¿Por qué es tan difícil ser puta en Colombia?

Mié, 24/07/2013 - 01:06
Puta, prostituta, prepago, dama de compañía, mujer de la vida fácil o alegre son algunos de los nombres que reciben las mujeres que practican la profesión más antigua del mundo. El nombre es una
Puta, prostituta, prepago, dama de compañía, mujer de la vida fácil o alegre son algunos de los nombres que reciben las mujeres que practican la profesión más antigua del mundo. El nombre es una categoría social, al fin y al cabo, sea universitaria, ejecutiva o que trabaje de plano en un reservado o una wiskeria, el servicio  en general, es el mismo. El pago no lo es. No cobra lo mismo la chica universitaria que trabaja para una agencia y sólo presta servicios en los sectores más exclusivos de la ciudad, a la mujer que trabaja en el centro o zonas marginadas ofreciendo sus servicios directamente en la calle. El problema, para mí, no radica en lo que hace, al fin y al cabo todos vivimos de algo. Para mí, el verdadero problema radica en la ausencia de políticas públicas que garanticen protección a la mujer. Si bien no es un delito ser puta, ser proxeneta sí lo es, pero curiosamente muchas mujeres se sienten más seguras trabajando para ellos que trabajando como independientes. El proxeneta no es que le brinde las mayores y mejores medidas de seguridad, pero algo de confianza debe ofrecerles. Particularmente he hablado con mujeres a las que les he escuchado decir «yo quiero ser puta» o «yo le haría, pero me da cosita»; ante la primera afirmación yo sólo puedo pensar ¡regio, haría satisfactoriamente su trabajo!, al que le gusta le sabe, dicen por ahí; pero ante la segunda, me preguntó ¿por qué les da cosita? Supongo que la respuesta a este interrogante está en varias razones, como no saber con quién se encontrarán (un depravado, un conocido), las enfermedades de transmisión sexual o incluso el temor a una violación, porque a las putas también las violan, esos son riesgos latentes en esa profesión. Lo malo, para mí, radica en dos puntos básicos. El primero, la mojigatería social y, el segundo, en las fantasiosas novelas que ven muchas mujeres. Comenzaré por este último. Prostituta, Bogotá, Colombia, Kienyke Programas como la novela colombiana ‘La Prepago’ y la serie británica Secret Diary of a Call Girl (claramente con formatos muy diferentes y sin punto de comparación) tratan de frente el tema de la prostitución voluntaria, el problema es que son relatos fantasiosos, curiosamente las dos protagonistas ganan buena cantidad de dinero, no tengo muy claro cómo se desarrolla la novela colombiana, pues prefiero disfrutar de las maravillas del cable, pero he visto que a la protagonista le brindan condiciones de seguridad aceptables y lo más importante y fantasioso, los clientes son personajes atractivos o por lo menos aceptables. En la serie británica la protagonista (Hannah para sus amigos, Belle para sus clientes) no tiene esas condiciones de seguridad, Londres es bien diferente a Bogotá, Medellín o Cali y teniendo en cuenta la genética de los ingleses, pues sus clientes también son apuestos. Entonces mi pregunta es ¿si yo me dedico a la prostitución ganaré la misma cantidad de dinero? ¿Todos los clientes serán “caballeros” y atractivos? Creo que no, la realidad es bien diferente, tengo la fortuna de conocer mujeres que han trabajado en ello y la versión de la historia no es color rosa, tienen que trabajar muy duro para hacer buen dinero (teniendo en cuenta las condiciones laborales que ofrece el país, ganarse de 2 a 6 millones de pesos al mes incluso a la quincena, sin ser profesional y sin experiencia alguna, es un lujo), pero no siempre les va bien, unas veces los clientes abusan de ellas, otras veces son tratadas bruscamente, sin contar con que el cliente se las quiera dar de avispado y no usa preservativo; y el común denominador, pocas veces los clientes son guapos. Ahora bien, no hemos contado que la genética es caprichosa y que unas mujeres son más bonitas que otras (al menos desde el constructo social es más bonita la delgada a la gordita y unas caras son más simpáticas que otras). Entonces de plano, no todas las mujeres tenemos la “oportunidad” de ser putas y no todas las mujeres tienen el coraje de serlo. Por eso el oficio es sólo para algunas. El segundo tema radica en la mojigatería social. Cuántos hombres y mujeres no habrán pagado por sexo, pero en sociedad prefieren ser discretos, incluso si tienen que hablar mal de las prostitutas lo hacen, cuántos camanduleros lo habrán hecho y literalmente comen callados, y no falta aquel que diga «no tengo necesidad de pagar por ello». ¿Qué pasa si yo afirmara pago por sexo o pago con sexo? Imagino la cantidad de comentarios que suscitaría esa afirmación. No faltará el godo, supongo que tampoco faltará el morboso. Y si por el contrario digo ¡quiero ser puta!, imagino que instantáneamente me etiquetan y dejan de considérame o visualizarme como hasta ahora y pasaría a ser vista como un posible objeto sexual o sencillamente no pasaría nada. La realidad de la mujer que se desarrolla en el ambiente de la prostitución es complicada. Unas mujeres lo hacen por gusto al trabajo y otras en cambio lo hacen por la necesidad de conseguir dinero para cubrir sus gastos. Sea la razón por la que lo haga, no hay justificación para juzgarlas o estigmatizarlas, no todas las putas tienen ETS o ITS, no todas las putas quieren permanecer en ese oficio y no todas las putas tienen oportunidad de salirse de ese ámbito laboral. En definitiva, es un trabajo como cualquier otro, con habilidades específicas como cualquier otro, son mujeres y valiosas que trabajan como los demás para vivir,  mujeres que por su oficio no son indignas, por el contrario son mujeres valientes, que se “animan” a hacer lo que otras no son capaces ni de pensarlo. No sabemos con exactitud cuántas mujeres se dedican a esta labor y a cuántas de ellas les va de maravilla, quizás las afortunadas sean pocas y muchas las ingenuas. Muy posiblemente conocemos a pocas, pues la misma sociedad se ha encargado de estigmatizarlas y aquella conocida, amiga, hermana, madre, prima o novia prefiere mantener su empleo en secreto para evitar los señalamientos que le hace una sociedad en la que impera la doble moral. @AndreMColorado
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