El número de campesinos colombianos es igual al número de habitantes de Bogotá: 8 millones, más o menos. ¿Por qué no ha sido posible contar con planes de servicios básicos, desarrollo productivo con asistencia técnica y compra de cosechas para todos?
Por la dispersión campesina, me dirán. Lo que además genera que sea más difícil y costoso contar con electrificación, por ejemplo. O con seguridad ciudadana.
Por la dificultad del transporte rural, dirán otros. Lo que hace que se pierdan cosechas y esfuerzos, que se venda a menos precio y se pase por muchos intermediarios antes de llegar al consumidor, bajando drásticamente el valor del producto para quien lo produce.
Por la ausencia de Estado, digo yo. Ese mismo Estado que bajo el nombre de escuela, hospital, centro de salud, comedor comunitario, vía secundaria, camino veredal, biblioteca o parque ha sido imposible lograr que exista en los centros poblados rurales. Todo les llega, pero de a poquitos y a veces demasiado tarde.
¿Por qué no pensamos una arremetida del Estado en el país rural? Si son el mismo número de habitantes de la capital, no creo que sea imposible arreglar sus problemas de servicios básicos, seguridad, vías, producción y comercialización. Sería como organizar una gran ciudad.
Con la diferencia de que esta ciudad se encuentra repartida en toda la geografía nacional. Y lo que en ella se haga beneficiará al resto de compatriotas con mejores productos y alimentos.
Me molesta mucho, por decir lo menos, cuando el Estado lanza sus supuestos “generosos” programas rurales para desarrollo productivo o agropecuario, donde los campesinos deben competir entre ellos por migajas de presupuesto para lograr realizar un cultivo o una mejora. Siempre son unos cuantos los beneficiados y miles los que no lo logran. Así no es.
Programas similares deben existir para todos, absolutamente todos los campesinos colombianos. Sin papeleos, sin competencia entre ellos, de manera amplia y generosa. Que quien decide quedarse en el campo y sembrar la comida de todos, obtenga por lo menos facilidades para ejercer su labor.
Así como todos los niños de Bogotá estudian, reciben refrigerio y salud básica, no debe ser una tarea imposible lograrlo con todos los niños de los sectores rurales y hacerlo de manera generosa e incluyente, no rifando entre ellos dónde se realizará el comedor comunitario o quien es el afortunado que logrará tener aula interactiva en su escuela. Si los menores de la ciudad no necesitan participar de programas especiales para obtener lo básico, es injusto hacer que los del campo si tengan que competir, así sea en los programas de un Ministerio una Unidad Especial o con una ONG, para lograr satisfacer su necesidad básica, que no es un beneficio para ellos sino una obligación del Estado hacerlo.
Siento pena ajena, por decir lo menos, cuando observo a funcionarios sonrientes en fotografías de medios haciendo entrega de un aula, una dotación, algunos balones de futbol o elementos básicos para instituciones escolares; lo hacen como si se tratara de una generosidad personal o del Estado (que para ellos es lo mismo, al parecer creen que lo público es de ellos) en lugar de sentir algo de vergüenza por nos ser capaces de llevar lo mismo a todos los centros poblados rurales y tener que escoger (obviamente teniendo en cuenta a los votantes del momento) a quien “le hacen el favor”.
El Estado no es “un favor” para las comunidades ¡Ni más faltaba! Pero así es visto por los campesinos, que se sonríen cuando por fin el funcionario de marras llega, a comerse el sancocho veredal, mientras entrega las migajas que ellos “tuvieron la fortuna” de ganar. Y se gana el aplauso del respetable, claro.
¿Qué es esto? ¡Qué manera tan espantosa e irrespetuosa de tratar al campesinado colombiano! No es un favor, escúchenlo funcionarios, sino un deber y una obligación incumplida por el Estado con los campesinos.
Así que dejen de llegar como si de papá Noel se tratara cada vez que van a entregar migajas de lo mucho que se debe a las poblaciones rurales, mejor quédense callados y escúchenlos, así sabrán un poco más de lo que aún hace falta.
Los campesinos están cansados de no existir y por eso vienen a Bogotá (algunos pedaleados por grupos, cierto) a decirnos que esas migajas llamadas programas o proyectos o concursos, no sirven. Que así no es.
Que si en Bogotá a ningún habitante de un barrio le toca concursar con otros para saber en cual de ellos si van a pavimentar la calle o a recoger las basuras, entonces ¿Por qué el Ministerio de Agricultura lo hace con el sector rural?
Ellos vienen por lo suyo. Lo que hace parte de sus derechos fundamentales como ciudadanos. Y sino los escuchan y les respetan los compromisos que se pacten, volverán y a lo mejor aceptarán que grupos con intereses políticos los manejen y se forme un verdadero incendio para el gobierno.
Son solamente ocho millones de personas que desean vivir como lo hacen los otros 36 millones de colombianos: con garantías mínimas de seguridad social, educación, servicios básicos y obras comunes. ¿Por qué no los ayudamos de una buena vez?
¿Por qué no ayudamos de una buena vez a los campesinos?
Mar, 18/03/2014 - 10:26
El número de campesinos colombianos es igual al número de habitantes de Bogotá: 8 millones, más o menos. ¿Por qué no ha sido posible contar con planes de servicios básicos, desarrollo productiv