bandos que se enfrentaron a sangre y fuego, y el encaje de una Constitución que promulgaba libertad, justicia, igualdad y pluralismo político, culminaron un proceso del cual hubo el consenso generalizado para llamarlo modélico y ejemplar. Por cierto, y es bueno recordar en un momento como el que hoy vive España, que aquella Carta Magna aun vigente, dice fundamentarse en la indisolubilidad de la Nación española.
Sin embargo, la vida se encarga a veces de mostrarnos que lo que un día pareció perfecto era demasiado bello para ser cierto. Todo lo que hoy ocurre en Cataluña es muy complejo para ser contado en el reducido espacio que ha de tener necesariamente esta página. Pero quien quiera entender el origen del desastre que hoy se vive allí, no tiene más que remontarse a la imperfección de ese proceso que entonces nos pareció impecable.
El sistema político español se dotó de una ley electoral injusta que concede a los partidos nacionalistas una representación desproporcionada en el poder legislativo. Por otra parte, se entregó a los gobiernos regionales (allí llamados autonomías) el modelo de educación, adjudicando a los nacionalistas un instrumento de adoctrinamiento y manipulación ideológica cuyas consecuencias han sido nefastas en el País Vasco y Cataluña. Durante casi cuarenta años, los dos grandes partidos políticos que han gobernado España —el Partido Socialista Obrero Español, PSOE, y el Partido Popular, PP— han echado mano, para completar la mayoría necesaria en el Congreso de los Diputados, de los votos de dos partidos nacionalistas, el Partido Nacionalista Vasco, PNV, o el catalán Convergència i Unió, CiU. Y claro, este favor no ha sido gratis. Uno y otro, PNV y CiU, han sido especialistas en jugar al martirologio y el agravio comparativo. Nunca han estado satisfechos con lo que obtenían en Madrid a cambio de apoyar al PP o al PSOE, siempre han querido más y más prebendas y beneficios. Por esta vía Cataluña y el País Vasco llegaron a convertirse en miniestados semiindependientes de los que España se ha ido replegando, dejando que cada vez los nacionalistas tomen el control de más y más competencias estatales. Durante el largo mandato del socialista Felipe González se trasfirieron a las comunidades autónomas 1.368 competencias estatales, muchas de ellas a Cataluña y nunca les han bastado a los nacionalistas. Por su parte, el expresidente del Partido Popular José María Aznar, en uno de los más graves errores políticos que pudo haber cometido, transfirió al gobierno de Cataluña en 1996 la educación no universitaria y la sanidad. Y el socialista Rodríguez Zapatero, uno de los hombres que más daño ha hecho a España, declaró que la nación española era “un concepto discutido y discutible”, lo que abrió un debate sobre nuevas competencias a los catalanes de consecuencias desastrosas. En Cataluña el capo del partido gobernante CiU durante un cuarto de siglo, fue un personaje sinuoso y taimado, de difícil expresión cuando lo hace en castellano; una figura a mitad de camino entre Danny Devito y el maestro Yoda llamado Jordi Pujol. De hecho, oyéndolo pareciera que también habla al revés como el místico títere de Star Wars. Cuando llegó al poder, Pujol se procuró fundamentalmente imponer el catalán con leyes llamadas de “normalización y protección” de la lengua catalana; y mediante una política cultural y educativa impulsada desde la Generalitat (el gobierno regional) consiguió construir una identidad nacionalista entre la población de Cataluña. Entre tanto, los políticos en Madrid, del PP y del PSOE, miraban para otro lado; mientras recibieran en el Congreso apoyo de Pujol para gobernar dejaron que este convirtiera la escuela en madrazas talibanes de adoctrinamiento. Hoy en día hay espías en los colegios catalanes para denunciar a los niños que hablen español en el recreo; y hay brigadas para reprimir el uso del español en centros públicos. Los maestros nazis del colegio alemán en donde Jordi Pujol recibió su primera instrucción, habrían estado encantados con los logros culturales de este alumno aventajado. A partir de los años noventa, Pujol puso todo su empeño para producir lo que está ocurriendo hoy en Cataluña. Maniobró políticamente y destinó muchísimo dinero para dar al independentismo elementos que no había tenido nunca: acceso al mundo de los negocios, lo dotó de técnicos y gente preparada para esa labor, abrió “embajadas” en el exterior para presentar a Cataluña como un país más de la Unión Europea y empezó a hablar abiertamente de independencia. Y a todas estas, los políticos del PP y PSOE en Madrid seguían haciendo la vista gorda. No solo eso, para congraciarse con el maestro Yoda suprimieron la letra más emblemática de la lengua española, la eñe. Cataluña pasó a escribirse en todas partes Catalunya, y Lérida y Gerona, dos ciudades importantes de aquella región, dejaron de existir en los medios de comunicación públicos y privados para dar paso a Lleida y Girona. Hablar o escribir en español los nombres de Cataluña o sus ciudades empezó a resultar poco menos que ofensivo, políticamente incorrecto y retrógrado. El ya mencionado Aznar, en una de las declaraciones más babosas que al respecto podría emitir un político en España, declaró que “en círculos reducidos” él hablaba la lengua catalana. Cosa que no creía nadie, pero de lo que se trataba era de caer en gracia Jordi Pujol. Y cuando Pujol consideró que había alcanzado los objetivos de lengua y cultura, con el auxilio de la radio y la televisión públicas catalanas y la subvención a la prensa local, empezó a hablar de economía, de que Cataluña podría ser más rica si se separaba de España. Hablaba de expolio fiscal y su lema fue: “España nos roba”. Y en este giro de la lengua al dinero está la base del llamado proceso de independencia que ha desembocado en lo que vemos hoy.
La cereza del pastel es que mientras Jordi Pujol ponía en marcha toda esta maquinaria de desconexión de Cataluña de España, con la anuencia y tácita complicidad de los dos grandes partidos nacionales, él y su familia se dedicaban a robar a manos llenas.
Según la UDEF, organismo encargado de perseguir e investigar delitos económicos y fiscales en España, Pujol y su familia responden perfectamente al concepto de lo que es el crimen organizado, y cuantifica en 290 millones de euros el dinero que han robado, esto en una estimación a la baja. Pujol y su clan familiar institucionalizaron el soborno y la corrupción en Cataluña, provocaron la muerte social de quienes se resistían a pagarles comisiones por obra pública, y en su ánimo de crear el fantasmagórico estado independiente que hoy reivindican sus cachorros en las calles de las ciudades catalanas, buscaron apoyo para sus negocios en gente de la más baja calaña. Su partido tiene hoy otro nombre y herederos suyos son dos siniestros personajes de los que lector que se interese por lo que ocurre en Cataluña habrá oído hablar, el fugitivo de la justicia española Carles Puigdemont y el actual presidente de la Generalitat o gobierno catalán, Quim Torra. Este es grosso modo el estado de la cuestión catalana y el origen de los disturbios que hoy dan la vuelta en medios de todo el mundo. Seguramente mis queridos amigos catalanes no estarán de acuerdo con esta interpretación mía. El diálogo sobre este tema se ha hecho imposible y el asunto ha roto allí muchas relaciones personales y familiares. Yo solo les pediría que me concedan al menos, el derecho de estar alineado con esos más de dos millones de paisanos suyos que no quieren la independencia y que son víctimas de la intolerancia y el fanatismo que trajeron a Cataluña Jordi Pujol y los suyos. Espero que esta crisis no termine con víctimas mortales; que seguramente habrá quien las busque, pues en estos casos siempre viene bien algún mártir para la causa. Pero el daño que ya ha hecho el nacionalismo en Cataluña es irreparable durante varias generaciones. Ha transformado al adversario en enemigo, ha traído odio y hostilidad entre familiares, amigos y vecinos. La pasión perfectamente legítima de sentirse vinculado a una lengua y a un legado cultural terminan siendo algo despreciable cuando se transforman en instrumentos de exclusión y confrontación. Y eso precisamente es lo que ha logrado el nacionalismo catalán; cuyo origen más reciente, bastante mezquino, es el que acabo de describir.
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